El landismo dramático
«Ser un ser sexuado está muy bien. Pero ir de ser ser sexuado las 24 horas del día, es una monótona pesadez. Es hacer del landismo una forma de vida»
Esto de las uniformidades identitarias, tan de moda, ¿nos sale a cuenta o no? ¿Es un progreso? La respuesta sería afirmativa si nos comportara ganancias sin pérdidas, pero si hay ganancias y pérdidas lo que tenemos es una mudanza de costumbres, no necesariamente un progreso. Progresar, decía don Severo Catalina, no es correr, progresar es subir (La verdad del progreso, 1862).
II
Curiosamente, ahora que los neurólogos y los filósofos posmodernos nos dicen que la identidad es un mito y que todo binarismo, comenzado por el de nosotros-ellos, es una construcción social, las identidades grupales crecen y se blindan tras el nosotros, comportándose de forma totalitaria.
Cada uno de nosotros es un milhojas de identidades varias: marido, padre, abuelo, hermano, amigo, votante, amante, aficionado a Los Tigres del Norte o al orujo, militante, juntaletras, calvo, vecino… y mil cosas más.
III
Esta identidad de milhojas hace de nosotros imperiosamente seres camaleónicos. Según donde y con quién estamos una de nuestras mil hojas sale a la superficie y nos comportamos de acuerdo con la coherencia que ella nos impone.
IV
Si me dijeran que redujese toda mi pluralidad de mil hojas a una triste hoja suelta, respondería que ni hablar.
V
¿Cómo es que la supuesta liberación sexual y el incremento -al menos aparente- de relaciones sexuales va parejo a un notable incremento de la tensión del género que empuja a tanta gente a definir su identidad por su manera de verse como ser sexuado?
VI
Ser un ser sexuado está muy bien. Pero ir de ser ser sexuado las 24 horas del día, es una monótona pesadez. Es hacer del landismo una forma de vida. ¿Exagero? ¿No han ganado aquellos personajes del landismo, gracias a la biopolítica posmoderna, una onerosa respetabilidad dramática que no tenían cuando eran solamente personajes de comedia?
VII
¿Cómo son los gays? Yo respondería que son como los cocineros, los filósofos hermeneutas o los aduaneros… ¡No hay dos iguales! Sospecho que ni entre los gays masoquistas hay dos iguales. ¿Entonces por qué hacer de ellos seres clónicos moldeados por una común identidad? ¿Por qué no aceptar su condición de milhojas? Me pregunto lo mismo con respecto a otras formas de identidad definida por su género.
VIII
En una ocasión Bernardo de Chartres criticó a Pedro Abelardo, el de Eloísa, por ser un «homo sibi dissimilis», es decir un hombre distinto de sí mismo. Yo veo en estas palabras un alto elogio, porque ser hombre es ser «sibi dissimilis», llevar la diferencia sellada en el alma. Por eso el reto es construir un relato biográfico unitario de nuestra pluralidad constitutiva, una historia que integre de forma narrativamente coherente todo lo que somos y ni nos haga pasar vergüenza ni sentir temor.
Al hecho de llevar a otro en uno mismo se le ha dado el nombre de alienación. No creo que haya otra manera de desalienarse sino la del ensayo constante de contarnos a nosotros mismos lo que estamos llegando a ser. La desalienación es una tarea biográfica que acaba cuando fatalmente somos unos completamente otros, con la muerte.
IX
Una historia totalmente verídica para acabar.
Sitúense en México a finales de 1955. Los dirigentes del PCE han decidido someter a uno de sus militantes de más renombre a un proceso interno, porque se negó a cumplir prestamente la orden que se le dio de trasladarse a Cuba para realizar una delicada operación de espionaje. En el transcurso del proceso tuvo que enfrentarse a un tribunal presidido por un notable filósofo.
A este hombre se le echó en cara que sus argumentos exculpatorios «no eran suficientemente sólidos»; «su desmoralización y desánimo»; su incapacidad para analizar «su conducta autocríticamente»; su «falta de perspectiva y confianza en la lucha»; su voluntad de colocarse «frente a los principios orgánicos del partido»; su deserción «de sus deberes de cuadro del Partido». Finalmente se decidió que había «perdido la perspectiva política y la confianza en el Partido y en las masas y en la moral de lucha». Sumido en un «proceso de descomposición», habría relajado su «temple comunista».
¿Pero en qué consistía la falta de este hombre?
Cedámosle a él la palabra. En su defensa alegó que seguía siendo comunista. Seguía creyendo en la sabiduría de los altos dirigentes del Partido. Aseguraba que sus compromisos militantes se mantenían en pie… pero que por el momento no estaba en condiciones de asumir responsabilidades delicadas, porque estaba viviendo de manera tórridamente intensa una relación amorosa que lo mantenía, según sus propias palabras, «encoñado». Por lo tanto, solicitaba que se le concediese un poco de tiempo, que ya se le pasaría la fiebre erótica y recuperaría el temple militante.
Ya ven: otra forma de landismo dramático.
X
A la reducción del horizonte biográfico de una persona a una porción del mismo, tan intensa como restringida, que es característica, por ejemplo, del enamoramiento, Ortega la calificó de «imbecilidad transitoria». No negaré que hay intensidades en la vida cuyo sabor sólo se nos entrega reduciendo el objetivo de la sensibilidad, para ganar en profundidad lo que se pierde en amplitud. Pero tarde o temprano hay que abrir el objetivo, porque nuestra condición de milhojas siempre se reserva la última palabra y tarde o temprano, pobres camaleones, nos mimetizamos ante la persona que amamos con el color que no toca.
Y así se nos pasa la vida, alternando intensidades y extensiones, profundidades y amplitudes. Una vida monocroma no es una vida humana.