Cuento (woke) de Navidad
«Era una noche fría, desapacible y cortante en ese Madrid atravesado por el capitalismo lumínico, de cuerpos que no cuidan…»
Primera estrofa: el espectro de Manuel
Era una noche fría, desapacible y cortante en ese Madrid atravesado por el capitalismo lumínico, de cuerpos que no cuidan y transeúntes de atención dispersa, macilenta y somnolienta, ruinas cognitivas cabizbajas sin rumbo fijo entre las avenidas, despojos de la ilusión aparente mercadeada por las plataformas audiovisuales.
Manuel, Manolo para los amigos, había muerto de covid, aporreando hasta la última tos la puerta de lo que creía seguía siendo un centro de salud, pero que hacía semanas se había reconvertido en un bingo con marisquería gestionado por una banda de venezolanas turgentes. Escámez, su jefe en la oficina de capital-riesgo, sabía mejor que nadie que Manolo había doblado la servilleta. Él mismo había acompañado a los efectivos del Samur hasta la puerta del local donde a poco no lo pisan como a una cabeza de gamba. Levantaron el cadáver entre la indiferencia del respetable que salía de la presentación del último fanzine de uno de aquellos colectivos de la punk-right que entonces señoreaban en librerías y tertulias extendiendo el odio a los diferentes.
Manolo estaba muerto y Escámez, ahora con su batín de seda yacente en el salón de su casa, lo sabía perfectamente. Miró el móvil y comprobó que su sobrino Astor lo había vuelto a hacer: crear un grupo de Whatsapp de la familia (este año «Los Anairis») para invitarle a la cena de nochebuena. Su respuesta fue la habitual: «Ni jarto de vino me como yo una pularda de seitán rodeado de eco-ansiosos».
Se aprestaba Escámez a una tarde de «binge-watching» de vídeos de ASMR de peluquerías coreanas cuando sonó el telefonillo. «Será el chico de Glovo que me traerá el vaso de agua con hielo y el M», pensó Escámez. «Ábrame, jefe, que soy yo, Manolo». «¿Pero qué broma es esta?» – bramó Escámez mientras colgaba el auricular. Minutos después la puerta de la casa se abrió de par en par y la figura de Manolo, extrañamente aureolada, se le plantó delante. «Jefe» – dijo. «Vengo del más allá para alertarle, para ayudarle a cambiar su rumbo de colisión. Debe esperar tres visitas, jefe, de tres coach emocionales a quienes habrá de confiarles todo. Le enseñarán a respirar, a fluir, a poner la vida en el centro y a reconocer sus privilegios».
Segunda estrofa: el primero de los tres espíritus
Escámez se levantó inusualmente tarde y con la cabeza embotada, pensando en la pesadilla que había sufrido: encontrarse con Manolo, su incompetente auxiliar en una escena remedo de La Anunciación. Levantó la persiana y gritó al ver a aquella criatura fantasmagórica que levitaba y sonreía bobaliconamente. Gastaba unas rastas innobles, vestía una camiseta de Black Lives Matter y un peto tipo Teresa Rabal. «Soy el fantasma del pasado navideño», dijo. «De tu pasado… de cuando Franco se dirigía a España en Nochebuena desde El Pardo». «Yo no había nacido», dijo Escámez. «Da igual»- replicó el fantasma. «Vivimos en el Francoceno».
Repentinamente la ciudad desapareció ante los ojos de Escámez. Se encontró caminando de la mano del fantasma por las calles de su pueblo, uno de tantos de la España vaciada. Todo seguía igual: el ultramarinos de Anselmo, el bar de Loli, la panadería donde compraban las trenzas… Nadie parecía percatarse de su presencia. Entraron en la escuela rural. «Me acuerdo como si fuera ayer»- dijo Escámez. «Podría guiarme perfectamente entre estos pasillos y llegar a mi aula». «Allí te abusaron… te acuerdas… los curas» – dijo el espectro. En ese momento se vio ayudando a D. Marcial a abrocharse el cíngulo y cómo éste le acariciaba su pelo ensortijado. «Ay, mi querubín» – oyó decir a D. Marcial mientras le mesaba los cabellos.
Se oía jaleo en la plaza. La gente se arremolinaba en el bar de Loli donde la televisión retransmitía la lotería de navidad. Alejados del bullicio, escondidos tras el pilón, Escámez, ya adolescente, se besaba furtivamente con Teo, el hijo del alcalde. «¿No te gusta?» – le preguntaba Teo cansado de sus resistencias. «Está prohibido» – replicaba Escámez. «Me han dicho que te vas del pueblo». «Sí, a estudiar Derecho y ADE». «Y luego un Máster en Liderazgo y Gestión de la Adaptación a la Economía Circular». «¿Y nosotros?» – inquirió Teo.
