El nuevo espíritu del capitalismo
«Lo raro a estas alturas no es la barba rasputiniana de Jack Dorsey o el cutis alienígena de Mark Zuckerberg, sino la faz adusta de Marta Ortega»
Han corrido ríos de tinta a cuento de la designación de Marta Ortega como presidenta de Inditex. El hecho no tiene nada de sorprendente, aunque algunos medios lo hayan narrado en términos de meritocracia (¿tanto amerita doblar camisetas durante unos meses?) y otros, en clave de sucesión dinástica. Sorprendente es, en puridad, el personaje. Al fin y al cabo, nos hemos acostumbrado al entrepreneur de Silicon Valley, que blande ideas estrafalarias y viste como un villano de tebeo. Lo raro a estas alturas no es la barba rasputiniana de Jack Dorsey, el cutis alienígena de Mark Zuckerberg o las ideas de bombero de Elon Musk, sino la faz adusta de Marta Ortega.
Si algo nos enseña Succession, la espléndida serie de HBO, es que el esprit de serieux es cosa del pasado. En la «civilización de lo ligero» (Lipovetsky dixit), la riqueza se exhibe por medio de la ostentación de la holgazanería y el denuesto del esfuerzo. Es fácil odiar el orden en casa ajena cuando en el casoplón te espera un ejército de mucamas y palafreneros en perfecto estado de revista. En el viejo fordismo claro que imperaba la seriedad: serio era ser dueño de una fábrica, como serio era picar en la mina; lo frívolo era no producir. Hoy el mejor candidato a heredar un emporio mediático es el hermano de Macaulay Culkin, que se pasa el rato esnifando perico, contando chistes y haciendo el imbécil.
El inversor Josh Aaronson, encarnado en la serie por Adrien Brody, encarna a la perfección aquello que Boltanski y Chiapello han llamado «el hombre ligero». Queda lejos la vieja caricatura del burgués, siempre asociado a lo pesado y, en consecuencia, revestido de una opulenta gordura. El hombre ligero carece de ataduras, está fit y viste como un atorrante. Para entender el nuevo espíritu del capitalismo basta verlo picotear una ensalada; como ha escrito Eva Serrano, «esa comida perfectamente servida por seres invisibles in the middle of nowhere que nadie come».
El momento estelar de Succession es la reunión de inversores, a mediados de la tercera temporada. Quienes deben hablar en nombre del capital no pueden hacerlo (tanto Logan como Sandi están demasiado cascados para pronunciar palabra); hasta quienes se oponen a él son reliquias de museo: el abogado anticapitalista parece hablar en chino al parvenu Greg, posmillenial trepa cuya única ideología es forrarse.
Yerran quienes confunden el capitalismo con el humo negro de las fábricas y los trabajadores tiznados de hollín»
Hay algo que desconocen los enemigos del sistema. Este ya no predica el ascetismo ni proscribe el disfrute, como aquel vetusto espíritu protestante que estudiase Max Weber, sino que promueve el goce hedonista y la autorrealización. Por eso estamos tan a gusto en él: no porque esté hecho a nuestro medida, sino porque nosotros estamos troquelados en su molde.
Yerran quienes confunden el capitalismo con el humo negro de las fábricas y los trabajadores tiznados de hollín. En Succession, el heredero de Waystar, empresa que ha ocultado acosos, violaciones y asesinatos, enarbola el asta de la bandera medioambiental. En tiempos de cinismo y dicacidad, todo está permitido. La propia compañía, acusada de espiar las conversaciones de los usuarios, llega a adoptar el inverecundo eslógan «te escuchamos». ¿Será cierto que en la era del capital solo cabe fluctuar?
Succession retrata bien la naturaleza mercurial del nuevo capitalismo. Las relaciones fluidas entre empresa y trabajador que promueve el «capitalismo flexible», en expresión de Sennett, so pretexto de superar las viejas jerarquías, dan lugar a un nuevo tipo de explotación. El chantaje es sencillo: al abolir el viejo acuerdo entre trabajador y empresa, pierdes estabilidad, pero a cambio ganas un amigo. Como saben los profesionales creativos, cuando el jefe es un colega enrollado, lo propio es que pague en likes. Kendall Roy en la oficina de Vaulter, a mitad de la segunda temporada, es el capitalismo con rostro humano, chándal y riñonera. Como estamos en familia, no hace falta que os sindiquéis -viene a plantear, con una forzada campechanía-; y, si lo hacéis, os pongo de patitas en la calle.
La vida imita el arte… Mientras escribo estas líneas, oigo en la tele la última peripecia de Vishal Garg, CEO de la empresa crediticia better.com. Garg, conocido por sus cambios de humor, sus arranques extemporáneos y, en general, su carácter voltario, ha sido noticia por despedir a novecientos trabajadores en una llamada grupal de Zoom. Es lo que pasa cuando estás entre amigos.