Fin de agosto
«Es una época de transición: hay una sensación de final de algo, pero lo que está por venir aún no ha llegado»
Estamos a Finales de agosto, principios de septiembre, como la película de Olivier Assayas –donde debutó como actriz Mia Hansen-Løve–. La película contaba la muerte de un escritor y cómo esa ausencia impactaba en algunos de sus amigos o novias. Era una película sobre las despedidas, sobre los huecos que dejan los amigos que mueren y qué provoca en las vidas de quienes les quieren. En el caso de la película de Assayas, uno de los amigos, editor, se lanzaba a escribir su novela, por fin. También Vera, el jovencísimo último amor del amigo recomponía su vida; el azar cruzaba a estos dos satélites del amigo muerto en un bar de París. Por cierto, a su muerte, los libros del escritor se revalorizaban y su muerte cambiaba también la interpretación de su último libro y de los anteriores. Hablo de memoria porque la última vez que vi la película fue hace un año, acudo a resúmenes para refrescar la trama porque lo que recuerdo es una sensación de tristeza y a todos los actores que he visto en otras películas o series mucho más jóvenes: Finales de agosto, principios de septiembre es de 1998.
Es una época de transición: hay una sensación de final de algo, pero lo que está por venir aún no ha llegado. Se escriben largos artículos sobre lo que está por venir, lo que marcará el otoño cultural, los programas se renuevan y se presentan las nuevas parrillas, pero como si todo estuviera aún por arrancar. Hasta los colegios: faltan casi dos semanas para la vuelta a las clases y a la rutina, pero casi todos han dejado las casas de veraneo (el pueblo, la playa…). Antes de la pandemia, todavía quedaban las últimas verbenas en los pueblos cuyas fiestas se celebran a principios de septiembre.
Este verano, la actualidad irrumpió para acabar con el verano y cualquier atisbo de adormecimiento estacional con la caída de Kabul a manos de los talibanes. Aunque según los análisis publicados a posteriori, nadie esperaba algo distinto después de que las tropas estadounidenses dejaran el país, pilló a muchos de sorpresa, sobre todo por la rapidez con que se produjo. En los primeros momentos, comenzaron a circular vídeos en los que los talibanes resultaban casi simpáticos (probando los aparatos en el gimnasio del palacio presidencial, por ejemplo), como si no fueran a ir casa por casa buscando «cómplices» y «colaboradores», anunciaron que las mujeres tendrían los derechos que concede la sharía, como si eso fuera un avance. Como si el caos en el aeropuerto de Kabul y la desesperación de quienes huyen no nos estuviera contando que el horror ha vuelto.