«No quiero ver más» – le dijo Escámez al fantasma. «Quiero volver a mi casa». «Te conviene verte, Escámez, y ver las sombras de lo que fue posible, el armario de tu mente normativa».
Tercera estrofa: el segundo de los tres espíritus
Escámez se despertó, agitado, en su cama de siempre. A las 10 – ya quedaba poco tiempo- aparecería el segundo de los tres espíritus anunciados por Manolo. Pero dieron las 10 y las 11 y aumentaba su intranquilidad. En esas estaba cuando de repente oyó una voz que pedía acompañarle a su salón. Obedeció y se encontró con una habitación completamente transformada. Allí donde colgaba una pieza original de arte digital que le había costado sus buenos bitcoins ahora se exhibía una reproducción de «El abrazo» de Genovés colgada con cuatro chinchetas. El sofá de skay sustituía al Chester de aquél anticuario de Portobello y un papel pintado de cenefas cubría todo el estuco veneciano. Una foto a gran tamaño de los traseros de Yoko Ono y John Lennon, junto con un par de carteles electorales del PSOE de José Ramón Sánchez terminaban de componer lo que, en ese momento, para Escámez era un averno estético.
«Soy el fantasma del Regalo de Reyes. También me llaman Shasha Polvorón». Aquella drag emperor lucía su melena platino, sus labios de rojo enfervorecido, su lycra imposible y sus botas militares sentada en un sillón de bambú que no accidentalmente evocaba un vetusto icono del erotismo cinematográfico.
«Acompáñame mi amol»- le dijo Shasha extendiendo una mano de garfios infinitos. Horas antes las hordas poblaban la Calle Preciados, un lugar al que jamás se había aventurado a transitar Escámez en la víspera de Reyes. Ahora sólo algún que otro mendigo deambulaba por allí. Enseguida advirtió que se dirigían a casa de su sobrino Astor, donde su hermana Charo cohabitaba con otros sujetos de pelaje diverso: algún perroflauta asexual, su novia oficial, Edurne, sin oficio ni beneficio pero en situación administrativa de víctima de violencia de género y una pareja de gays que aún pedían todos los días perdón por haber procreado gemelos gracias a una gestante de sustitución a buen precio en el Estado de Tabasco. «Poliamor» lo llamaban.
Como había ocurrido con el primer fantasma, Shasha y Escámez se llegaron al piso sin resistencia de ningún tipo, y, completamente inadvertidos, pudieron contemplar la escena. Edurne y Charo se disponían a dejar los regalos en su «árbol», que no era un árbol propiamente sino un tipi con la forma ancestral dada por los pueblos originarios de Nebraska. Sasha Polvorón torció el gesto y Escámez le preguntó por qué. «Se apropian de la arquitectura indígena» – señaló.
Ambas habían colocado ya el cubo con agua para los camellos, las galletas de espelta con chía y algo de paja de trigo no transgénico. «Este año pondremos también una compresa» – dijo Edurne. «Por si Melchora está con el mes». «Hombre, siendo reina y maga no sé…»- espetó Charo.
«¿Dónde está la guía?»- preguntó Edurne.
«La tienes junto al Belén laico, donde pusimos los horarios del Ministerio de Transición Resiliente para programar la lavadora».
«Entonces, está claro que el Maquillaje del Señoro Pepo para los papis, el Monopoly de Vivienda Social en Zonas Tensionadas, ¿a quién se lo ponemos?… No tengo claras las pautas del Ministerio, gordi… Fijo que el Hulk Vulnerabilizado es para Aroa…».
«¿Pero no quedamos en que nada de monstruos?»
«Pero este no es violento… es la versión vulnerable. Está como desinflado. De hecho parece un yonqui. Y se pone negro, no verde. También podríamos darle el Madelman Androcoplásico».
«El Quimicefa Desnuclearizado y la Barbie Lesbiana Ingeniera de Sistemas para los gemelos, ¿no?».
«Pues no sé, gordi, porque ninguno acaba de conformarse. ¿Dice algo Consumo de los niños gemelos semi-cis?».
Mientras abandonaban el piso Sasha Polvorón sentenciaba: «Mis chakras me dicen que van a tener éxito este año con su proyecto». «¿Qué proyecto?» – preguntó Escámez. «Una consultoría de intimidad para las artes escénicas».
