Putin siempre ha ganado (hasta ahora)
«Hasta ahora Putin nunca ha perdido. Y ha sido así porque la comunidad internacional se lo ha permitido durante dos décadas»
Que la vida iba en serio uno lo descubre a marchas forzadas y, muchas veces, cuando ya es demasiado tarde. Puedes conceder una entrevista en una campaña electoral para señalar, con despreocupación, que te sobra el ministerio de Defensa en busca del aplauso fácil. Después llegas al poder y la realidad te estalla entre las manos para descubrir que nunca está de más haber cuidado esta cartera esencial. En otras ocasiones, puedes ser un actor reconocido que comienzas una aventura política que te lleva a la presidencia de tu país y, de la noche a la mañana, te conviertes en el enemigo número uno de un tirano que quiere aplastarte y en símbolo de la resistencia frente a una incomprensible invasión. O, por ejemplo, puedes tener planeada una boda de ensueño con tu amor de siempre y adelantarla unos meses porque sabes que tu destino es empuñar un fusil para defender a los tuyos junto a la persona con la que quieres compartir el futuro. La vida es así de brutal. Podemos regresar hoy a muchas de las páginas de los periódicos de estos días para leer historias como estas.
Hasta ahora Vladimir Putin siempre ha ganado, ya sea de forma parcial o completa. O, mejor dicho, nunca ha perdido. Y ha sido así porque la comunidad internacional se lo ha permitido durante dos décadas. El tirano ha ido detonando cualquier límite imaginable sin apenas consecuencias para sus intereses entre la ambigüedad de los países occidentales y el apoyo aprovechado del gigante chino. La lista es interminable y tiene nombres propios que reconocemos todos: encarcelamientos, envenenamientos, asesinatos y guerras. Sin olvidar sus constantes intromisiones en cualquier conflicto doméstico en el que viese una ventana de oportunidad para generar confusión y caos. Allí donde ha visto la posibilidad de la desestabilización se ha hecho presente con sus propagandistas regados de rublos, sus granjas de bots en redes sociales y esa pérfida máquina de la mentira que es RT. Putin no le ha hecho ascos a ningún movimiento político, a izquierda o a derecha, que le pudiera servir para sus aspiraciones estratégicas.
No podemos olvidar que en el otoño de 2017 colaboró con ahínco en el intento de voladura del Estado de derecho en nuestro país, aunque ahora quieran mirar hacia otro lado los que se acercaron pidiendo su colaboración. Algunos de los más finos analistas de nuestro país, mientras tanto, nos intentan convencer de que solo la extrema derecha defiende a Putin. Quizá porque los que han salido en su defensa con más ahínco (ahí tienen a sospechosos habituales como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte o Evo Morales), son preclaros neofascistas de toda la vida. Pero no merece la pena gastar demasiado tiempo en estas cuestiones locales. Sólo los idiotas morales quieren pasar por el tamiz de sus batallas habituales una invasión como la que están sufriendo los ucranianos.
Putin siempre ha sido el lobo de la historia de los tres cerditos. Y, lo sabemos ya, el lobo siempre ha creído que podría tirarla abajo sin problema. Ojalá podamos celebrar su equivocación y no tengamos que lamentar (¡aún más!) la desidia en la toma de decisiones contra este cleptócrata con ínfulas imperialistas. Los intentos de contención y el pragmatismo de la realpolitik no han servido para detenerlo. Y lo hemos ensayado de las más variadas formas. Como señalaba Anne Applebaum al poco de iniciarse la invasión, «en la lucha secular entre autocracia y democracia, entre dictadura y libertad, Ucrania está ahora en primera línea- y también es nuestra primera línea». Ayudar a los ucranianos hoy – también a los rusos que se oponen a Putin– es la única manera que tenemos de defender nuestras imperfectas, cansadas y lastimeras democracias. Ellos saben que merece la pena y se convierten en el testimonio que no deberíamos necesitar para ser conscientes de lo que está en juego.