Lecciones de Ermua y espíritu de Canet
«Todo tiene un límite. Lo tuvo para ETA en Ermua. Lo puede tener en Canet para la apabullante hispanofobia del separatismo catalán»
Yo no había cumplido los 30 años cuando ETA secuestró a Miguel Ángel Blanco. Trabajaba entonces como reportera en el diario Avui, en Barcelona. Como en muchas redacciones de periódico, teníamos turnos de fin de semana. El momento en que iba a expirar el ultimátum dado por la banda terrorista para asesinar al jovencísimo concejal del PP si no se cumplían sus exigencias (o acercáis a todos los etarras presos al País Vasco, o nos lo cargamos), caía en sábado. Fuimos unos cuantos los que espontáneamente nos presentamos voluntarios para trabajar ese sábado, 12 de julio de 1997, aunque no nos tocara. Por si acaso.
Subrayo el «por si acaso» porque, mirando atrás, me pasmo de mi propia ingenuidad ese día. Esos días. ¡Yo estaba convencida, vamos, segurísima, de que ETA lo iba a soltar! Había visto las concentraciones en la calle pidiendo su liberación, la unanimidad en el clamor desde todos los puntos cardinales (o casi) de la sociedad. Recuerdo que me fui a almorzar con mis compañeros un poco antes de lo normal. Yo tenía prisa por estar otra vez de vuelta en mi mesa y teclear la gran noticia: «Miguel Ángel, vivo y libre».
Volvimos a las cuatro de comer y para entonces ya era un hecho. Ya lo habían tiroteado y abandonado en un descampado, herido de una muerte que no sería clínica y oficial hasta la madrugada del día siguiente, domingo 13. Pero ya no había vuelta de hoja. Recuerdo la cara de mi jefe, del jefe de la sección de política del Avui, apiadado de mi confusión. «Pero, pero…», apenas acertaba yo a balbucir. Consciente de estar tomándole la medida a un nivel de desgracia que antes de ese día ni me imaginaba que existiera. Cuando el fanatismo y la falta de empatía con los demás alcanzan determinado nivel de blindaje, simplemente no hay nada que hacer.
¿Nada? De aquello brotó una inusitada explosión cívica, apresuradamente bautizada como Espíritu de Ermua, que arrancó telarañas, sacudió equidistancias, sacó brillo a las antiguas nociones de qué está bien y qué está mal y, sobre todo, de cuándo hay que decir basta y plantarse. Cualquiera que pretendiese justificar la violencia estúpida, irracional e inhumana de ETA lo tendría mucho más difícil de ahí en adelante.
Durante un tiempo glorioso, todos fuimos mejores. Llenamos las calles de manifestaciones que de verdad -sin hacer trampas- sumaban el millón de almas, nos pintábamos las manos de blanco, nos abrazábamos con desconocidos. Sentíamos correr por nuestras venas un añorado fulgor de hermandad. Enemigos históricamente y aparentemente irreconciliables se pusieron de acuerdo para barrer a Herri Batasuna de las instituciones. Etc.
Pasados los años, puede que una de las principales lecciones de Ermua, de aquel famoso Espíritu de Ermua, es que una combinación de sociedad civil despierta, organizada y exigente, con unos partidos políticos conscientes de esa exigencia y de su responsabilidad, no digo yo que lo puedan todo. Todo, todo, no. Pero pueden mucho. ETA no volvió a ser la misma, y el rechazo a ETA tampoco, después de lo de Miguel Ángel Blanco.
Otra cosa es que, andado el tiempo, y a pesar de la derrota innegable e incontestable de la banda terrorista, ahora resulte que hay que tragar con ciertas cosas como la presencia de Bildu en las instituciones y el neoblanqueamiento de la herencia de ETA. Todo ello hay que agradecérselo a la ruptura de la unión de acción antiterrorista de los dos grandes partidos españoles, PSOE y PP, escisiones internas incluidas precisamente a raíz de estos asuntos. Todo podría ser de otra manera de haberse mantenido todo el mundo mucho más alineado y más firme… En fin.
