En la tumba de Borges
«El extraño sino de haber sustituido en El Vaticano a Juan Sebastian Bach por Carlos Gardel, o a Kant por un autor de libros de autoayuda. Todo ha de tener un límite y parece que ya nada lo tiene»
–Qué bueno, Bioy, que hayás venido. De Buenos Aires a Ginebra ha de dar cierta pereza.
–Muertos como estamos, Borges, el viaje es un soplo. Ni las isobaras nos alteran. Sos vos a quien nunca os gustó moveros.
–No fui Stevenson, ni Conrad… pero ¿dónde quedan mis paseos en globo con María?
–Perdonáme, Borges, pero eso fueron chaladuras de anciano enamorado y el resto un octosílabo de academia. Vos erais partidario de la inmovilidad y por eso nunca escribisteis una novela: se mueve uno demasiado escribiendo una novela. En cambio un relato se escribe de una sentada…
–Simplezas, Bioy… Estoy empezando a pensar que su visita no ha sido una buena idea. ¿A qué ha venido, por cierto?
–Curiosidad, Borges. Tienen ustedes en Ginebra una ilustre vecina que está en boca de todos por el astado que le ha puesto su marido y he pensado que quizá…
–Ojo con los vascones, Bioy, que en América sabemos cómo se las gastaron algunos con la corona de Castilla. Recordad a Lope de Aguirre, o al inútil de Ruiz de Gamboa…
–Ya sabemos, sí…
–No, no sabés, Bioy; si supierais, un hombre tan aficionado a las minas como vos, que mirad a la pobre Silvina, no hablaría de astados como un mozo de taberna y menos aún cuando el sujeto es un simple balonmanista y ella desciende de los reyes de Versalles. O sea, del ardor.
–Disculpáme, Borges, llevás razón…
–…porque la sabés guapa: el esqueleto, que decía mademoseille Chanel… Pero nadie diría que fuisteis buen jugador de polo y un caballero con la prosa como el tweed inglés… Llegaré a pensar que ahí enterrado en La Recoleta os estás enfermando de peronismo…
–Y yo llegaré a creer que esta tumba en el Cementerio de los Reyes de Ginebra os está tiñendo de azul la sangre… Ni que fuerais de la Mesa Redonda.
–Mirá, Bioy. Soy de los que creen que la corona, pase lo que pase, no afecta negativamente a una sociedad; al contrario. Es el poder antiguo, el símbolo de lo que permanece, más imprescindible aún en tiempos de turbulencias. Mirá Inglaterra y mirá ahora España: los más recalcitrantes antimonárquicos están reunidos en torno a la familia real. Para chismorrear, sí, pero hasta los chismes son buenos para la monarquía y la mantienen viva en su pueblo… El mito, ya sabe…
–¿El mito? eso lo dirá usted, Borges, que ya parecés Álvaro Mutis. Yo sólo observo la decadencia…
–¿Decadencia? Tenés empañada la vista. ¿Qué hay ahí…?: una joven enamorada dispuesta a enfrentarse a su familia y a perdonarlo todo, y un joven que no sabe para lo que sirven las cremalleras -aunque yo sea partidario de los botones, Bioy; encierran menos peligro y uno puede pensárselo varias veces mientras los va desabrochando-.
–Hablás como un experto y todo el mundo sabe que vos sos experto en muchas cosas, pero no en artes amatorias.
–Cierto, Bioy, estas os las dejé a vos, que erais incorregible. A mí doña Leonor Acevedo me enseñó la virtud de la contención. Y hasta yo me divorcié, ¿recordás?
–No me hagáis hablar, Borges, mejor volvamos a la corona española.
–La corona actual es impecable y nada tiene que ver con los devaneos de un pibe con más testosterona que un gaucho harto de asado. Más vergüenza le debería dar a Bergoglio, encargar a un bufete de abogados la investigación sobre una omisión de Ratzinger –de cuando aún vivía Perón, Bioy–, que ni sabemos si fue omisión y ni tan siquiera si fue…
–El túnel del tiempo y el peronismo, Borges…
–Sin duda. Y el extraño sino de haber sustituido en El Vaticano a Juan Sebastian Bach por Carlos Gardel, o a Kant por un autor de libros de autoayuda. Todo ha de tener un límite y parece que ya nada lo tiene. Qué a salvo estamos en nuestras tumbas, Bioy…
–Pero, ¿no os invitó, Bergoglio a dar unas conferencias, Borges?
–Hace más de medio siglo, Bioy. Él era muy joven y yo me acercaba a los setenta… Ya sabés cómo son los jesuitas: siempre a bien con los que destacan.
–¿Y Ucrania, Borges?
–Mejor la dejamos para otro día. Prefiero Miguel Strogoff. Y no le digo Guerra y Paz porque no son tiempos de gloria. Dele mis recuerdos a las hermanas Ocampo, Bioy. Y muy buenas noches, aunque para banalidades, mejor os quedás en La Recoleta, ¿viste?