Provincias, autonomías y repúblicas imaginadas
«En Catalunya, la soñada república prometida por el independentismo se ha quedado en nada; como Euskadi, sus votos, como siempre, sirven para gobernar España»
España, me explicaban en el colegio, es tierra de contrastes. Era cuando los niños catalanes estudiábamos los ríos de la península ibérica, las sierras y cordilleras, y hasta nos aprendíamos las provincias de Castilla La Vieja, que eran muchas. Ha pasado el tiempo y todo ha mejorado en derechos, en memoria histórica, pero se ha complicado en identidades. Los niños solo se saben sus comarcas, sus ríos y sus poetas. Estudian libros de cercanías.
El café para todos del estado de las autonomías anda naufragando entre quienes quieren separarse del vecino. Es, a su vez, incapaz de contentar a la España que se vacía, que se siente ninguneada por los que gobiernan. Ahí están Ávila, Soria y León, además de ese Teruel que también existe, ganando votos y escaños. ¿Quién nos iba a decir que iban a volver las provincias?
Las últimas elecciones en Castilla y León, como las anteriores en Madrid, no son extrapolables a las generales, pero deberían dar que pensar al debilitado bipartidismo. Hacer ver que triunfas cuando pierdes o que ganas cuando empatas no suele ser útil para mantenerse en el poder, menos aún para conquistarlo. Harían bien los líderes del PP y del PSOE en tomarse en serio los mensajes que llegan de provincias. Y en dejar de escuchar solo a militantes y medios afines, inclinados siempre a contentar a sus jefes. Menos aún les conviene acreditar en las encuestas del CIS de Tezanos, con sus mensajes reiteradamente erróneos. Parece mentira que lo haya vuelto a hacer, que haya dado como ganador al perdedor, que asegurara que PP y VOX no sumarían mayoría. Los sondeos privados dieron en el clavo.
Soy catalana, estoy acostumbrada al silencio, resignada. En mi autonomía, los medios públicos llevan décadas llamando l’Estat Espanyol a España. En cada telediario de TV3 aparece un mapa del tiempo de los Països Catalans. Incluye la Comunidad Valenciana, Andorra, las Islas Baleares y hasta el sur de Francia, la llamada Cataluña francesa. Fui directora general de esos medios y pregunté a los abogados si el atrevimiento de anexionarse un trozo del país vecino había sido consultado con algún abogado del Estado español o del francés. Me respondieron que la cadena pública de Euskadi saca un mapa en el que se anexiona Navarra. Y todo siguió igual.
Aunque ahora se hable más, hace décadas que el castellano ha dejado de ser tratado como idioma oficial en zonas del país; diversos gobiernos y ayuntamientos se saltan las leyes e incumplen las sentencias judiciales. En la Generalitat, los divididos socios de gobierno siguen haciendo ver que viven en una república que nunca llegaron a proclamar.
«España es tierra de contrastes dentro de una misma península, la Ibérica»
Los pactos con el independentismo catalán y con los radicales de Bildu sirven para aprobar presupuestos, pero tienen un precio. Lo está pagando el bipartidismo (PSOE y PP). Al mismo tiempo, la bisagra de Ciudadanos -el partido que apostaba contra el secesionismo- desaparece. Da igual si su voto era de centro izquierda, de centro o de centro derecha. Sus exvotantes no se inclinan por Pedro Sánchez y tampoco apuestan por el PP de Pablo Casado. Podemos, el socio del PSOE, se deshace. Solo crecen Vox y los partidos provinciales. Ni siquiera sube el regionalismo; el llamado Partido Castellano fracasó el domingo.
España es tierra de contrastes dentro de una misma península, la Ibérica. Lo que sucede en el oeste o en el este acaba afectando al voto del centro y del sur. Son vasos comunicantes. ¿Alguien cree que la caída del voto socialista en Castilla no tiene nada que ver con los pactos del actual Gobierno con el independentismo? El efecto se produce, aunque no sea en la misma comunidad. El insulto a lo español en Cataluña desemboca en antipatías en Burgos o Soria, hoy; en Sevilla o Murcia, mañana.
Hemos entrado en período electoral. Los resultados autonómicos son el espejo de lo que puede venir, no necesariamente un plebiscito, pero sí un aviso a navegantes. El crecimiento del descontento de las provincias olvidadas se va extender, más aún con este PP que solo ha conseguido salvar los muebles en Castilla y León. Qué difícil será seguir haciendo ver que Casado es el líder que necesita la derecha mientras a Isabel Díaz Ayuso se le grita “presidenta, presidenta”.
Suena en los oídos de los políticos españoles aquella cantinela de la Transición: “Que vienen, que vienen”. No, no son “los grises” (así vestía la policía). Son las elecciones autonómicas y generales que se sucederán en el próximo año y medio. Una mesa de diálogo ampliada, la que ahora exige el presidente catalán Pere Aragonés, sería otro tiro en el pie del socialismo y un nuevo empuje para Vox.Tanto criticar a las diputaciones -41 en España- y va a resultar que los viejos órganos que gestionan las provincias, previstos en la Constitución de Cádiz de 1812, acabarán teniendo alguna utilidad más allá de servir de agencias de colocación. Mientras escuchaba hace unos días al candidato de Soria, hablando con calma y sin rodeos de lo que quiere y necesita su provincia, pensé: “¿Qué pasaría si surgiera un Tarragona, ya o un Barcelona, ahora? Finalmente, las elecciones de Castilla y León han demostrado que el votante español es más de su pueblo que de su autonomía