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Jordi Bernal

Ruiz-Mateos: una inefable tradición picaresca

«Vale la pena distraerse con las andanzas de Ruiz-Mateos aunque solo sea para recordarnos que lo nuestro con el chanchullo tiene su tradición»

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Ruiz-Mateos: una inefable tradición picaresca

José María Ruiz-Mateos. | Europa Press

La miniserie de Televisión Española sobre el auge y la caída de José María Ruiz-Mateos no solo nos devuelve una parte de la infancia sino que tiene la virtud de hurgar en la tradición picaresca española de la mano de uno de sus personajes más pintorescos de los años de la transición y los primeros lustros del felipismo. Fue tal vez un chivo expiatorio de las ansias socialistas por mostrar músculo rojo, pero ciertamente el empresario no se caracterizaba por unos métodos ortodoxos y legalistas.

Ruiz-Mateos: el primer fenómeno viral rastrea una trayectoria típicamente desarrollista que empieza con unos primeros negocios de emprendedor con arrestos y sigue con la construcción del mayor conglomerado empresarial de España mediante una metodología oscura y por la patilla. Fueron los años locos del Opus en el franquismo y de las cacerías berlanguianas de La Escopeta Nacional.

Cuando los socialistas llegaron al poder, pronto los líos contables de la Rumasa de Ruiz-Mateos dispararon todas las alarmas. Principalmente, las de su ministro de Economía, Miguel Boyer, que a partir de ese momento se convirtió en el blanco de todas las iras del empresario. Como es sabido, Rumasa se expropió y Ruiz-Mateos se transformó en un personaje catódico que organizaba todo tipo de perfomances más o menos ocurrentes para mantenerse en el candelero.

Gracias al buen material de archivo que maneja, la miniserie nos devuelve buena parte de las actuaciones del bueno de Ruiz-Mateos. Debo reconocer que a diferencia de Gil y Gil (otro pícaro que tal), el dueño de Rumasa no me despierta una animadversión visceral, más bien una tenue simpatía. Será ese punto truhan trasnochado (acusaba, por ejemplo, a Felipe González de tener una hija ilegítima, cuando era él quien había tenido una hija fuera del matrimonio), sonriente vendedor de crecepelo que me resultan entrañable.

Como no podía ser de otra manera, el listo supo adaptarse a los tiempos y probó en el fútbol y en la política. Poco sabía de las dos cosas. Como buen franquista sociológico, se apuntó al populismo y ahí radica su modernidad. Habló de las necesidades del pueblo y su lenguaje era recto y directo. Se fotografió en mangas de camisa y con un casco de obrero. Prometía empleo a mansalva y poco más. Llegó a eurodiputado, como Puigdemont, pero pronto se aburrió de la política porque lo suyo no era el mitin de pueblo sino más bien el trile de despacho.

Del fútbol también se aburrió. Compró el Rayo Vallecano como un escaparate mediático mientras luchaba por reconquistar en los juzgados su querida Rumasa. Sin embargo nunca entendió ese deporte bárbaro y le pasó la presidencia a su abnegada mujer, que acabó disfrutándolo más que él.

Entre los testimonios que trufan la serie de todo ahí: amigos que recuerdan al buen hombre y al filántropo, colaboradores que rememoran al empresario modélico, empleadas que desnudan a un tirano en albornoz insinuante, periodistas que desmenuzan al trepa ridículo, políticos que actualizan a un perseguido a la fuga. También queda espacio para los afectados por la estafa de los pagarés de Nueva Rumasa. Un marrón que alguno de los afectados incluso se niega a reconocer la implicación de José María Ruiz-Mateos; todo sería cosa de la codicia de los incontables hijos, esos niños pijos que chupan talego con supuestas cuentas en paraísos fiscales.

De aquellos polvos, estos lodos. Vale la pena distraerse con las andanzas de Ruiz-Mateos aunque solo sea para recordarnos que lo nuestro con el chanchullo tiene su tradición y solera, y por qué no, su poquito de arte. Y que en las fáciles soluciones es en lo primero que piensa cualquier listo cuando quiere tener un éxito político inmediato.

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