THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Antivacunas involuntarios y virus mutante

«Lo que no es excesivo, sino imprescindible, es decidir vivir con el virus, como vivimos con tantas fuentes de riesgo, de enfermedad y de accidentes»

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Antivacunas involuntarios y virus mutante

Una persona recibe en Madrid la vacuna contra el coronavirus. | EP

El 23 de noviembre, hace menos de un mes, las autoridades sanitarias de Sudáfrica alertaron de la aparición de una nueva variante del virus de la covid, que días después la OMS bautizó como ómicron. Pronto se vio que las múltiples mutaciones del virus que habían dado lugar a la  ómicron podían favorecer una muy rápida transmisibilidad, así como una mayor capacidad para eludir la inmunidad o protección previa. Es decir, ómicron podría ser más contagiosa que anteriores variantes de la covid, al punto de poder infectar a personas vacunadas o que hubieran pasado ya la enfermedad. A cambio, las autoridades sanitarias sudafricanas apuntaron que la infección por ómicron parecía menos letal que las anteriores

Acertaron de pleno. Menos de un mes después, y al calor de unas cifras de contagios disparadas, ha vuelto un pánico al covid que revitaliza todos los miedos de la primera ola sin ponderar lo que hemos aprendido en estos casi dos años de pandemia: 

  1. Lo primero, y principal, es que los humanos demandamos certezas, pero la humanidad avanza con el método de prueba y error, y retrocede cuando algún fanatismo se impone. 
  2. Lo segundo, y más concreto, es que hasta ahora la enfermedad covid cursa grave (estadísticamente) en personas mayores; no en niños ni en jóvenes. 
  3. Y lo tercero, y más contingente, es que las vacunas muestran (también estadísticamente) un notable freno a la gravedad de la enfermedad de quienes se contagian. 

Evidentemente, lo primero anima a la alerta flexible y a aprender de las diferentes formas de encarar la pandemia, lo segundo a no confundir niños con ancianos para cuidar a los mayores, y lo tercero a defender las vacunas en aquello que son eficaces para seguir investigando.

Nada es como hace dos años, ni tampoco como en las sucesivas olas, mucho menos letales, que vinieron después. Conviene no olvidar que al inicio de 2020 hablábamos de muerte al por mayor. En realidad, más que hablar susurrábamos porque la ausencia de datos y el cerrojazo informativo al que fuimos sometidos trasladaba la información relevante boca a boca mientras nos encerraban a todos.

Es verdad que en las últimas semanas se han disparado los contagios, pero contagios no es enfermedad grave. También es cierto que, al aumentar tan rápidamente la infección, empieza a haber tensiones en algunos centros de salud de grandes ciudades. Pero, de momento, son relativamente pocos los enfermos que han necesitado ser hospitalizados. Aún más relevante: la inmensa mayoría de quienes sí requieren hospitalización no están vacunados. 

Esto último es clave: la vacuna no impide el contagio con ómicron, pero sí reduce (estadísticamente) la gravedad del cuadro clínico del enfermo. 

La noticia, por tanto, podría darse en positivo: a pesar de la aparición de una nueva variante covid especialmente contagiosa y capaz de infectar, incluso, a algunas personas vacunadas, la gravedad de la enfermedad parece (de momento) menor para todos, y está (estadísticamente) comprobado que es mucho menor para las personas vacunadas. Y es verdad que los contagios por ómicron también afectan a los niños, pero (estadísticamente) solo cursan cuadros leves. Siempre estadísticamente, los hospitalizados, los ingresados en UCI y los fallecidos siguen siendo mayores de 60 años.

Quizá en lugar de martillear con el relato de cómo crece día a día la incidencia acumulada (el número de casos por cada 100.000 habitantes detectados en los últimos 7 o 14 días), podría dedicarse un esfuerzo especial a comparar las tasas de hospitalización, de ingreso en UCI y de fallecidos entre vacunados y no vacunados, dentro de los contagiados. Es tan impresionante la diferencia estadística que poco más habría que hacer para promover las vacunas entre los adultos. 

En cambio, poner todo el foco en el rápido crecimiento de los contagios, en la evidente capacidad de la nueva variante ómicron de infectar también a personas vacunadas o que ya padecieron la enfermedad, o en alertar del riesgo de muerte (sin siquiera mirar bien las cifras), lo que promueve -incluso involuntariamente- es el movimiento anti-vacunas. En España, es aún muy minoritario, pero el hartazgo, reforzado por el rechazo a medidas indiscriminadas, puede hacerlo crecer inopinadamente.

Una ciudadanía que entregó toneladas de su libertad a cambio de una prometida seguridad puede reaccionar con un enconado despecho que le lleve al rechazo total como respuesta a esta nueva ola de covid

Casi dos años después del inicio de la pandemia, una ciudadanía que entregó toneladas de su libertad a cambio de una prometida seguridad puede reaccionar con un enconado despecho que le lleve al rechazo total como respuesta a esta nueva ola de covid. Y no por la gravedad de la enfermedad causada por la variante ómicron, sino como reacción de repulsa si el único plan que se ofrece es otra vuelta a empezar: con cierres generalizados y empobrecimiento añadido. 

Es verdad que en España los contagios se han duplicado en dos semanas, y que en Reino Unido los casos de ómicron se triplicaron en solo 24 horas. Como también es cierto que el primer ministro holandés, Mark Rutte, anunció en la tarde del sábado un confinamiento estricto hasta el 14 de enero, y que Francia reforzó su frontera con Reino Unido y anunció limitaciones de movimiento para las fiestas de Navidad y Fin de Año. 

Pero, de momento, en España los hospitalizados por covid sólo ocupaban la última semana el 5,3% de las camas en planta y el 14% de las de UCI (según la actualización 525 de los datos oficiales del Ministerio de Sanidad). Nada que ver con el desbordamiento total de hace dos años, cuando aprendimos de golpe el dramático significado de la palabra triaje. El problema entonces no era de contagios sino de muertes incontables con imposibilidad de respuesta hospitalaria, y ésa es una gigantesca diferencia que no deberíamos olvidar.

Es verdad que la avalancha de posibles infectados hacia los centros de atención primaria genera hoy una publicitada preocupación social. Y también que -al ser tan contagiosa la ómicron- esos centros de salud, y quizá algún hospital, podrían convertirse en focos de fuerte contagio, al punto de poder poner en riesgo el normal funcionamiento de la sanidad. Pero también es cierto que, antes de la covid, había años con mucha gripe o fuertes infecciones por catarros, que acababan resolviéndose en la intimidad de cada hogar, con cama, paracetamol, termómetro y paciencia. 

En el límite, ¡quién sabe!, una amplísima infección de ómicron, si se mantiene el actual cuadro clínico leve, podría ser una forma de alcanzar la antaño soñada inmunidad de rebaño. Aunque quizá lo de la inmunidad de rebaño haya sido un sueño excesivo. Como posiblemente fue excesivo creer que con las vacunas íbamos a superar el virus, que campa a sus anchas por países (y continentes) sin vacunar para facilitar en ellos todas las mutaciones que están por venir. 

Lo que no es excesivo, sino imprescindible, es decidir vivir con el virus, como vivimos con tantas fuentes de riesgo, de enfermedad y de accidentes. Convivir con el virus con la determinación, sobre todo, de vivir. Con vacunas, con precaución, con alguna que otra crisis de vez en cuando… pero ¡vivir! 

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