Vienen a por nosotros
«Los expertos coinciden en que, a falta de ofrecer un futuro a su pueblo, Putin busca un nuevo orden europeo y una nueva paz a su medida»
Hoy, el que empieza la guerra, gana.
Y sí: hay quien hace que otros se maten por él, desde su sillón.
Y todo ello, pese a la incólume arquitectura legal internacional -incomparable en la historia- y muy en desdoro del flower-power y de aquellos que se hallan a sí mismos abrazando un árbol.
Gana, pues, aquel que, en un acaloramiento en la tertulia, opta por agarrar una botella y rompérsela a Ucrania en la cabeza: los contertulios dan, aprehensivos, un paso atrás y, tal vez, hasta decidan no volver a discutir o borrar el número de Whatsapp del violento.
Pero Ucrania está lejos de casa y hace frío en las afueras. Si hoy nadie levanta la mirada del teclado cuando se echa a un colega, el presidente ruso sabe que no verá aparecer pronto en el horizonte a soldado alguno de Oklahoma, Teruel o el Périgord. También sabe que la ocupación se ejerce en el suelo, no en el aire.
El mamporrero ha ganado y lo sabe porque así lo había previsto: como en Moldavia, en Abjasia, en Georgia, en Chechenia, en Crimea o en el Donbas. Cuando se siente a negociar, será sentado sobre lo que ha matado y ocupado; lo que ceda será parte de lo robado.
Hace 25 años que el atamán general de los cosacos del Cáucaso me advertía de que Rusia se preparaba para una guerra muy larga. Rusia no estaba muerta, solo dormida. No lo decía pensando en el colegio de sus hijos, sino en su butaca de honor.
Como Slobodan Milósevic, hace 30 años, Vladimir Putin conoce al dedillo las debilidades culturales occidentales y tiene la misma necesidad que aquel de perpetuarse. Y saben que los boicots y embargos no los dañan a ellos y sí les dan respaldo entre los suyos.
La facilidad con que los comunistas abrazan el patriotismo para salvar su sueldo es cosa ya antigua y sangrante: Desde Cuba a Serbia, pasando por China y Moscú (sin olvidar a Herri Batasuna y ERC).
El exagente del KGB lo dijo claramente la otra noche en su alocución, con un suspiro de niño cansado de que nadie juegue con él: el mundo no quiere entender que necesita invadir un país que no existe para él: y tiene que desenvainar; le hemos obligado, nos dijo hablando a sus rusos.
¿Y la legitimidad? Como todo el que no tiene otra cosa, Putin tiene libros de historia a mano. Pero aducir el nacimiento del patriarcado ruso, y del principado moscovita, es como invocar Covadonga para bombardear Casablanca; o reclamarse el ducado de Borgoña, del que también nace casi todo en Europa.
Conozco a Putin desde hace mucho. Me llega un poco por debajo de los ojos. Habla suave, ofrece una mano cuidada y como un pescado muerto y mira como un chiquillo perdido.
Hace 22 años que periodistas rusos me hablaban con pánico de su ambición imperial y su inclinación letal, apenas llegado al poder; y aún no había empezado a matarlos.
El presidente ruso ha desplegado un enorme abanico de tácticas para una sola estrategia: puede ir variando aquellas, pero el objetivo permanece: puede cortar el gas, extorsionar a países y economías, secuestrar y encarcelar oponentes, matar a periodistas o empresarios, parasitar la propia Casa Blanca, financiar a la extrema derecha, azuzar conflictos como el catalán, sembrar desinformación y manipular medios y partidos occidentales, romper la OTAN, desmontar la UE; todo con una única estrategia: reforzar su autocracia en Rusia y debilitar a Occidente.
Putin lleva tiempo diciendo y mostrando todo lo que va a hacer; como advirtió Anne Applebaum: Occidente tiene que dejar de sorprenderse ya de una vez por esa lista tan obvia de objetivos y empezar a escribir los suyos propios: ¿qué quiere Europa?
Y en tanto, dejar de comprar exotismos historicistas sobre la «madre Rusia». A Occidente, y sobre todo a Europa, le va la vida y su futuro.
Lo de «it’s the economy, stupid!», solo es un concepto urbano occidental. Ni en Ryad, ni en La Habana, ni en Pekín, ni en Moscú. Un presidente que ha llevado al PIB de su país del nivel potencia al rango de Malasia no va a preocuparse por las colas en los supermercados, ni el voto de sus jóvenes, ni las palabras de Biden o Borrell.
Sobre la piel y la sangre de los ucranianos, que Moscú ya masacró hasta lo indecible hace 100 años, Putin viene a por nosotros.
Los expertos coinciden en que, a falta de ofrecer un futuro a su pueblo, Putin busca un nuevo orden europeo y una nueva paz a su medida. Cuando se siente a negociar la paz, será sobre lo que sabe que ya ha ganado.