THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

¿Un esfuerzo baldío?

«El país parece abocado al colapso económico, a retroceder a la Edad Media en cuanto a derechos y libertades y al enfrentamiento civil tras el atentado en el aeropuerto de Kabul a manos de ISIS, que presagia un choque entre los talibanes y el Estado islámico y Al Queda»

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¿Un esfuerzo baldío?

PIERRE-PHILIPPE MARCOU | AFP

«En 1980, por la noche, mi familia huyó Afganistán con lo puesto. 41 años después, yo he abandonado el país casi exactamente de la misma manera». Es el testimonio de Ajmal Ahmady, el hasta ahora gobernador del banco central de Afganistán, que recoge el Financial Times. Una frase que resume la incapacidad de las grandes potencias extranjeras de controlar y reformar el país desde hace más de un siglo. Ahmady ha sido funcionario de una administración que desde 2001, y pese a la inseguridad y la corrupción, había logrado notables avances en sanidad, educación, esperanza de vida y mortalidad infantil. No ha sido por tanto un esfuerzo baldío. Pero la llegada de los talibanes al poder amenaza con desbaratar este progreso. El país parece abocado al colapso económico, a retroceder a la Edad Media en cuanto a derechos y libertades y al enfrentamiento civil tras el atentado en el aeropuerto de Kabul a manos de ISIS, que presagia un choque entre los talibanes y el Estado islámico y Al Queda.


Las potencias occidentales se muestran hoy débiles a los ojos del mundo. Impotentes ante el caos generado por la mal planificada evacuación de sus tropas y de civiles, especialmente sangrante y humillante es el caso de EEUU, ya se establecen paralelismos entre la gestión de Joe Biden y la de Jimmy Carter en la crisis de los rehenes en Irán en 1981. Sea cual sea el desenlace de este polvorín, la reputación de EEUU se ha visto seriamente dañada. ¿Qué hacer? ¿Dejar que Afganistán que solucione a tiros sus problemas y abandonar a su suerte a 39 millones de afganos? Después del coste en vidas (160.000 de fallecidos entre civiles y militares) y los 2.600 millones de dólares invertidos en la reconstrucción del país en las últimas dos décadas, esta sería una opción indigna.

¿Hay alguna manera de exigir al Gobierno talibán un mínimo de reformas que eviten el retroceso en los derechos humanos y aseguren una representación mayor de las distintas facciones políticas del país? Sí. La vital ayuda financiera procedente de Occidente, hoy congelada, y el ansia del nuevo régimen de obtener el reconocimiento internacional podrían ser aprovechadas para doblegar al futuro Gobierno de Kabul. La incapacidad occidental para forzar esta negociación daría además libertad de acción a Rusia, pero sobre todo a China, para aumentar su influencia en la región y erosionar la estadounidense hegemónica hasta ahora. La quema de mezquitas y la persecución a la minoría musulmana uighur en China, que debería ser inaceptable para los guerrilleros musulmanes integristas, es hoy secundaria frente al reconocimiento y el apoyo económico de Pekín.

Al igual que Ahmady son muchos los que han huido en estos últimos días del país o intentan desesperadamente hacerlo. Los talibanes han sido capaces de conquistar a toda velocidad el territorio, pero nada indica que vayan a saber gobernarlo. Si los técnicos capacitados para hacerlo como el antiguo gobernador del banco central, sustituido por un desconocido guerrillero, lo han abandonado, la tarea parece hoy más inalcanzable que nunca. El Gobierno futuro necesita el apoyo de la comunidad internacional para evitar la debacle económica que podría poner contra las cuerdas al régimen si se extiende el descontento social, sobre todo entre los jóvenes que no han conocido el dominio talibán, y se recrudece, como todo apunta, la guerra entre las facciones islamistas más radicales. Según Naciones Unidas, antes del avance talibán, 18,4 millones de personas necesitaban asistencia humanitaria en Afganistán. Esta cifra no hará más que engordar.

La violación de los derechos de la mujer y las prácticas atroces como la lapidación o mutilación que promueven los talibanes han obligado a la comunidad internacional a bloquear la llegada de fondos al país a la espera de ver si el futuro Gobierno modera sus posiciones. EEUU ha congelado 9.000 millones de dólares de las reservas centrales afganas que están depositados en bancos estadounidenses, por lo que la cobertura del pago a las importaciones ha pasado de 15 meses a dos días (ya vencidos), con la consecuente escasez de bienes esenciales y la subida de los precios. Una subida que sólo empeorará la depreciación que la moneda afgana ha sufrido en agosto. Y difícilmente pueden confiar los talibanes en los ingresos por el tráfico ilegal de opio que ellos controlan cubran las necesidades de moneda extranjera del país.

Alemania ha suspendido 300 millones de euros en ayudas. El FMI ha paralizado la emisión de 440 millones de dólares en SDR (derechos especiales de giro) que complementarían las reservas del país. El Banco Mundial ha suspendido la llegada de 5.300 millones de dólares en proyectos al desarrollo social y de infraestructuras procedentes del fondo creado específicamente para la reconstrucción de Afganistán hace años.  La UE, que en noviembre pasado se comprometió a donar 1.4000 millones de euros, ha bloqueado este apoyo.

La ayuda exterior de los últimos 20 años ha sido vital para el desarrollo de la economía afgana. En 2010 esta llegó a representar el 100% del PIB afgano, según datos del Banco Mundial. Un apoyo que permitió a la economía crecer a tasas del 3% en años posteriores. Desde entonces esta ha descendido hasta suponer el 42,9% del PIB en 2020. Una caída que ha impactado negativamente en el empleo y frenado el desarrollo económico.

De ahí la vital importancia de la llegada de los fondos que hoy han puesto en espera los organismos multilaterales, EEUU y la UE. La suma de todas esas líneas de financiación externas debería persuadir a los talibanes para formar lo más parecido a un Gobierno de concentración nacional y a respetar derechos fundamentales, en particular los de las mujeres y las niñas afganas. Es la carta que aún guardan bajo su manga las potencias occidentales. Veremos si sabe jugarla. Porque la historia ha demostrado una y otra vez su incapacidad para conseguir influir en el país. Tampoco lo logró la antigua URSS tras diez años de guerra. En palabras del ex-gobernador Ahmady: la historia rima en todos los lugares del mundo, pero especialmente en Afganistán.

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