THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Fotopollas y violencias

«Se les olvida a las que tanto hablan de violencia digital, que a las que discrepamos con ellas también se nos echan encima las hordas furibundas del buenismo bien»

Opinión
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Fotopollas y violencias

Mónica García (d) y Loreto Arenillas (i). | Óscar Cañas (Europa Press)

Loreto Arenillas, diputada de Más Madrid, mostró una fotopolla desde el atril en la Asamblea regional. La llamo fotopolla porque fotopene me parece una moñada. Si se trata de no decir polla, que es como se les ha llamado siempre, prefiero fotopito o fotocimbrel. Incluso puedo ponerme lírica y llamarlas fotosabledelamor. Pero fotopene… meh. A lo que íbamos. Que para denunciar la «violencia digital», la diputada Arenillas mostró una fotopolla durante su intervención. 

A mí, que soy muy pudorosa, denunciar que una se siente violentada cuando recibe una cochinada de estas enseñándola en el parlamento autonómico, una institución del Estado, pues me parece un poco excesivo. Irrespetuoso, incluso. No quiero parecer tiquismiquis. A mí me pareció cojonudo, por ejemplo, que John Cleese fuera la primera persona en decir «joder» en un funeral británico. Es más, yo quiero que en mi sepelio algún amigo mío -a poder ser Ramón de España- cante algo irreverente y palabrón, y que Juan Abreu lea una oda erotómana a mi difunta persona. Quiero decir, que no se trata de una cuestión de melindres, sino de estética: Una cosa es ser John Cleese y decir «joder» en el de Graham Chapman, y otra ser Loreto Arenillas y ser la primera persona en mostrar una fotopolla en la Asamblea de Madrid. No hay color.

Dicho esto, vayamos al tema fotopolla. Me dirijo ahora a los señores: fotopollas no solicitadas no, gracias. No nos gustan. En general. No quisiera marcarme un monterismo y hablar en nombre de todas las mujeres. Pero recientes, recientísimas, encuestas realizadas por mí misma entre mi círculo más cercano -a lo Tezanos- indican que a un 99% de la población femenina nos repugnan las fotos de pollas carentes de solicitud explícita previa. Yo, más que violencia digital, lo llamaría mal gusto, ausencia de decoro, un atropello a las más básicas normas de urbanidad. Violencia digital es recibir amenazas, por ejemplo, por participar en el debate público de manera activa. Independientemente, atentos a esto, del espectro ideológico en el que este se sitúe.

Porque, parece, se les olvida a las que tanto hablan de violencia digital, que a las que discrepamos con ellas en algunos temas de la conversación pública también se nos echan encima las hordas furibundas del buenismo bien. Solo que estas lo hacen desde la legitimidad que otorga estar en el lado correcto de la vida, la cara iluminada de la luna. Que son superiores, coño, no es que lo parezcan. Que lo ha dicho Carlos Bardem, el hermanodé. En pie.

A lo que iba, que me lío. Que a lo mejor para denunciar la violencia digital no era necesario mostrar un fotopolla y reducir esa violencia a que una mujer reciba tal despropósito por parte de un maleducado. A lo mejor estaría bien decirlo, claro, y ampliar la protesta a la violencia que sufren tanto hombres como mujeres cuando participan en la conversación pública en redes. Ir a lo mollar, vamos, y no quedarnos en la anécdota simplona y desagradable, que lo es. Es más, lidiar con una fotopolla es fácil, prueben ustedes a bloquear. Pero traten de enfrentarse a una cáfila de esquizofeministas desatadas tras publicar un artículo en el que citan un estudio (este) en el que se indica por qué la gran mayoría de los hombres no agrede a sus parejas. Spoiler: tendrán que cambiar su cuenta de correo electrónico y desactivar la posibilidad de recibir mensajes privados en redes.

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