Estos días se ha armado cierto alboroto a cuenta de la comparación -que vio su afortunada primera luz en el artículo Canet de Mar, un nuevo Ermua, publicado en estas precisas páginas, las de THE OBJECTIVE, por David Mejía-, pues eso, del Espíritu de Ermua con un eventual Espíritu de Canet, la población catalana donde el bárbaro acoso a la familia de una criatura de cinco años que osó pedir cumplir la sentencia del 25% de asignaturas en castellano ha roto muchos diques de indiferencia, de silencio y hasta de cobardía. Todo tiene un límite. Un punto de inflexión en la conciencia. Lo tuvo para ETA en Ermua. Lo puede tener en Canet para la apabullante intransigencia hispanófoba del separatismo catalán.
El pasado sábado 18, mientras el separatismo convocaba en Barcelona una manifestación «en defensa de la escuela catalana» (sic), en la que se vieron pancartas llamando «colonos» a los catalanes castellanoparlantes, etc, un equipo de diputados, eurodiputados y concejales de Ciutadans, capitaneados por Inés Arrimadas, nos reunimos con representantes de todas las entidades civiles que llevan años defendiendo varias trincheras de la libertad de lenguas (y de otras cosas) en nuestra atormentada Cataluña.
Estaba la valiente y muy lúcida Maribel Fernández Alonso, de Foro Profesores. Estaban Pepe Domingo y otros compañeros de Impulso Ciudadano. Vino también Carlos Basté, el presidente de Asociación por la Tolerancia. Y los jóvenes líderes de S’Ha Acabat, Júlia Calvet y Jordi Salvador. Aquellos a los que les reventaron la carpa en el campus de la UAB, sí. Seguimos. Ángel Escolano por Convivencia Cívica Catalana. Ana Losada, esa maravillosa, documentada y ponderada madre coraje que es Ana Losada, en representación de su heroica Asociación por una Escuela Bilingüe (AEB), que casi no da abasto a gestionar un torrente de llamadas, denuncias y donaciones desde lo de Canet. Patricio García por Universitaris per la Convivència. Isabel Calero por Cataluña Suma. Gloria Lago, de Hablamos Español, que se conectó telemáticamente. Manuel Piñol de Llibertats. Ángela Herrero de mi amada Societat Civil Catalana.
No era ni es nada fácil verlos a todos juntos, igual que no era ni es nada fácil unir a todo el espectro constitucional catalán. Largos años de sufrimiento, desesperanza y sinsabores desaniman a las personas, dividen a las organizaciones, ponen en primer plano rencillas y resentimientos personales, egos, desconfianzas, etc.
Pero Canet ha obrado un milagro. Ha activado resortes morales que parecían anestesiados, ha despertado partes dormidas del alma colectiva, ha levantado corazones caídos y esperanzas desahuciadas. Nos ha puesto en marcha y en pie.
Sería un error tremendo pensar, bueno, pues ya está, pues ahora todo va a ser rodar cuesta abajo. El separatismo, herido y sobre todo ultrajado por la visión de sí mismo en el espejo, masca y prepara terribles venganzas y blanqueadores interesados, una vez más, no le faltarán. Ojo con que intenten que todo se nos olvide a la vuelta de fiestas. Entre las lecciones de Ermua, figura esta, tan amarga: no hay mal que 100 años dure, pero bien tampoco, si no se riega cada día y si no se sabe cuidar.
Tenemos que regar y cuidar cada día ese Espíritu de Canet, esa flor de civismo que ha brotado del estiércol, ese inesperado regalo de humanidad. Tenemos que estar todos juntos, la sociedad civil y la política, poniéndonos las pilas mutuamente. Los que tengan de qué arrepentirse, es el momento. Los que han estado siempre en la trinchera, que sean generosos: abramos brazos. Todos juntos podemos romper este muro, fer que tombi aquesta estaca, deshacer la bifurcación mal hecha a la salida del franquismo que, sin comerlo ni beberlo, en algunos temas nos metió en otro. En otro franquismo más pequeño e invisible pero igual de sofocante y de desesperante para cualquier catalán orgulloso de la lengua de sus padres y que no quiera renegar de ella. De ninguna de las dos. Porque son dos. Y de todos son. Y no sobramos ninguno para defenderlas.