Vivir con miedo
«Cerrarlo todo también es letal. El mejor ejemplo (o, como mínimo, el más cercano) lo da el Madrid de Isabel Díaz Ayuso»
Habrán visto la escena infinidad de veces: «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser un esclavo». Un hombre físicamente perfecto, que sabe que va a morir, contempla el miedo en los ojos de su perseguidor y, en el último instante, le salva la vida.
El hombre físicamente perfecto, Rutger Hauer, murió hace año y medio porque la escena es el célebre final de una película mítica que cumplirá 40 años en 2022. Su perseguidor, un joven Harrison Ford mil veces protagonista, queda allí relegado a contemplar como un guiñapo humano el impresionante final de Roy, su replicante salvador.
El mundo del futuro que dibujó Blade Runner no es exactamente el que vivimos. Pero el miedo y la muerte que impregna cada fotograma (con la insuperable sintonía de Vangelis) inundó toda nuestra vida social con la pandemia, y ahí sigue.
Esos dos ingredientes fatales de la vida -el miedo y la muerte- ofrecieron esta última semana dos noticias relevantes: una buena y otra mala. La buena pasó desapercibida. La mala, quizá, no ha hecho nada más que empezar.
La buena noticia fue la detención de los asesinos de Isaac. ¿Que quién es Isaac? Pues un muchacho con Asperger apuñalado en manada hasta la muerte este verano en un túnel bajo las vías de los trenes que salen de Atocha en Madrid. Los concienzudos periodistas de información local han contado, en páginas interiores, que tres de los cuatro detenidos son menores, que tres de los cuatro tienen nacionalidad española, aunque tres de los cuatro no nacieron en España, que los cuatro forman parte de la banda latina Dominican Don’t Play (DDP), y que el motivo para apuñalar por la espalda a Isaac fue que el chico se negó a integrarse en esa banda y en otra igual de violenta que también le reclamaba, y que se hace llamar los Trinitarios.
Las bandas latinas pretendían la integración de Isaac en sus filas porque el muchacho hacía sus pinitos como habilidoso rapero. Cualquiera habría sucumbido al miedo, sobre todo sabiendo cómo se las gastan los pandilleros de todos los entornos sociales. Quizá el Asperger ayudó a Isaac a decir que no: él vivía en un universo de miedos distintos. Muchos otros chavales, posiblemente antes que por miedo, se habrían rendido por la fascinación de formar parte de tan elitista banda de delincuentes. Digo elitista sin sarcasmo: también en la extorsión, la destrucción, el amedrentamiento… como en cualquier forma de hacer el mal, hay especialistas.
Otro crimen de los DDP fue noticia este verano. La policía detuvo en Zaragoza a tres de sus integrantes por haber participado, un año antes, en una horrenda violación en manada que la víctima no se atrevió siquiera a denunciar por miedo a sus agresores: la conocían, los conocía. Media docena de pandilleros la tuvieron secuestrada varios días. El juego consistió en entretener las horas en violarla para grabar la hazaña en sus teléfonos móviles. Cuando se aburrieron, la abandonaron como una piltrafa desnuda en la calle.
Los machotes de los DDP de Zaragoza fueron localizados por su afán de publicitar sus hazañas: para amedrentar a todos, los abusos contra uno necesitan ser difundidos. Y la policía localizó las grabaciones tras una detención. La buena noticia de esta semana es que, en medio de demasiadas informaciones perdidas de apuñalamientos (con amputaciones incluidas) cometidos en manada, la policía ha detenido a los asesinos de Isaac. Queda tirar del hilo de las pandillas y demostrar -a las víctimas de sus extorsiones y a tantos jóvenes que las bandas captan para su violencia nihilista- que su final es la cárcel. Es y debe ser muchísimo tiempo de cárcel.
La mala noticia de la semana llegó el viernes con forma -otra vez- de virus mutante. A las puertas del 2022, el miedo y la muerte siguen vestidos de covid. La última variante se llama ómicron y provocó un desplome bursátil digno del Black Friday que estaba celebrándose en los comercios. En Estados Unidos, el índice Dow Jones sufrió la mayor caída en un día desde octubre de 2020, y eso que cerró pronto por la celebración de Acción de Gracias. Aquí, en España, la Bolsa de Madrid (con su Ibex-35) lideró los desplomes de los mercados europeos: ¡a ver quién se atreve ahora a decir que no somos capaces de liderar nada!
La Organización Mundial de la Salud (OMS) desató la alarma al anunciar que había localizado una nueva variante del covid que bautizó con la letra griega ómicron y calificó como «preocupante» porque «presenta un gran número de mutaciones» que podrían conllevar «mayor riesgo de reinfección».
La OMS contó que la variante ómicron había sido localizado en Sudáfrica, donde la tasa de vacunación es muy baja. Según la estupenda recopilación de datos de Our World in Data, en Sudáfrica sólo está vacunada (con pauta completa) el 24% de la población: menos que la media de todo el mundo -un 43%- pero mucho más que la mayor parte de los países africanos (en Níger, por ejemplo, sólo hay un 2% de vacunados). En España, ese porcentaje de vacunados con pauta completa es del 80%. No solo lideramos las cifras de hundimiento económico, también -en el lado positivo- lo hacemos en tasas de vacunación: medalla de plata europea, solo por detrás de Portugal.
Tras el hundimiento bursátil del viernes, el fin de semana se han multiplicado las noticias de ‘buscando a Wally’ por el mundo, junto a los anuncios de cierres de fronteras y vuelta a las limitaciones de movilidad: más de 60 pasajeros dieron positivo (por Covid, no necesariamente de la variante ómicron) al aterrizar en Ámsterdam en un vuelo procedente de Sudáfrica, y van goteando los casos confirmados por ómicron en muchos países europeos.
En los primeros meses de 2020, la engañifa del sologripismo (solo es una gripe más) fue una ceguera políticamente alimentada que retrasó la rápida respuesta a una alerta sanitaria que estaba desbordando las urgencias y las UCIS de los hospitales de grandes ciudades, y arrasando con la muerte en demasiadas residencias de ancianos. A aquella infrarreacción podemos contraponer hoy una sobrerreacción igualmente dañina. El riesgo es muy alto.
Abundan los dirigentes políticos que acorazan su poder en la imposición, la prohibición y la excepcionalidad. Aquí -sin ir más lejos- los tenemos al frente del Gobierno de España. Pero si algo nos han enseñado estos casi dos años de pandemia es que lo eficaz es aprender a convivir con el virus; es compaginar la precaución con la vida. Porque cerrarlo todo también es letal.
El mejor ejemplo (o, como mínimo, el más cercano) lo da el Madrid de Isabel Díaz Ayuso. Este fin de semana, en una larga entrevista en el diario británico The Daily Telegraph, ella lo explicaba con meridiana claridad: «La economía es también una cuestión de salud»; «Cuando los historiadores echen la vista atrás verán que todos los cierres, salvo el primero, fueron un error histórico»; «Los cierres han sido un abuso de poder, y un fracaso incluso en términos sanitarios»…
En la semana que hoy empieza volverá la batalla con los entusiastas de encerrarnos a todos. De imponer el miedo, los confinamientos y la parálisis aun al coste de desacreditar el único liderazgo positivo que los españoles hemos conseguido en esta larguísima crisis: ser campeones de vacunación.
Ojalá no olvidemos que lo peor de vivir con miedo es renunciar a vivir.