THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Lenguaje inclusivo o el suicidio de la democracia

«Estamos cayendo en la trampa de la imposición social de una supuesta mayoría que ahoga la pluralidad y la libertad individual»

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Lenguaje inclusivo o el suicidio de la democracia

Brian Snyder | Reuters

La Comisión Europea ha tenido a bien retirar su «dossier inclusivo» en el que, entre otras cosas, recomendaba felicitar «las fiestas» en vez de la «Navidad», ya saben, para no herir ninguna sensibilidad ante otras religiones, creencias o no creencias. Bien es cierto que eran «recomendaciones» para los funcionarios, pero me parece que es más que un preocupante síntoma de degradación de lo que es la democracia, máxime viniendo de una institución europea como es la Comisión.

Imagino que solo hará falta leer hasta aquí para que la izquierda puritana me etiquete de derechista trasnochado o cosas peores, de que pretendo imponer el marco cultural cristiano o quizás adjetivos mucho más lacerantes, porque la creatividad nominativa de los aspirantes a censores no tiene límites, su capacidad de amedrentamiento es infinita y su tendencia a la cancelación de cualquiera que ose ir más allá del marco progre es más que notable.

Pero en este caso se equivocan, no estoy criticando la cultura de los progres globalistas que bascula entre la vergüenza, la revancha y la superioridad moral. No defiendo ningún tipo de predisposición hacia la certeza simbólica o la preeminencia cultural de nada ni de nadie. Me preocupa la creación de un relato que pretende aparecer como neutro, como progresista, como inclusivo, cuando en verdad es todo lo contrario, es excluyente, narcisista y performativo. Denuncio la imposición de un marco autorreferencial que está permeando a nivel político, social e institucional. Denuncio la preocupante deriva antidemocrática por la que nos están obligando a deslizarnos.

Bien es cierto que todo esto empezó con la creación de un mainstream cultural de la mano de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, creando un sistema de recompensas y castigos (sociales y civiles) para lograr arrinconar en la espiral del silencio o a la etiqueta de «ultraderecha» (y sus derivados). Una vez impuesto esta sensación de unanimidad y «consenso» solo te queda callar o exponerte al escarnio público, mejor camuflarse y convertirse en espectador de estos procesos de profecía autocumplida con la que tan a gusto están los huérfanos de los metarrelatos escatológicos.

Estamos ante una especie de triunfo en diferido, es la apoteosis de la sociedad ideal comunista en la que todos uniforme y disciplinadamente pensamos igual, hablamos igual, sentimos igual y nos mimetizamos con una masa siempre dispuesta a obedecer las máximas (lingüísticas y sociales) de esa vanguardia exquisita y burguesa.

El problema radica en que la creación de este magma cultural, esta tiranía social de las costumbres, no solo sirve para lograr la sumisión de la ciudadanía, está creando un profundo cambio de paradigma propicio y preparatorio para cambios políticos de mucho calado. Se ha empezado por el lenguaje, por las costumbres, por modular y condicionar el «yo» social, es un cambio en la cosmovisión del mundo. Han creado un estado de estrés y presión más propio de la Inglaterra victoriana que de las sociedades democráticas.

Pero ¿cómo reaccionan las instituciones ante este marasmo de imposición cultural? La respuesta la encontramos en el «dossier inclusivo» de la Comisión Europea, reacción con estrés y angustia para no ser tachado de nada, para no ser expuesto al escarnio público, para refugiarse rápida y dócilmente bajo el manto de lo «políticamente correcto». Naturalmente pongo como ejemplo a la Comisión pero el virus del puritanismo progre ha infectado a todos los estamentos de las diferentes administraciones. Hay pocos que se atrevan a decir que el rey va desnudo, que en verdad lo que hay detrás es un movimiento populista que pretende cambiar nuestra forma de ser y entender el mundo a la espera de poder convertir la presión social en rédito político.

No puedo no acabar este artículo sin preguntarme ¿quién es la Comisión (o cualquier otra institución pública) para decirme cómo he de felicitar la Navidad (o las fiestas)? ¿Por qué los gobiernos deben decidir cómo hablo, qué tengo que comer, cómo me relaciono, cómo vivo, cómo siento? ¿Acaso la esencia de la democracia no es la defensa de los derechos y libertades del individuo? ¿Acaso los derechos negativos no son el fundamento de la democracia? ¿Acaso la democracia no nació (entre otras cosas) para evitar la arbitrariedad política y de todo tipo sobre el ciudadano? ¿Por qué hay quién cree que solo hay unas formas (socialmente) correctas de vivir? ¿Acaso pretenden tratarnos o tutelarnos como sin fuéramos menores de edad? Y, finalmente, ¿No son las instituciones las que están al servicio del ciudadano y éste es el auténtico soberano de su vida y el fundamento de la soberanía de las naciones (y aparatos supranacionales)?

Como vemos, estamos cayendo en la trampa de la imposición social de una supuesta mayoría que ahoga la pluralidad y la libertad individual, desde aquí reivindico que la libertad debería ser el rumbo de cualquier política, que lo que debería promoverse es la diversidad y la disensión, cuantas más voces y visiones de la realidad existan, mayor es la calidad de la democracia. La uniformización cultural solo es la antesala de las autocracias y las tiranías.

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