THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Caín, Abel y nuestro futuro

«Azuzada por el miedo, Europa se ha unido internamente, confirmando aquella vieja percepción de que, en el peligro, la humanidad encuentra una salida»

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Caín, Abel y nuestro futuro

Soldados del ejército ucraniano. | Europa Press

Me fascinan las palabras desnudas y luego verlas revestidas, llenas de sentido. Me fascina el tiempo anterior a la historia y el tiempo denso de los siglos, la luz original y la luz gastada, manida por el uso. Miro hacia atrás y leo las primeras letras, aquellas que fueron escritas para ser «más perdurables que las grabadas en piedra y que al pronunciarlas, lentamente, conozcamos la verdadera dignidad del lenguaje», por decirlo con las hermosas palabras del poeta polaco Czesław Miłosz. Me fascinan las palabras desnudas y luego revestidas, porque sé que me hablan, que me sondean y me cuestionan, que me muestran aquello que no quiero ver, aunque sepa que existe, aunque no sea capaz o no quiera pronunciar su nombre. Como el rostro del horror y sus consecuencias.

Miro hacia atrás y leo las palabras que no fueron grabadas en piedra, para que se conservaran hasta nuestro tiempo como testimonio y aviso. Leo los primeros capítulos del Génesis (en hebreo Bereshit, que significa «el origen»; pero sobre todo «el fundamento», «la base») y me encuentro con la página inicial de la Historia, su primera clave, después de la expulsión del Edén. Caín mata a Abel, su hermano. La violencia funda el horror, como sucede en la guerra. Y la sangre del hombre, al derramarse sobre la tierra, asciende hasta los cielos y llega hasta Dios, que monta en ira. «¿Qué has hecho? –le pregunta a Caín–. La voz de las sangres de tu hermano clama hacia mí desde la tierra. Ahora, maldito seas, márchate de esta tierra que ha abierto su boca para recibir las sangres que has derramado de tu hermano. Aunque la trabajes, no volverá a darte su fruto; vivirás errante y vagabundo por la tierra». Nótese que el original hebreo utiliza el plural al poner la palabra «sangre» en boca de Dios, aunque la mayoría de traducciones al español opten por el singular, más natural desde luego. ¿Por qué este plural? ¿Por qué «las sangres» en lugar de «la sangre»? La respuesta apunta a la extensión del tiempo. Con aquel asesinato, Caín no sólo derramó la sangre de su hermano, sino que cortó con el futuro. Esas sangres que claman desde la tierra son los niños que no nacerán, las vidas que no tendrán lugar, todo el potencial de la historia que no se desarrollará. Lo contrario a la fecundidad de la vida es la muerte. Ahí está todo.

Pero, en un giro sorprendente, Dios ordena que nadie mate a Caín; y de él y de su prole –de la prole del asesino– nacerá la primera ciudad, y aparecerán los primeros músicos y los primeros herreros y los primeros ganaderos y, en cierto modo, surgirá el mundo que hoy conocemos, que es hijo de la revolución del neolítico. Detrás de la historia, se encuentra la violencia y nuestro anhelo de hacerle frente, de ordenar el horror y de perimetrar el caos. Detrás de la historia, se encuentra la violencia –el dictado cruel de su voluntad– y nuestro deseo de negarle la última palabra. Y, detrás de la historia, se halla también el tiempo trascendido, cuando los hombres se levantan y dicen adiós a la muerte. El ataque de Rusia, la guerra de Ucrania, nos muestra el clamor de la sangre –de las sangres– y la lucha de la humanidad por reclamar de nuevo la vida, luchando, combatiendo, colaborando, agrupándose. Azuzada por el miedo, Europa se ha unido en solidaridad con las víctimas, abriendo sus fronteras, cerrando las fuentes de financiación a Putin y a sus oligarcas, colaborando militarmente con el Ejército de Ucrania. Pero, aún más, Europa se ha unido internamente, confirmando aquella vieja percepción de que, en el peligro, la humanidad encuentra una salida. La energía acumulada durante años de profunda parálisis institucional y política ha dado paso a un enorme impulso hacia delante. Si el asesinato de Abel edificó la primera ciudad, diríamos que ahora el horror de Kiev ha despertado la conciencia de los europeos. La paz se construye con esfuerzo y dedicación, con coraje y valor, con esperanza y unión. La Europa que ha abierto sus fronteras para acoger a las víctimas es la que debe construir el futuro, nuestro futuro.

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