¿Qué hacer?
«Ahora la historia no pasa por debajo de casa, ni a paso de manifestación: está en todo y por todo –lleva ventilador incorporado: el exceso de información– y decir que sus partículas van aceleradas es quedarse corto»
Parece que Europa vuelve a ser el epicentro de la peste. Con dos diferencias frente al año 2019: existe una vacuna y ya tenemos chivo expiatorio. ¡Eureka! o ¡albricias!, como prefieran. Nada ofrece tanta satisfacción a los bajos instintos de una sociedad como una buena caza de brujas en tiempos de incertidumbre y miedo. Lo vimos durante el confinamiento: vecinos gritando a otros por charlar en la calle, la policía aplastando sobre el asfalto a una mujer-runner y los vecinos jaleando el violento bloqueo… No sigo por no cansar, pero nos hemos olvidado de lo que vivimos entonces y no sé si somos conscientes de lo que vivimos ahora. Menos mal del hombre que sacaba a pasear a su perrillo de peluche, o de aquel otro que, vestido con un pijama de dinosaurio, se sacaba a pasear a sí mismo: animales de compañía. Ahora no sé si habría tanto sentido del humor.
Recuerdo a veces la frase que le dijo el abuelo de George Steiner a su hijo en el balcón de su casa. En la calle cientos de parisinos gritaban consignas antisemitas orquestadas por los miembros de la ultraderecha francesa de entonces. Al preguntarle el niño qué era aquello, el abuelo de Steiner le contestó: «Es la historia que pasa por debajo de casa». Ahora la historia no pasa por debajo de casa, ni a paso de manifestación: está en todo y por todo –lleva ventilador incorporado: el exceso de información– y decir que sus partículas van aceleradas es quedarse corto. Nada se posa, ni reposa: ¿cómo analizarlo? No interesa que se haga: priva lo volátil. Quizá a esto se refiriera Fukuyama con el fin de la historia.
Si dejamos atrás el 11-S, el 11-M, Afganistán y las dos guerras de Irak, en la última década hemos visto la abdicación del Rey; la retirada del Papa más sabio por puerta trasera; el procés independentista; el Brexit británico; una peste asolando el globo; el confinamiento en el gueto de nuestras casas con junta militar y portavoz gubernamental dando el parte diario; la guerra de Ucrania; la de Siria; el incendio de Nôtre Dame; la anexión de Crimea manu militari; las maniobras de Lukashenko contra los suyos y contra la Unión Europea… Incluso los nombres: Crimea, Bielorrusia, Siria, confinamiento… guardan un eco a cosa vista. ¿No se parece todo esto a la historia? ¿Qué nos falta todavía?
De momento alguien –como en el chiste de Gila: ‘Alguien ha matado a alguien’– le ha cogido el gusto a meter miedo, sea con el gran apagón, la carencia de suministros, los contenedores inmovilizados, o los chóferes de camión que han desaparecido como si se los hubiera tragado la tierra. La crisis de la prensa también hace milagros propagando tremebundas amenazas a ver si vendemos más. Y va Austria y asoma su testa pionera –ya lo fue en los 20/30 del pasado siglo– y dice que los no vacunados vayan preparándose que son los culpables de casi todo y estamos tomando medidas. Empieza Austria, pero va a ocurrir en toda Europa.
Esto es extraordinario porque no deja de ser otra consecuencia del fracaso parcial de la vacuna, por un lado, y de la jibarización del pensamiento, por otro: tratar al ciudadano como a un estúpido y así va dejando de serlo. Ciudadano, quiero decir, porque una vez aflora la estupidez cuesta volver atrás: el entusiasmo con que se adhieren sus nuevos acólitos es de aúpa. Ya verán cuántos aplaudirán –ya oigo los aplausos– las medidas contra los no vacunados. En cuanto a la vacuna nos ayuda a mantener cierta seguridad y cierta libertad –no tanto la nuestra como la que nos dejan: otra vez la infantilización– y en algo neutraliza el poderío del bicho pero no lo anula en su totalidad. Los vacunados también enferman y cada vez se anuncian nuevas dosis en el horizonte. Solución: vamos a buscar culpables, no sea que el circo se pare y perdamos poder. Lo explicó muy bien René Girard. Austria ya ha dado el primer paso. Ahora empieza el ciclo de la mímesis y ojalá me equivoque, por muy vacunado que esté.