El velo no es feminista (ni Yolanda Díaz ni sus amigas)
«Resulta curioso que la diversidad tenga que recaer invariablemente sobre las mujeres y que los hombres puedan ser la mar de musulmanes o lo que se tercie en tejanos y camiseta»
De un tiempo a esta parte contemplo, con estupefacción, las campañas de blanqueamiento de una prenda tan machista como es el hijab. La Unión Europea, por ejemplo, difundió en redes sociales unos carteles en los que se decía que el hijab era un símbolo de la diversidad y de la belleza. Sí, claro, es bellísimo que las mujeres tengan que cubrir su cabello y todo su cuerpo aunque el termómetro marque 40 grados a la sombra. Una preciosidad, vamos. Porque no nos olvidemos que el hijab no es una especie de diadema de quita y pon, sino una prenda que se ha de llevar siempre y que implica cubrir también el resto del cuerpo para no provocar a los hombres. Desde luego resulta curioso que la diversidad tenga que recaer invariablemente sobre las mujeres y que los hombres puedan ser la mar de musulmanes o lo que se tercie en tejanos y camiseta.
Y en eso andan Yolanda Díaz y sus amigas –así se definen ellas, aunque veremos cuánto dura la amistad, porque ya hay encuestas que dicen que Ada Colau resta, que nos están intentado colar como feminista a Fátima Hamed, pañuelo en ristre y cuerpo tapado como ordena y manda el patriarcado musulmán. Ha salido en defensa de su «feminismo», por ejemplo, Loreto Arenillas –la de la fotopolla-, para la que resulta más grave recibir una foto no deseada que el hecho de que las mujeres tengan que cubrir su cuerpo por indecoroso y que se tengan que mantener vírgenes hasta el matrimonio. Porque eso es lo que significa el hijab y resulta incompatible con la igualdad y la libertad. Los islamistas tiene que estar que no se lo creen con la suerte que les ha caído encima: desde uno los partidos en el Gobierno no solo no se critica el machismo del pañuelo, sino que lo intentan vender como un símbolo progresista y de empoderamiento de la mujer.
También salió en su defensa Mónica Oltra, con un argumento que haría sonrojar a cualquier alumno de primaria: comparar el hijab con el maquillaje y los tacones, como si estos últimos fueran obligatorios o como si las mujeres que llevan hijab no se maquillaran ni se calzaran sus buenos tacones. Claro está que Oltra y Hamed tienen bastante en común, por ejemplo considerar compatible el feminismo con compadrear con violadores. Oltra estaba casada con un educador que abusó sexualmente de forma continua de una menor tutelada y ella y su Consejería, lejos de practicar el <<hermana, yo sí te creo>> con el que tanto se llenan la boca, decidieron no creer a la niña a la que debían proteger, por lo que no comunicaron los hechos a la Fiscalía de Menores. Una se pregunta para qué le sirvió a esta pobre cría la Consejería de Igualdad y Políticas Inclusivas. Y parece que el «yo sí te creo» tampoco va con Fátima Hamed, que no tienen ningún reparo en posar sonriente con Tariq Ramadán, imputado y encarcelado en París tras haber sido acusado por violar a varias mujeres.
Y es que el tema de estas supuestas feministas con las violaciones y los abusos sexuales es bastante curiosa. A veces parece que las mujeres no podamos salir ni al tranco de la puerta por el riesgo de sufrir cualquier tipo de ataque por parte de los malvados hombres -pese a que España es uno de los países más seguros para las mujeres, seguridad que ha decaído, por cierto con el Gobierno que se autodenomina feminista- y para ello lanzan las alertas ultras y convocan todas las manifestaciones que sean necesarias. Pero, sin embargo, cuando se produce un caso realmente espeluznante como el de las menores tuteladas prostituidas en Baleares o como el de la pobre niña de Igualada, que sufrió desgarro anal y vaginal; la pérdida de visión de un ojo y de audición de un oído tras una salvaje violación, el silencio casi sepulcral solo se ve roto por un tuit de compromiso de la Ministra de Igualdad. No sé ustedes, pero yo me pierdo un poco con los criterios de sororidad de las «otras políticas». Bueno, me pierdo con su feminismo en general. Y es que cubrir el cabello y el cuerpo para no provocar a los hombres porque así lo ordenan los líderes religiosos no es feminista; encubrir a violadores porque son de tu cuerda no es feminista; el «hermana yo sí te creo» a tiempo parcial no es feminista; decretar alertas ultras por intereses políticos no es feminista y defender a las mujeres solo si se puede sacar rédito político no es feminista.
Es cierto que el feminismo institucional, encabezado por Irene Montero y Yolanda Díaz, está haciendo todo lo posible para que la palabra «feminismo» se convierta en un significante vacío, pero el feminismo sigue siendo necesario porque las mujeres continúan siendo víctimas -también en nuestro país- de imposiciones como el velo, de ablaciones del clítoris, de matrimonios forzosos, de violaciones y de explotación sexual. Si de verdad queremos acabar con todo esto, tenemos que apoyar a las personas que realmente luchan por la igualdad y la libertad plantando cara a todos esos abusos y no a unas políticas cursis que pretenden relegar a las mujeres a los cuidados y a la eterna minoría de edad mientras nos cuentan lo amigas que son y lo bonita que es su política.
Y, por supuesto, hay que respetar la diversidad, pero jamás en detrimento de los derechos de las mujeres. Tenemos en nuestro país el ejemplo de personas valientes como Najat el Hachmi o Mimut Hamido que no están dispuestas a que nos cuelen como feminista ese hijab contra el que ellas han tenido que luchar pagando un precio muy alto por ello. Un pañuelo que «las otras políticas» jamás se pondrían, pero que no tienen empacho en utilizar como reclamo publicitario y para sentirse ellas buenísimas personas. Por eso es tan importante arrancar el feminismo de las garras de la cursilería y luchar contra los abusos que todavía se producen y no contra los molinos de viento la gramática española.