THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

¿Soy un Príncipe o una Coliflor?

«¿Y si Ayuso y no Casado es la afortunada Cenicienta?»

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¿Soy un Príncipe o una Coliflor?

La pregunta que da título a este artículo, de reverberaciones hamletianas, la escuché yo otro día en el Teatro Real. Transcurría la estupenda representación de la mítica opera giocosa de Rossini, La Cenerentola , cuando esta frase cómica me arrancó súbitamente de mi encantamiento melódico. Hizo que surgiese en mi mente el recuerdo de un personaje actual: el Presidente del Gobierno del Reino de España. ¿Soy un Príncipe o una coliflor?

Pero empecemos por el principio. Recordaran que este viejo cuento es el de La Cenicienta, de Charles Perrault, y que narra la historia de una hijastra pobre y maltratada por unas hermanastras altivas y egoístas y por una pérfida madrastra (en el caso de esta ópera, a diferencia del cuento original, no hay madrastra, sino un egocéntrico e inútil padrastro con ínfulas de poder). Es el clásico cuento de la sirvienta que se transforma mágicamente para acabar casándose con el Príncipe. Este relato se nutre en los orígenes de las tradiciones folclóricas de la antigua Grecia, la dinastía Tang en China, «Las mil y una Noches”, los hermanos Grimm y –por descontado– de la factoría Walt Disney. Cuenta el relato cómo triunfa finalmente la bondad, el trabajo y el amor sobre el egoísmo y la falsedad.

Ahora queridos lectores se preguntarán qué tiene que ver nuestro presidente del gobierno con un príncipe, una coliflor, La Cenicienta, Rossini y la ópera en el Teatro Real. Muy sencillo, el andamiaje político actual de España se parece muy mucho a este antiguo cuento adaptado a una ópera, y quiero utilizar esta oportunidad para hacer ese paralelismo (en clave también giocosa).

Empezaremos por el maravilloso Teatro Real, cuyo edificio representaría en este símil a mi querida España. Sería el espacio geográfico de nuestro bello país, donde el contenedor es espectacular, como los son sus atributos geográficos (naturaleza y clima) y culturales. Pero dentro de ese lustroso y agraciado contenedor se halla el contenido, en el cual, por desgracia, caben también todos los disparates, comedias, y dramas posibles.

Dentro del mismo teatro encontramos ‘el escenario’, que simboliza nada más y nada menos que el Congreso de los Diputados, en el que, en la era de las redes sociales y en la de la abundancia de políticos de segundo nivel, nuestros representantes actúan exclusivamente de cara al público. Son performers. Sobre las tablas muchos de los actores-diputados son meros intérpretes, obsesionados con sus actuaciones. Pero desgraciadamente pocos actúan en beneficio del teatro, sino que lo hacen en beneficio propio. Pocos entienden que hay que dar una buena representación, que agrade a los espectadores y que redunde en beneficio de las arcas del teatro y de su reputación internacional.

Los espectadores’ somos los españolitos de a pie, los contribuyentes. Observamos atónitos desde nuestras butacas las diversas funciones que se van montando. Somos los que pagamos la función y los que mantenemos en pie el teatro. Vemos pasar por el escenario todo tipo de actores, malos y buenos. Nos suben continuamente los precios de las butacas prometiéndonos cada vez más espectáculos gratuitos. Cuanto más gratuito, más caro sale.

Ahora que ya hemos enmarcado la comparativa como punto de partida, me lanzo a hablar de los personajes.

‘El Príncipe’, Don Ramiro, es la esencia del poder, es La Moncloa. Quien conquista su amor (gana las elecciones) se instala en el gobierno de la nación. Todos los políticos (todas las pretendientes a la mano del Príncipe) andan detrás de él, pues este personaje está soltero y busca pareja. Al no haber una princesa en el trono, el poder se halla semi-vacío, y está ocupado en su mundo de ficción y disparate por el padrastro de La Cenicienta, cuyo matrimonio principesco con una de sus pérfidas hijas él cree seguro. El padrastro es “Don Magnífico”, Baron de Montefiascone. Es el Rey Desnudo, se cree que todo el mundo le admira, se cree que de verdad ostenta el poder. Él es un tirano de segunda fila, con un ego desproporcionado, que ha dilapidado la fortuna familiar (el presupuesto nacional). El Barón me recuerda sencillamente a Don Pedro Sánchez: es ‘la coliflor’. Nuestro presidente se apoya sobre sus dos perversas hijas para detentar ese poder ficticio. Una hija, Clorinda, representa a los nacionalismos y la segunda, Tisbe, serían los comunistas de Podemos. Ambas son egoístas, y solo quieren conquistar el poder para excluir a los demás y trabajan exclusivamente en beneficio propio.

