La oportunidad del siglo
«La reedición de los locos años veinte del siglo pasado, que anticipaban un consumo desenfrenado y un apetecible libertinaje tras año y medio de confinamiento social, tendrá que esperar»
Suena un poco rimbombante. Pero es la tesis de un reciente editorial de The Economist. ¿Tienen las democracias liberales de Occidente la oportunidad del siglo para promocionar su sistema de libertades y de mercado libre? El modelo, hoy amenazado por los movimientos populistas internos, puede salir reforzado si las economías avanzadas donde este impera logran extender la vacunación lo más rápidamente posible al resto del mundo. Tras una campaña de inmunización bastante exitosa en los países ricos (con una media de casi el 50% de su población con la vacunación completada), la quinta ola provocada por la contagiosa variante Delta ha dinamitado las expectativas de que saldríamos del colapso económico a toda velocidad. La reedición de los locos años veinte del siglo pasado, que anticipaban un consumo desenfrenado y un apetecible libertinaje tras año y medio de confinamiento social, tendrá que esperar.
En su lugar, en las economías más desarrolladas hoy sólo se habla de la amenaza que el incremento de la inflación, fruto de los estímulos monetarios y fiscales, supone para la recuperación y de la necesidad de reforzar la inmunización de sus poblaciones con una nueva dosis. Puede ser comprensible que los países ricos se miren al ombligo tras el batacazo moral recibido. Los 4.359.708 fallecidos en el mundo (la mitad registrados en los 38 países más desarrollados que agrupa la OCDE) y los 207 millones de contagiados que se contabilizan hoy y que siguen al alza son una poderosa razón. Como lo es el fuerte aumento del desempleo tras la caída media del 6% del PIB (el 11% en el caso de España) en las economías avanzadas. Recuperar el nivel de riqueza nacional previo a la pandemia se demorará. En la mayoría de los casos hasta 2022.
Tanto la vacunación como los planes fiscales de recuperación son necesarios para superar la triple crisis, sanitaria, social y económica, provocada por el coronavirus, pero a menos que el mundo occidental esté dispuesto a compartir parte de este esfuerzo, las divergencias entre los países desarrollados y las economías emergentes y en desarrollo no hará más que aumentar. De forma que el optimismo pinkeriano sobre la mejora de la condición social en el mundo, sustentado en datos mal que les pese a los populistas de los extremos, puede sufrir un serio revés.
En riesgo está la salida de la pobreza de amplias capas de la población de los países emergentes y en desarrollo registrado en las últimas décadas. Su interrupción presionará aún más los flujos migratorios hacia los países más ricos. Y la falta de recursos limitará la capacidad de estos países para hacer frente al gran desafío mundial: invertir en la transición ecológica para frenar el cambio climático. La crisis nos indica un camino: hacia un mundo más unido, en el que la cooperación internacional y la acción del Estado jugarán un papel central.
La OMS ha advertido que Occidente se equivoca si piensa que sólo protegiendo a su población se puede superar esta crisis https://www.lavanguardia.com/vida/20210715/7603496/oms-desaconseja-tercera-dosis-refuerzo-covid.html. Ampliar la vacunación al resto del mundo opera en su propio interés. Renunciar a hacerlo, “no es sólo económicamente insensato, si no también un error moral y un desastre diplomático”, en opinión de The Economist. Pero no parece que la tesis de la influyente publicación tenga mucho predicamento. El G-7 ha comprado un tercio de las vacunas disponibles en el mundo, aunque su población representa el 13% mundial. La UE y EEUU se han comprometido a donar una modesta cantidad frente a los miles de millones de dosis que necesita el programa Covax puesto en marcha por Unicef y la OMS para asegurar de aquí al 2022 la vacunación del 20% de la población de los países en desarrollo. Un porcentaje loable pero que queda lejos de la inmunidad de grupo.
Inmunizar al 70% de la población mundial de aquí a abril de 2022 costaría 50.000 millones de dólares (el 1% de los programas de estímulo aprobados en EEUU y la UE). El efecto en el crecimiento económico de esa protección universal, vía el restablecimiento del comercio y las cadenas de producción y de la recuperación de servicios tan importantes como el tráfico aéreo y el turismo, añadiría 9 billones de dólares al PIB mundial en 2025, según los datos del Fondo Monetario Internacional. Por no hablar de la cantidad de vidas que salvaría ese esfuerzo común en las poblaciones sin acceso a la sanidad.
La economista jefe del FMI, Gita Gopinath, lo tiene claro: “la recuperación no estará asegurada a menos que la pandemia se frene mundialmente”. Así lo declara en su más reciente artículo en el blog del organismo multilateral. https://blogs.imf.org/2021/07/27/drawing-further-apart-widening-gaps-in-the-global-recovery/. Aunque no ha cambiado su predicción de crecimiento mundial, un 6% en 2021, sí se ha alterado la distribución de ese aumento de la riqueza global. Las economías avanzadas, con una inmunización más extendida, crecerán medio punto más de lo previsto. Pero será a costa de las emergentes, cuyo índice de vacunación es el 11%, y de las menos desarrolladas, con apenas el 1% de su población inmunizada.
Según el Fondo, la renta per cápita de las economías más desarrolladas ha retrocedido de media un 2,8%, frente al 6,3% que, excluyendo a China, ha retrocedido la de las economías emergentes y en desarrollo. El efecto de los estímulos fiscales, masivos en las economías avanzadas (casi 5 billones de dólares) y anecdóticos o inexistentes por falta de medios en las menos desarrolladas, sólo acrecentará las desigualdades entre un bloque y otro. La desigual vacunación no hará más que acentuar esa brecha. Está en manos de las democracias liberales frenarla y fortalecer así su hegemonía moral. La alternativa no debería ser una opción.