Otro juguete roto de Sánchez
«Equivocarse e insistir en Garzón es plegarse exactamente al esquema bien diseñado por Moncloa»
Desde hace al menos 48 horas esto ya no va de Garzón. Eso quedó atrás, con el ministro encastillado en su bucle virtual. Esto va ahora, por supuesto, de Sánchez. Y equivocarse e insistir en Garzón es plegarse exactamente al esquema bien diseñado por Moncloa.
El martes, el ministro Luis Planas, responsable del área, al ser interrogado sobre Garzón, prefirió callar. Hay palabras que dicen poco y silencios que dicen mucho; pero además, parafraseando a Nietzsche, ciertos silencios pueden ser mucho más rudos que cualquier palabra. Planas dejó a Garzón como si le hubiese pasado un tractor por encima: proporcionó datos demoledores y argumentó los motivos para el orgullo nacional sobre los productos cárnicos para retratar eso que Álvaro Nieto ha denominado «izquierda pija a la que no le gusta su país», pero en ningún momento resultó tan cruel como al callar al ser preguntado por la idoneidad de Garzón. Cualquier palabra habría resultado menos hiriente. Nada es tan implacable como esa forma de callar.
Sánchez dijo «lamento muchísimo toda esta polémica, la lamento muchísimo, la lamento muchísimo» con ese insuperable cinismo suyo para mostrarse compungido. Por supuesto, y esto es básico si se quiere entender la psicología de Sánchez, él en realidad está absolutamente encantado. Garzón es un pim-pam-pum perfecto, un ministro que le viene de perlas para actuar de pararrayos donde descargue esta tormenta eléctrica como otras antes y otras por venir. No sólo va a mantenerlo en el cargo; lo quiere ahí achicharrándose sin miramientos.
En Unidas Podemos ya saben cómo las gasta Sánchez. Ellos han tratado de mantener a salvo al líder de Unidas con respiración artificial; al menos con la respiración artificial de crear una realidad paralela en la que Garzón no habría dicho lo que sí dijo. Bulo, dijo Asens. Bulo, sentenciaron uno tras otro, repitiendo el argumentario. Pablo Fernández insistió: «Bulo de la extrema derecha». Y los medios afines, sin el mínimo pudor, reprodujeron el argumentario de Podemos como corifeos: ¡bulo, bulo, bulo! Repetir mil veces que Garzón no dijo lo que sí dijo era la única forma de tratar de revertir lo obvio. O sea, crear el bulo de que era un bulo.
El PSOE, por supuesto, ya se ha encargado de desmentir que fuese un bulo y transferir la carga a Unidas Podemos. Planas, mejor que nadie, ha marcado la frontera. Y así uno tras otro, desde la ministra portavoz al secretario de Organización. Eso sí, apremiados por Yolanda Díaz a defender la coalición, no se cortaron un pelo con un argumento ridículo, puesto en pie por el nº2 del PSOE: 1) que sí, que esto es un bulo; 2) que no están de acuerdo con Garzón. A ver, ¿es un bulo o están en desacuerdo? El planteamiento resulta tan ridículo como el de Podemos al sostener: 1) que es un bulo; 2) que Garzón tiene razón. Pero, hombre, ¿es bulo o tiene razón? En fin, hay que ser piadosos.
El PSOE ya se encarga de susurrar donde le conviene: «No se le puede cesar, en virtud del pacto de Gobierno». La realidad es que Sánchez no lo quiere cesar. Garzón es un ministro del Gobierno de España, o sea, un ministro de Sánchez. Está ahí –artículo 100 de la Constitución– porque él lo quiere ahí. Es mucho más útil ejerciendo el rol de tonto útil. Sánchez acepta que el coste del desgaste a cambio de tenerlo en el disparadero como pim-pam-pum de la feria política. Mientras convenga.
Al cabo, Garzón le proporciona un triple efecto: de un lado, como firewall o cortafuegos, porque el incendio se concentra en ese flanco pidiendo su dimisión; de otro, con el clásico Wag the dog, ya que Garzón suscita debates interminables mientras otros asuntos que quedan en segundo plano; y además desgasta la marca Unidas Podemos mientras Yolanda Díaz maniobra. Es un buen negocio, no sin riesgos, claro, pero ya se daba por amortizada la pérdida de Castilla y León.
Esto no va ya de Garzón, va de suyo. Se trata de Sánchez.