Margaret Atwood, cancelación y discordia
«Apenas queda espacio ya para el diálogo sosegado, para el sano debate. La toxicidad se impone al salubre intercambio de pareceres que, en algún tiempo, se respiró en las redes»
La escritora canadiense Margaret Atwood puso la leña, sólo quedaba prenderla. El origen de esta historia está en Twitter, cuando días atrás la autora canadiense compartió un artículo del Toronto Star en el que se hablaba de lo difuso de la palabra «mujer» y de la necesidad de incluir dentro de esa categoría a personas que cromosómicamente no nacieron en ella. Atwood criticaba el contenido del artículo, un texto misógino, en su opinión, porque nadie pone en duda la palabra «hombre». ¿Por qué no persona que orina de pie? ¿Por qué no persona que eyacula? Preguntas que soltó al aire de las redes, aire turbio, aire contaminado. Ay, la inocente escritora no sabía que la turba ya había intuido el olor a madera de pino, y corrían prestos con sus antorchas para hacer justicia. Las reacciones no se hicieron esperar. Más allá de los insultos y las faltas de respeto, varios usuarios de la red prometen no volver a leer sus libros, dar de baja la suscripción de HBO para no sacar El cuento de la criada de sus televisiones, etc.
Margaret Atwood, como suele ocurrir en estos casos, intentó disculparse educadamente. Se definió como una persona transinclusiva, y que no era insensible a las construcciones cada vez más complejas de género. Demasiado tarde, Margaret. Ya se acercan las llamas a los pies. Ya se retiran libros de las librerías, ya queman obras en la plaza pública. ¿Qué importa el arte? E incluso, por no salir de la cuestión político-social, qué importa el feminismo de su obra, qué importan aquellas criadas del cuento, a las que se les roba la identidad, a las que se aparta de sus familias, violadas, mutiladas, ejecutadas, y que han llegado a ser un símbolo de la represión femenina. Todo ese trabajo, en algunas cabecitas, es ya en balde. Gritan ya los inquisidores por un patinazo (o no, pero qué importa si no piensa como yo) en forma de tuit.
Quizás el mayor mérito de estas redes sociales esté en la interacción entre creadores y usuarios, con el mundo de posibilidades que ha abierto para la crítica. Ahora bien, como ocurre con toda democratización, se cuela esa relación constructiva que tanto enriquecerá la cultura si se utiliza como es debido, pero también el cacique de turno que goza despedazando al que no comulga con su dogma y, por supuesto, a los hombres masa que se alienan y se alinean para participar en el auto de fe. Apenas queda espacio ya para el diálogo sosegado, para el sano debate. La toxicidad se impone al salubre intercambio de pareceres que, en algún tiempo, creo recordar, se respiró en las redes. Obviamente los libros de Atwood seguirán vendiéndose, y su voz seguirá siendo autorizada. Ahora bien, puesto que hablamos de categorías, ella ya ha sido incluida en una, hecho que permitirá que tantos se coloquen frente a ella. Supongo que empezará la autocensura, el miedo a dar un paso en falso. La cancelación es esto: blanco o negro, conmigo o contra mí. Bandos. Discordia.