Tío Europa
«Familiares hay de muchas clases y Europa no es el mismo tipo de familiar para todos. Para algunos siempre fue un pariente lejano»
La familiaridad invita al desprecio. Tal es el problema de la Unión Europea: ser parte ya de la familia y, en consecuencia, ser tratada como se trata a la familia: con ese punto de descuido no reñido con el apego con que obsequiamos a veces a un familiar, esa persona a la que pedimos favores sin dar las gracias y cuya presencia a menudo se nos hace abusiva, pero a la que no dudamos en recurrir con premura cuando vienen mal dadas. Ahora bien, familiares hay de muchas clases y la Unión no es el mismo tipo de familiar para todos. Para algunos siempre fue un pariente lejano, del que no querer saber mucho. Luego están los entusiastas, aquellos que la sienten como una madre: la figura que trajo paz y bienestar al hogar después de que la madrastra nacional lo dejara todo perdido. También pasa al revés: Bruselas como madrastra con los brazos en jarras, y la nación, la madre en cuyo regazo, que se imagina siempre cálido, se quiere estar pase lo que pase. Finalmente –y creo que este es el equilibrio en el que vive una mayoría de ciudadanos del viejo continente– están los europeos que mantienen con las instituciones comunitarias una relación de tipo avuncular. Es decir, Europa como un tío. Pero no el tío que es el hermano menor de nuestra madre o padre, que nos saca al cine y compra palomitas y regalos, o nos presta su buhardilla para pasar el rato, sino el tío que es el hermano mayor, el que supervisa la entera estructura familiar, poniendo reglas y marcando pautas, pero también extendiendo cheques para solucionar achuchones económicos. Y no se trata tampoco de un tío que nos visita de vez en cuando, sino un tío que vive con nosotros. En suma: Europa es un avunculado, una de las estructuras de parentesco que Lévi-Strauss estudia en sus manuales de antropología.
Ahora mismo tío Europa está al fondo del pasillo, encerrado en su despacho, haciendo cuentas que pongan a cubierto la economía familiar durante la pandemia que no termina. Tiene que repartir aguinaldos extraordinarios –los «fondos europeos»– entre sus sobrinos. Entre tantos sobrinos, hay de todo: frugales y manirrotos, amables y levantiscos, esforzados que hacen los deberes y vagos que solo juegan a los videojuegos. Tío Europa está al tanto y lo tiene en cuenta. Sabe que cualquier favoritismo –que no siempre logra evitar– tensionará a toda la familia. Todos recuerdan que un sobrino se fue de casa hace poco. Es verdad que fue una rabieta injustificada, pero se le echa de menos. Quizá vuelva. También sabe que en el pasado se le ha acusado de demasiado austero y eso enfrío la relación. No quiere que se repita, pero tampoco la ruina de la familia ni que le tomen el pelo. No es fácil ser tío Europa. A veces, escandalizado por algún comportamiento, se siente en la obligación de suplir a los padres y ponerse a inculcar valores. Camina sobre terreno delicado: es mejor que lo haga solo cuando estrictamente necesario y no ceda a la tentación de pensar que todos sus sobrinos deben vestir igual. Con que estén bien alimentados, no se droguen ni vuelvan a reñir entre ellos, basta. No es poco.