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David Mejía

Canet de Mar, un nuevo Ermua

«Para desgracia del Ejecutivo, el caso de Canet ha llegado a terminales mediáticas que creíamos imposibles y ha capturado una cuota insólita de atención pública. ¿Será este el punto de inflexión que creíamos imposible?»

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Canet de Mar, un nuevo Ermua

David Zorrakino | Europa Press

La única industria puntera que queda en Cataluña es la industria del odio. Podrán cerrar Nissan y Seat, y el Barça medirse ante el Panathinaikos en la Europa League, pero la cadena de producción del odio no se resiente. Las fábricas están bien engrasadas y los emprendedores no huyen a otras regiones de España. Lógico, en ninguna parte se cultiva el odio mejor que en la Cataluña nacionalista. La California de Europa hace tiempo que tiene un aire a Luisiana, más cerca de la segregación que de Silicon Valley.

No es casualidad que la foto de la pequeña Ruby Bridges, icono de la lucha contra la segregación en Estados Unidos, haya circulado por las redes como denuncia al acoso a una familia de Canet de Mar que ha tenido la osadía de pedir que se respeten los derechos lingüísticos de su hijo. Ruby, niña afroamericana de solo seis años, tuvo que ser escoltada por tres agentes de la guardia nacional para asistir al colegio William Frantzen de Nueva Orleans, des-segregado por orden del juez J. Skelly Wright. La hazaña, la foto y el cuadro de Norman Rockwell la convirtieron en un icono de los derechos civiles.

Conviene recordar que su escolarización en un colegio de blancos no se logró con el diálogo, sino con la Ley y con la voluntad del gobierno federal de hacerla cumplir. Porque los racistas no estaban dispuestos a ceder: en su primer día, la pequeña fue recibida por una multitud rabiosa que le gritaba y lanzaba objetos. En cuanto puso su pequeño pie en la escuela, los padres de los demás alumnos sacaron a sus niños y anunciaron un boicot que duraría semanas (lo que hoy llamaríamos «hacer el vacío»). Entre los profesores, solo una aceptó a Ruby en su clase, Barbara Henry; Ruby fue su única alumna durante más de un año. Fue muy difícil, pero la familia no desistió, ni siquiera cuando los agentes que escoltaban a Ruby sugirieron que trajera la comida de casa, por miedo a fuera envenenada. Toda sociedad donde el ejercicio de un derecho básico exige heroicidad y sacrificio es una sociedad enferma.

Sobre el acoso a la familia de Canet de Mar se ha escrito mucho en los últimos días, pero la concentración de atención mediática puede opacar una verdad esencial: no se trata de un hecho aislado. El señalamiento de los opositores a la inmersión lingüística es tan antigua como la inmersión misma; la persecución del discrepante es el ingrediente mágico del consenso. Quien persigue a uno, atemoriza a mil. Y esta persecución no se circunscribe a la lengua o a la escuela: el hostigamiento a quienes se oponen a la dominación nacionalista es una constante en Cataluña. Además de la propuesta de apedrear la casa de los herejes de Canet, esta semana hemos leído amenazas en las sedes del PSC en Terrassa y Berga, y en la vivienda del rector de la UAB. Hace unos días el TSJC concluyó que la Generalitat discriminó con la vacunación a policías y guardias civiles y unos humoristas de TV3 hacían bromas sobre un perro que huele españoles.

Les confieso, no sin amargura, que la xenofobia de los nacionalistas la tengo asumida, pero no termino de acostumbrarme a la equidistancia viscosa de los de siempre. De quienes solo rompen su silencio para hablar de los unos y los otros. Son los mismos que alertan a diario contra la amenaza fascista y se indignan cuando Ciudadanos pasea una bandera de España en el día de la Constitución. Claro que es comprensible que no se pronuncien sobre el niño de Canet de Mar porque, como decía, no es un caso aislado. Enfrentarse al nacionalismo por esto no sería afearle una conducta puntual, sino enmendar su manera de ser y estar en política desde hace cuatro décadas. Y eso es imposible, porque son los socios preferentes del Gobierno. Sobre nuestra Luisiana no manda Eisenhower, sino Sánchez.

Pero, para desgracia del Ejecutivo, el caso de Canet ha llegado a terminales mediáticas que creíamos imposibles y ha capturado una cuota insólita de atención pública. ¿Será este el punto de inflexión que creíamos imposible? ¿Habrá un antes y un después? ¿Será Canet, como lo fue Ermua, el pueblo donde cambie por fin el rumbo del viento? De nosotros depende que así sea.

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