THE OBJECTIVE
Julia Escobar

La Navidad no es un cuento

«Sobre todo en Nochebuena, aquellos recalcitrantes ateos republicanos se reunían en torno a un belén y cantaban villancicos»

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La Navidad no es un cuento

Chad Madden | Unsplash

Una de las cosas que más me llamó la atención, allá en mi juventud peregrina, fue ver que los exiliados españoles a quienes tenía que visitar por imperativos familiares, tenían un gusto por el folclore español que coincidía pasmosamente con el de la Sección Femenina. Himnos revolucionarios aparte, las canciones con las que acababan sus tenidas eran igual de regionales a las que cantábamos en España bajo el franquismo, y me pasmaba ver que, en Carnaval, esas arriscadas mujeres que fueran anarquistas durante la guerra, disfrazaban a sus hijitas de mañicas o de faralaes. En Navidad (término que en la actualidad peligra), pero sobre todo en Nochebuena, aquellos recalcitrantes ateos se reunían en torno a un belén y cantaban villancicos al Niño, tan entusiasmados o más que los verdaderos católicos. Y en cierto modo lo eran, tanto quienes pretendían erradicar el sentimiento religioso de la faz de la tierra, como los que peleaban con desmesura en nombre de determinadas confesiones.

El escritor Jesús Pardo (DEP) contaba en sus memorias que caminando un día por Belfast con un grupo de amigos españoles les pararon unos pandilleros mal encarados que, con gesto amenazador, les preguntaron: «A ver, vosotros, ¿sois católicos o protestantes?». «Nosotros ―dijeron los españoles, amedrentados― somos ateos». «Ya ― contestaron los de la banda― pero, ¿ateos católicos o ateos protestantes?». Porque claro, hay una diferencia, o al menos la hay en la España social-podemita de ahora que, apoyada por esos derechistas de centro a los que Ignacio Ruiz Quintano llama con acierto los «liberalios», ha optado por la asepsia: ni jotas, ni sevillanas, ni belenes, ni se van los pastores a la Extremadura.

La anécdota de Jesús Pardo está en la línea de aquella otra tan citada del español a quien querían convertir al protestantismo y reaccionó diciendo: «¡Si no creo en la religión verdadera cómo voy a creer en la falsa!», cuyo lugar de origen varía según quien la refiera pero que yo creo proviene del libro de George Borrow, La biblia en España, aunque es posible que, ya en su época, fuera una de esas leyendas urbanas que corren de boca en boca como experiencia directa, tal como las formuló la erudita discípula de Freud, Marie Bonaparte cuando estudió este y otros fenómenos de masas, como el de la niña de la curva, por ejemplo.

Ambas anécdotas ponen de manifiesto la fuerza de la religión, no sólo como creencia, sino como forma de vida, norma y caracterización de eso que llamamos civilización o, si se prefiere, cultura y tradición. Esto enfurece mucho a los laicistas fundamentalistas que no entienden que dichas nociones sean inseparables y por eso se empeñan inútilmente en levantar un andamiaje cultural alternativo, basado en los manidos conceptos de igualdad, fraternidad y solidaridad, que ellos pretenden distintos a los religiosos pero que cuando se describen son iguales. Incluso en las formas crean penosas imitaciones de sus ritos. Como decía Chesterton «han dejado de creer en Dios para creer en cualquier cosa».

Volviendo a mis recuerdos, lo que realmente me desconcertaba era que aquellas personas transterradas, y para mí respetabilísimas, compartieran con los detestados franquistas unos gustos incompatibles con la estúpida idea que hoy se hacen del franquismo los progres, por lo que ahora esos paladines del izquierdismo serían considerados unos fachas. Gracias a esa persistencia de la Navidad en nuestros hábitos, por estas entrañables fiestas siempre he incluido en algunos de mis artículos un pequeño recuento de villancicos cultos y, sobre todo, populares, que si los reuniera formarían ya una nutrida antología.  Mis fuentes, convenientemente citadas, provienen casi todas de recopilaciones de reputados folcloristas y filólogos. Algunos de esos libros los he heredado, como el de José Manuel Blecua (Selección de Villancicos de Navidad), que tiene el aliciente añadido de ser un testimonio histórico de primer orden, pues en la sobria y elegante cubierta puede leerse «Signo, Madrid, 1939, AÑO DE LA VICTORIA».  O como el del poeta conquense Federico Muelas, que felicitó la Navidad de 1945 a sus amigos, entre los que figuraban mis padres, con un librito que recogía una colección de villancicos cantados en la Catedral de Cuenca desde el año 1758 a 1772. Tenía dos únicas excepciones: la de 1760, porque según una escueta nota explicativa «no hubo villancicos en Cuenca» y la de 1767 «por el fuego y la desgracia del Coro».

Para que no se me acuse de minoritaria, exquisita y erudita (Líbrame, Señor), les remito a algo más asequible y reciente, pero no por ello menos interesante, pues se beneficia de muchos trabajos anteriores, ya que el tiempo no sólo se limita a pintar, sino que también escribe. Deseo que sea para todos un descubrimiento tan gozoso como lo fue para mí en su momento. Se titula Cancionero popular. Poemas de ayer y hoy. Fresno de Cantespino, Madrid, 1997, edición de autor (José Millán Calvo) quien ha recogido en dos volúmenes los cantos de ese precioso pueblo segoviano (donde hubo campanero hasta hace treinta años), desde los infantiles de corro hasta los que se refieren a las estaciones y labores del campo, sin olvidar los litúrgicos. A la Navidad dedica unos cuantos. Dice el recopilador en el prólogo, evocando aquellos viejos tiempos: «Todos estábamos pendientes, en la adoración del Niño, a ver quién soltaba, como ofrenda, el pajarillo de turno que, revoloteando el resto de la misa, llamaba la atención y por supuesto distraía a los más pequeños; si sería al entonar el Suenen, suenen tambores y gaitas… o el Viva, viva, Jesús, mi amor o, tal vez, el Vamos, pastores, vamos». Con este último, y porque hoy es Nochebuena y mañana Navidad, sí o sí, concluyo este artículo deseándoles a todos unas felices Pascuas de Navidad y de Reyes,

 Vamos, pastores, vamos,

 vámonos a Belén;

 a ver en aquel Niño

 las glorias del Edén.

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