¿Está el periodista por encima del medio?
«¿Qué marca debe predominar en un medio de comunicación? ¿La individual del periodista o la colectiva de la cabecera?»
Taylor Lorenz se ha convertido en prototipo del nuevo periodista. El anuncio de que abandonaba la redacción del New York Times para incorporarse al Washington Post ha revolucionado la profesión en Estados Unidos. No por tratarse de un caso más de disputa por el talento de los dos grandes competidores, sino porque se pone en cuestión un modelo de ser periodista en la segunda década del siglo XXI.
La clave es por qué cambió Lorenz un periódico por otro, tratándose aparentemente de dos rotativos de características similares. Así lo explicó en una entrevista con Vanity Fair: «En el New York Times no entienden lo que hago, no se lo toman demasiado en serio». ¿Cuál es la razón de su incomprensión? Responde: «Los medios tradicionales deberían tener una perspectiva diferente y no poner siempre por delante la cabecera». Ahí está la clave. ¿Qué marca debe predominar? ¿La individual del periodista o la colectiva de la cabecera? Lorenz se justifica: «No trato de ser una youtuber, pero pienso que debe haber un equilibrio entre las dos».
Para no querer ser una youtuber, –como podría serlo aquí Ibai Llanos-, su influencia individual en la web es incuestionable. Estos son los poderes de sus cuentas personales en redes sociales: una audiencia de más de 500.000 seguidores en Tik Tok, 250.000 en Twitter y 179.000 en Instagram.
El currículum de Taylor Lorenz resulta especialmente interesante para construir un retrato robot del periodista más demandado hoy día. En Wikipedia bromea con su fecha de nacimiento: dice que nació en Nueva York «circa 1984-1987». Estudió Artes, amplió estudios en cinco universidades, incluida Harvard. Se ha especializado en información sobre el mundo digital. Desde 2011, ha trabajado para siete medios diferentes, entre ellos Business Insider, The Daily Beast y The Atlantic. Vive a caballo entre Los Ángeles, Brooklyn y Greenwich y ahora se supone que en Washington. Está comprometida desde hace siete años con un prestigioso columnista tecnológico de The Wall Street Journal. Cuando le preguntan por su vida personal, confiesa que pasa «todo el día, todos los días, en Internet».
Con su llegada al New York Times, consiguió en menos de dos años convertirse en la periodista más seguida por los jóvenes, gracias a sus reportajes sobre lo que denomina la «cultura online». Basten dos polémicos ejemplos de su trabajo. En un artículo denunció a un prominente emprendedor digital por usar lo que allí llaman la palabra r-word (retrasado) y ciertas expresiones misóginas durante un debate en internet, dando lugar a un debate que aún está vivo. Antes había publicado un muy aplaudido reportaje sobre cómo los estudiantes usan Google Docs para pasarse mensajes ocultos -¿chuletas?- sin que los profesores se apercibieran.
El caso Lorenz pone sobre la mesa cuestiones decisivas sobre el presente y el futuro de los medios que pueden ser muy interesantes también para la situación del periodismo en España.
¿Qué tiene el Washington Post que no tenga el New York Times? Lorenz ha elegido el periódico de la capital porque, según ella, entiende mejor a las nuevas generaciones. «Fue la primera cabecera que vi en TikTok y la primera que empezó a participar activamente en Reddit», ha explicado. Es decir, el Post, a diferencia del Times, sacrifica por completo sus señas de identidad como periódico en busca de nuevos lectores. El Times, en cambio, opta por el lector maduro, como demuestran sus recientes movimientos empresariales: la compra de Wordle (lo último en pasatiempos) o The Athletic (referencia en el periodismo deportivo). Ambos, nichos de lectores que superan los 30 años.
¿Por qué apostar? ¿Por mantener a los lectores envejecidos o por incorporar a las nuevas audiencias? Aunque es un diario tradicional, el Post de Jeff Bezos prefiere lanzarse a la aventura de conquistar a los jóvenes en su propio territorio, incluso renunciando a la preponderancia de su cabecera, como demuestra el fichaje de Lorenz y sus experimentos en las redes sociales. Está por ver que los jóvenes se dejen camelar por un diario tradicional que, por mucho que intente hablar su idioma, lleva en la mochila el peso de una historia de 145 años. No habría que olvidar que las audiencias de los diarios de calidad siempre han sido «una inmensa minoría», utilizando la expresión de Juan Ramón Jiménez.
¿Qué debe pesar más: la cabecera o el nombre del periodista? En España tenemos muchos ejemplos de lo que hemos llamado periódicos de autor. Se habla del Pueblo de Emilio Romero, del ABC de Anson o, en el presente, de El Español de Pedro J. No digamos ya en la radio, donde mandan las estrellas ¿La Cope, Onda Cero, Libertad digital o Herrera, Alsina o Federico? El Post ha optado por primar las estrellas y la audiencia que atraen a riesgo de minimizar su cabecera. El Times prefiere el equipo, el bloque, a la estrella de las redes.
¿Periodistas de un solo medio o periodistas multicabecera? La precariedad de la profesión, la proliferación de los periodistas autónomos, ha relajado el sentido de pertenencia a un solo medio de informadores y columnistas. A diferencia de hace un par de décadas, hoy es habitual encontrar una misma firma en medios diferentes. La duda es cómo perjudica esta transversalidad a la singularidad de las cabeceras, si no acabará por diluirlas.
¿Los jóvenes solo leen a los jóvenes? Estamos obsesionados con el envejecimiento de los lectores. Dice Lorenz que su antigua casa, el Times, «es una gran organización», pero que, al igual que «las grandes empresas de medios, ha fracasado en su intento de relacionarse con el talento». Un gran dilema. ¿Contratar jóvenes que teóricamente conecten con su generación o periodistas experimentados que ofrezcan el peso que solo puede ofrecer una experiencia contrastada?
¿Fama o notoriedad? La pregunta es del prestigioso periodista y analista de medios Mauricio Cabrera, que se define a sí mismo como «terapeuta de contenidos». Analizando el caso Lorenz, cuenta en su newsletter Muffin, que «el periodista hoy, independientemente de la edad que tenga, comprende que su alcance y notoriedad es clave para ser parte de la conversación y para posicionarse como referente en un tema». Sin embargo, antes alcanzaba la notoriedad «básicamente de los trabajos que publicaba».
Es decir, que hemos invertido el orden. Primero, se alcanza la notoriedad y con ella la audiencia. Y, una vez atraído el lector por nuestra popularidad, le mostramos nuestro trabajo. El problema es que el periodista, como personaje, supere en protagonismo no solo al continente, sino al propio contenido.