El siervo del Príncipe, Dandini se hace pasar por este, disfrazado durante todo el primer Acto. Así el Príncipe, a su vez disfrazado de siervo, puede observar a las candidatas al matrimonio con libertad. Dandini es el tonto útil. Me recuerda a Ciudadanos. Pese a ser un simple siervo disfrazado, por momentos piensa realmente que él es el genuino Príncipe. Para su desgracia, finalmente se le despoja de su disfraz y se da cuenta de que realmente no tiene ningún poder. Me viene a la cabeza ese Albert Rivera, que rechazó ser vicepresidente en el hipotético gobierno de coalición con los socialistas, y que creyó en el mítico sorpasso al PP. Pero lo único que obtuvo cuando cayó el telón es volver a la irrelevancia política.

‘Alidoro’, el filósofo y tutor del Príncipe, simbolizaría quizás a un descafeinado Vox, pues es este el que con su apoyo discreto (Madrid, Andalucía, y seguramente en las próximas elecciones), quizá tenga en su mano que la Cenicienta llegue al poder en el futuro. ¿Pasará Alidoro a ser Consejero del Príncipe en la Corte o quedará abandonado y en la más absoluta irrelevancia? Recordemos que los asesores pasan y son destituidos, pero el poder monárquico es hereditario.

Sobre el escenario durante la función pasa volando en las alturas un ‘Dios’ todopoderoso subido en una nube y blandiendo un rayo en su mano. Es la representación del poder de la Unión Europea, que con sus bendiciones en forma de millones de euros para la reconstrucción de Europa controlan el futuro de España.

Los “trabajadores del teatro, la orquesta, los técnicos” representan a los diferentes cuerpos de administración del estado, los cuales mantienen con eficacia el teatro y la representación en pie. Manejan los hilos, pero no tienen el poder. Son esenciales pero no deciden, solo ejecutan.

¿Y la Cenicienta? Esta es la clave. La sirvienta a la que nadie quiere, a la que pocos valoran, a la que el poder ignora. ¿Podría ser el maltratado Casado? Denostado por el Barón que lo ningunea y le trata de irrelevante, ninguneado e insultado por las hermanastras nacionalistas y podemitas, el pobre anda penando por la escena. Solo le hace caso Alidoro (Vox). Nuestra protagonista trabaja duro, cumple con sus funciones y parece buena persona, inteligente y honesta. Parece tener lo que se necesita para ser princesa pero carece de oportunidades. Nunca la llevaran a Palacio (TVE) y está solo en el ostracismo mediático. El mismo, durante la mayoría de la función está convencido de que nunca llegará a conseguir el amor del Príncipe, que es inalcanzable. Pero por ahí pasa Alidoro, el gran facilitador,que con su apoyo acaba llevándolo al baile de palacio, y de ahí al matrimonio soñado.

Recordemos que en el Acto II, todos los personajes cantan, sílaba por sílaba, la legendaria y cómica frase «Questo é un nodo avviluppato, questo é un grupo rintraciatto» («esto es un nudo complicado, esto es un lío muy cerrado»): es la política española en su máximo clímax.

Pero en La Cenerentola falta un personaje clave. ¡Falta Isabel Díaz Ayuso! ¿O quizá ande yo descarriado, y en un giro inesperado del guion sea ella la afortunada Cenicienta y no Casado?

Colorín-colorado, este cuento aún no ha acabado, until the fat lady sings.

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PD: recomiendo ver y escuchar «Questo é un nodo avviluppato, questo é un grupo rintraciatto»: adjunto link.

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