Estas cosas no se olvidan
«Mirar hacia otro lado puede aliviar alguna tensión interna en un Gobierno muy Frankenstein en política exterior y económica, pero nos compromete»
Este martes, en una emocionante sesión con mensaje incluido del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, el Parlamento Europeo votó que se conceda a Ucrania el estatus de país candidato a entrar en la UE. La cámara, reunida en sesión extraordinaria, condenó sin ambages «la agresión militar ilegal y la invasión de Ucrania».
Los socialistas españoles votaron con la mayoría, pero sus socios de Gobierno se convirtieron en socios del enemigo de los ucranianos, de Europa, de la paz y de la libertad. En diferentes votos, Podemos, IU y Bildu se abstuvieron o votaron en contra de ampliar las sanciones contra Putin, de dar ayuda financiera a los ucranios para armarse y de no suspender la difusión de las emisiones de la maquinaria de propaganda del Kremlin. Y lo más grave: votaron en contra de que se conceda a Ucrania el estatus de país candidato a entrar en la UE.
Es evidente: hay partidos dentro y fuera —pero apoyándole— del Gobierno de España que dan cobertura material y moral al asesino de los ucranianos.
Hace poco más de mes y medio, el canciller Olaf Scholz era el espejo en el que se miraba el presidente del Gobierno. En la visita del alemán a La Moncloa, Pedro Sánchez celebró la sintonía de ambos en «la defensa de nuestros valores y principios socialdemócratas». Cuando ha llegado la hora de la verdad —es decir, la hora de defender a un país europeo, Ucrania, de una invasión militar— las cosas han cambiado mucho. El espejo se ha empañado.
Olaf Scholz, al frente de un Gobierno de coalición con liberales y verdes, ha ejercido el liderazgo de verdad, aquel capaz de enfrentarse a los cercanos. Ante la obscena y cruel guerra de Putin contra los ucranianos y frente a las resistencias de los verdes, Scholz ha tomado una decisión histórica: Alemania, neutral y exquisita siempre en asuntos militares y con una interdependencia muy elevada con Rusia, enviará munición antitanque y misiles tierra-aire para que Ucrania pueda defenderse del aplastante ataque que sufre.
Más importante aún: Alemania gastará más del 2% de su PIB en defensa y modernizará, con una elevada inversión económica, sus Fuerzas Armadas. Y empezará a desvincularse de los mercados energéticos rusos. El ministro de Finanzas, el liberal Lindner, ya sabe que el riesgo de incrementar la deuda pública es obvio, pero lo ha dejado claro: lo primero, lo principal, es «invertir en nuestras libertades».
Pedro Sánchez, al frente de un Gobierno de coalición con comunistas y populistas de izquierda con los que tiene que negociar cada paso que da, ha preferido enviar cascos y chalecos antibala y ni se plantea romper con ellos después de la votación de ayer en el Parlamento europeo. Eso sí, ha llamado «sátrapa» a Putin. Tiemblan en el Kremlin.
Podemos y los otros compañeros de viaje han impuesto esta posición y el resultado es que España va a la zaga de Europa, a rastras. Que el Gobierno desoye al socialista Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, que dijo ayer: «Nunca sacrificaremos nuestra libertad y la de los otros». Que no se fija en el Gobierno socialista portugués, que sí actúa conforme a «valores y principios socialdemócratas». Hasta los socialdemócratas de los neutrales Suecia y Finlandia –cada vez más cerca de entrar en la OTAN, por otra parte— han enviado munición antitanque y material de guerra a los ucranianos. Aquí, parte del Gobierno vota en Europa contra la solidaridad con el invadido y cree que lo mejor sería enterrar a los muertos bajo paladas y paladas de negociaciones diplomáticas. Moncloa asume ese compromiso y prefiere mirar a hacer; prefiere los equilibrios a los principios.
Cómo será el espectáculo que el PSOE ha necesitado decir públicamente que la política exterior la marca el presidente. No exactamente. La puede dirigir, pero marcarla, la marcan sus aliados de extrema izquierda y del independentismo. La visita de aquel socialdemócrata a seguir, Olaf Scholz, ha caído en el olvido.
Pero estas cosas no se olvidan en Europa. «Nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado», dijo Borrell. No se olvidan tampoco en Washington, donde sigue estando muy presente el grosero desplante de Rodríguez Zapatero a la bandera estadounidense de 2003 y la previa retirada urgente de las tropas españolas en misión en Irak sin esperar a la reorganización del contingente aliado.
Las consecuencias de la posición española sobre Ucrania no tienen que ver tanto con la invasión como con el futuro y con nosotros mismos. Mirar hacia otro lado puede aliviar alguna tensión interna en un Gobierno muy Frankenstein en política exterior y económica, pero nos compromete. ¿Qué dirán los europeos –sobre todo los europeos del este— cuando España sufra una escalada de presiones sobre Ceuta y Melilla, o incluso las islas Canarias? Y por parte de un Marruecos que se ha convertido en un estrecho aliado de Washington. ¿A quién acudiremos para que nos ayude a defender nuestra integridad territorial, a quién convenceremos de que las ciudades autónomas y las islas son Europa?
La solidaridad es una vía de doble dirección. Despreciarla o mirar para otro lado con piadosos mensajes impuestos por las necesidades de equilibrio dentro del Gobierno tendrá consecuencias. Además de las mencionadas, estratégicamente hablando corremos el riesgo de ir al furgón de cola europeo en un momento de redefinición del escenario europeo. ¿La nueva guerra fría que se abre nos va a encontrar más cerca del Grupo de Puebla, de la mano de Zapatero y Adriana Lastra, que del núcleo de los países que lideran la UE? ¿Servirán de mucho los cascos españoles en los bombardeos de Putin sobre el centro de las ciudades ucranianas?
Estas cosas no se olvidan.