A esas alturas Escámez no podía aguantar las lágrimas.
Cuarta estrofa: el último de los espíritus
«¡Tú debes ser el espíritu de la Navidad Venidera!» – bramó Escámez al despertarse y ver aquella sombra asomarse por el pasillo. Esta vez el fantasma no hablaba aunque el procedimiento fue semejante a los anteriores. Abandonaron la casa y después de andar un largo trecho terminaron adentrándose en lo que parecía un poblado de chabolas aunque también proliferaban invernaderos luminosos que contrastaban con la oscuridad general y donde parecía cultivarse plantas de marihuana. En uno de ellos se apostaban varios individuos del pueblo romaní que entre susurros comentaban la muerte de un conocido empresario. Escámez, por un momento, oyó su propio nombre y algunas risotadas. «A mí de su herencia nada… Y mira que aquí en Madrid de impuestos no se paga ni un real… menudo neoliberal de mierda».
La caminata prosiguió media hora más por la Avenida de las Trece Rosas hasta que alcanzaron el cementerio civil. Y allí recorrieron las tumbas, todas bien pulcras y plenas de flores frescas, especialmente la de Pasionaria y tantos otros y otras que lucharon por la democracia y contra el fascismo. «¡Y ésta!» – exclamó cuando vio la lápida, apenas una losa con la única compañía de los rastrojos. «¡Cayetano Escámez! Soy yo…» – dijo al borde del síncope. «Y esas pintadas contra mí… ¿es esto lo que me espera?».
«Acompáñame» – dijo por primera y única vez la sombra.
En un abrir y cerrar de ojos entraban por la puerta de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Celadora Marisol (antes Ramón y Cajal). Una camilla se dirigía a toda velocidad hacia la sala de reanimación post-quirúrgica. El doctor Carmeno, quitándose la mascarilla, hablaba con quien parecía un familiar concernido. «Todo ha ido estupendamente. Enseguida se despertará. Las prótesis han quedado perfectamente implantadas y la vaginoplastia será plenamente funcional…. Lo más difícil han sido los pómulos. La testosterona no la rebajaremos, como nos pidió. La voz se mantendrá».
«¿Y su acento?»
«Hombre, claro, para eso no hay cirugía» – contestó el doctor Carmeno.
«¡Pero si es Teo! Mi noviete del pueblo…» – exclamó Escámez.
«Y ésta eres tú» – respondió la sombra levantando la sábana y descubriendo su cuerpo trans-formado, la incongruencia hecha carne. «Cayetana» – afirmó la sombra.
Quinta estrofa: el final de todo
Un rayo de luz que se colaba por el estor despertó a Cayetana de su letargo profundo. Miró el móvil y dio un respingo. Eran casi las 10. Tenía un mensaje de su sobrino Astor felicitándole la Navidad. A ella y a su «churri». En ese momento recordó que Teo se debió levantar temprano: tenía toda la mañana ocupada contando cuentos a los niños desplazados de la dictadura húngara en la sede de Iberdrola Hope. En un arrebato abrió la ventana y gritó a los cuatro vientos: «¡¡Es Navidad!!».
El espíritu, o los dos, o tres espíritus, la inundaban y mientras se preparaba las tostadas con aguacate y su ración de aceitunas, se dispuso a crear un grupo de Whattsapp con la familia poliamorosa. Tras dudar entre «All you need is love» o «Imagine» como nombre, tiró por la calle de en medio: «Nos queremos». Añadió una imagen de la galleta de jengibre con un arco-iris y escribió a Astor.
«Sobrino. Veníos a comer hoy a casa y celebramos la Navidad».
«¿Seguro?»- respondió Astor incluyendo el emoticono de la sorpresa.
«Seguro. Y que vengan todos, todas y todes los niños. Y los padres, madres y adres».
«¿Sabes que Edurne es ahora crudívora?».
«No, no sabía, y algo habrá que pueda comer, digo yo. Busco en Google. Y que les niñes traigan la carta, y las panderetas y almireces. Hay que celebrar con mucha alegría Astor».
«¿Almirez? Vale, tranquila. Lo busco en Google. Gracias tía. Acuérdate de que Edurne es más de Olentzero».
«Ok. ¿Qué hago?»
«Ten algún detalle en el árbol. ¡Si no, no te lo perdonará jamás, Cayetana! ¡Feliz navidad!».
«¡¡¡Feliz Navidad!!!»