La izquierda reaccionaria
«En España existe una izquierda reaccionaria, una izquierda que apoya dictaduras con presos políticos y graves violaciones de derechos humanos»
Hace pocos días se anunció en Estados Unidos la creación de una nueva universidad que se plantea como objetivo la defensa de la verdad y el pensamiento libre frente a la ola de oscurantismo y persecución ideológica que, a juicio de sus promotores, se esconde tras el movimiento woke y la llamada cancelación política. El nuevo centro se denomina Universidad de Austin, su presidente es Pano Kanelos, que lo fue hasta hace poco del Saint John’s College en Annapolis, y cuenta con el apoyo y la colaboración de muy destacados académicos, políticos, periodistas y artistas como Larry Summers, Robert Zimmer, Peter Boghossian, Steven Pinker, Lex Fridman, Andrew Sullivan, Caitlin Flanagan, David Mamet o Ayaan Hirsi Ali, entre otros muchos.
«Nuestra democracia se está tambaleando, en gran medida porque nuestro sistema educativo se ha hecho iliberal y está produciendo ciudadanos y líderes que son incapaces y reacios a participar en la actividad central de la gobernanza democrática. Si las universidades no son abiertas y pluralistas, si reprimen la libertad de expresión y condenan al ostracismo a quienes tienen puntos de vista impopulares, si enseñan a los estudiantes a huir de algunos asuntos polémicos por miedo, si priorizan el confort emocional sobre la frecuentemente incómoda búsqueda de la verdad, ¿quién quedará para moldear el discurso necesario para sostener la libertad en una sociedad autogobernada?», escribía Kanelos el mes pasado para presentar su proyecto. Existen dudas razonables de que esta universidad llegue a consolidarse como una verdadera institución académica, pero de momento ha servido para llamar la atención hacia un fenómeno creciente y que no se reduce a Estados Unidos, el de la izquierda iliberal o abiertamente reaccionaria.
Confieso que el concepto choca de entrada. Pertenezco a una generación de españoles que identifica la izquierda con la lucha contra el franquismo y por la libertad y la democracia y me cuesta, por tanto, verla situada en el otro lado de esa causa. En Estados Unidos, esta deriva de la izquierda hacia posiciones autoritarias, represivas, es consecuencia, como ya analizó perfectamente Mark Lilla en 2017, del triunfo de las políticas de identidad, que eliminaron los valores tradicionales de la izquierda para imponer nuevas doctrinas sectarias que parecían responder más a la presión de la corrección política que a los verdaderos intereses ciudadanos. Eso nos ha llevado a aberraciones como las que hemos visto en los últimos años, en los que la izquierda se ha sumado con entusiasmo a la quema de libros «peligrosos» y a la censura de discursos «inconvenientes».
Por supuesto, también existe una derecha reaccionaria. En Estados Unidos, nada menos que liderada por un personaje tan infame como Donald Trump. Pero, a diferencia de lo que sucede en la izquierda, Trump ha sido públicamente contestado y criticado desde la derecha liberal, donde voces muy prestigiosas se han pronunciado para advertir que, aunque se vista de republicano, Trump no representa en absoluto al partido de Lincoln. No ocurre lo mismo en la izquierda. Aunque son evidentes las diferencias, la izquierda moderada se resiste a reconocer la existencia de posiciones extremistas en su mismo campo y se tiende a envolver todo bajo la confusa denominación de «progresista». De tal manera que, así como existe y se alude a la «extrema derecha», no existe, aparentemente, ninguna «extrema izquierda».
Tampoco en España existe, al menos en el lenguaje político habitual, la «extrema izquierda». Da la impresión de que se reserva ese nombre únicamente para grupos que recurren a la violencia para alcanzar sus propósitos. Todos los demás, basta que estén contra la derecha para ser admitidos en la izquierda. En España hemos llegado al esperpento de que se puede ser de izquierdas aún exhibiendo una ideología nacionalista clasista y excluyente, con tal de que se esté en contra del Partido Popular.
Lo cierto es que, lo reconozca o no el lenguaje político, en España también existe una izquierda reaccionaria, una izquierda que apoya dictaduras con presos políticos y graves violaciones de derechos humanos, una izquierda que se burla de los derechos de la mujer con una legislación que las hace desaparecer con la excusa de defender otras identidades minoritarias, una izquierda que, incluso, defiende los velos y pañuelos que se utilizan para oprimirlas en otras latitudes y que fueron eliminados hace años de nuestra sociedad con la ayuda fundamental de esa izquierda cuando era liberal. Existe en España una izquierda que apoya o guarda silencio ante el acoso de las instituciones catalanes a una familia que quiere educar a su hijo en español. Existe actualmente una izquierda que aborrece la libertad de expresión, que sospecha de todas las libertades individuales y propicia una sociedad uniforme en la que la disidencia es condenada a diario a la muerte civil.
Conozco mucha gente en la izquierda que comparte este punto de vista, pero algunos de ellos lo justifican por la existencia de Vox. O, al menos, entienden que es Vox el que ha empujado a la izquierda a posiciones más radicales. No es cierto. Vox fue la consecuencia del éxito de esa izquierda reaccionaria de la mano de Podemos, no al revés. Era fácil imaginar que las posiciones extremas desde la izquierda serían contestadas con posiciones extremas desde la derecha.
Pedro Sánchez llevó a esa izquierda reaccionaria al Ejecutivo bajo el palio del «Gobierno progresista», que lo disculpa todo. Es difícil asegurar a qué izquierda pertenece el propio Sánchez porque sus ideas son prestadas -las usa y las devuelve después a sus dueños porque da la impresión de que no se las queda en su cabeza-. El último préstamo fue de Pablo Iglesias: esa idea peregrina de que la Constitución, toda la Constitución, es la hoja de ruta de su Gobierno. Y así ha ido viviendo hasta ahora, con préstamos unos días de la izquierda socialdemócrata y, al día siguiente, de la izquierda reaccionaria.
Precisamente la ausencia de ideas del actual PSOE ha hecho que, con excepción de la política europea -con el pan no se juega-, el peso doctrinal de Podemos en el Ejecutivo sea mayor del que le correspondería por su fuerza electoral. Es triste ver en ese papel a un partido que hasta hace poco fue, precisamente, el que trajo a España la izquierda liberal y fue uno de sus grandes promotores en Europa y, sobre todo, en América Latina. Para no extenderme, cerraré con un ejemplo: hubo un tiempo en que la liga del PSOE en América Latina estaba formada por Ricardo Lagos, Fernando Henrique Cardoso, Julio María Sanguinetti… Hoy, los socios de Zapatero -paladín y nexo unificador de esta nueva izquierda reaccionaria- son Nicolás Maduro, Evo Morales y Rafael Correa.