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Guerra Ucrania-Rusia: un nuevo telón de acero del Báltico al Mar Negro

La guerra ha estallado cuando el mundo no se ha recuperado todavía del impacto económico de la pandemia ni se había resuelto la crisis global de las cadenas de suministro

Guerra Ucrania-Rusia: un nuevo telón de acero del Báltico al Mar Negro

Irina Rybakova | Reuters

A punto de cumplirse una semana del inicio de la guerra de Ucrania resulta aventurado cualquier pronóstico sobre su desarrollo y resultado –rendición del Gobierno de Kíev, estancamiento del conflicto por la heroica resistencia ucraniana, negociación diplomática de una tregua, neutralización o partición del país, escalada nuclear, rebelión interna contra Putin en Rusia …-, pero sí es posible conjeturar ya con la debida cautela algunas consecuencias para el futuro de Europa de lo que empezó el pasado jueves 24 de febrero.

1.- Enemigo de Occidente

En primer lugar, el esquema de seguridad de Europa forjado a partir de 1989 ha quedado reducido a escombros. Con su decisión de atacar a Ucrania, Putin ha sacado a Rusia de la comunidad internacional y se ha declarado enemigo de Occidente. La idea del derecho de los Estados a su soberanía y a vivir en paz bajo la garantía del respeto a la ley internacional es ya cosa del pasado. El viejo muro de Berlín se ha movido al Este y un nuevo telón de acero se alza ahora desde el Báltico al Mar Negro. La creencia de tres generaciones de europeos de que nunca  más volverían a ser testigos de una gran guerra en el continente ha dejado de existir.

2.- El comienzo de una nueva Guerra Fría

Es probablemente el comienzo de una nueva Guerra Fría, con el enfrentamiento otra vez de dos bloques rivales a lo largo de una frontera muy extensa con la diferencia de que esta vez las democracias liberales de Occidente no se oponen a un sistema ideológico, político y económico antagónico como el comunista sino al autoritarismo nacionalista que encarna Putin. El Kremlin es ahora el nuevo faro de la internacional de regímenes autocráticos que integran China, Corea del Norte, Irán, Siria, Cuba, Venezuela y demás países que no han condenado la agresión lanzada por Moscú contra un Estado independiente.

3.- Fin de los dividendos de la paz

La necesidad de contener a Moscú podría poner fin a la era de los dividendos de la paz, sobre todo en los países de Europa Central y del Este, que desde su entrada en la UE en 2004 han disfrutado de un espectacular crecimiento económico gracias a los fondos de cohesión, subvenciones agrarias, creación de instituciones de mercado, seguridad jurídica, inversiones extranjeras, etcétera –el PIB de Polonia triplicaba en 2020 al de Ucrania cuando en 1990 eran similares- y ahora pasan a formar parte de la primera línea del frente, máxime aún si el Kremlin instala armas nucleares en Bielorrusia como contempla un nuevo tratado de unión entre esta república y Rusia, que fue aprobado el pasado domingo.

Obligará, por tanto, a los países miembros de la OTAN a incrementar sus presupuestos de Defensa. Años de constante disminución del gasto militar hacen actualmente imposible, por ejemplo, según algunos expertos militares, que cualquier país de la Alianza Atlántica a excepción de Estados Unidos sea capaz de desplegar sobre el terreno una fuerza de combate de 25.000 hombres con la rapidez necesaria para enfrentarse a las tropas de Putin. Alemania ya ha tomado la iniciativa y es probable que su ejemplo arrastre a imitarla a otros socios. El canciller Olaf Scholz ha dado un giro histórico a la política tradicional de defensa de su país, de relaciones de buena vecindad con Rusia y de no enviar armas a zonas en conflicto, anunciando una partida extraordinaria de 100.000 millones de euros para modernizar sus Fuerzas Armadas, el incremento de la inversión anual en Defensa de más del 2% del PIB y la entrega al Gobierno de Kíev de 1.000 misiles antitanque y de 500 misiles tierra-aire Stinger.

Parece mucho, pero está por ver si será suficiente. Putin ya ha avisado a Finlandia y Suecia que su ingreso en la OTAN tendría «consecuencias políticas y militares» y resulta obvio a estas alturas que si se impone en Ucrania no se detendrá allí.  Otra incógnita a despejar será el papel de Turquía en la nueva realidad europea creada por el dictador ruso. Ankara mantiene estrechas relaciones económicas con Rusia al tiempo que es percibida por Moscú como una influencia rival en el Cáucaso y Asia Central.

4.- La energía, en el centro del conflicto

El desafío de Putin impone también a Europa la prioridad de diversificar sus fuentes de energía, dada su alta dependencia actual del gas y el petróleo ruso. De momento, aparte de la paralización del gasoducto Nord Stream 2, las sanciones europeas y norteamericanas se han centrado en los bancos y oligarcas y han tenido mucho cuidado para evitar que se disparasen los precios de los carburantes castigando a sus consumidores y también las opciones electorales de sus líderes, pero no se puede descartar que haya interrupciones en el suministro por causa de la guerra ni mucho menos que sus efectos negativos se repartan por igual en toda la sociedad.  Tampoco se debe olvidar que Rusia y Ucrania son dos de los mayores exportadores de trigo del mundo a través del Mar Negro y que cualquier suspensión del abastecimiento o escasez podría tener consecuencias desestabilizadoras en países como Egipto, Túnez, Marruecos, Pakistán o Indonesia.

5.- Otras consecuencias

La guerra ha estallado cuando el mundo no se ha recuperado todavía del impacto económico de la pandemia ni se había resuelto la crisis global de las cadenas de suministro y en un contexto de inflación al alza, lo que ha llevado a algunos expertos y economistas a sembrar dudas sobre la suerte de los fondos europeos comprometidos para sanar las heridas causadas por el coronavirus y a ver asomar al fantasma de la estanflación, es decir, un escenario de bajo crecimiento y fuerte inflación. 

El nuevo telón de acero que ha caído sobre Europa tendrá también otras consecuencias no  desdeñables. Europa deberá aprender a contrarrestar las técnicas de guerra híbrida rusas como  ciberataques, campañas de desinformación, interferencias electorales, intentos de desestabilización política,  etcétera, y  acabar, como ya se está viendo con las primeras sanciones personales, con los días de vino y rosas compartidos con los oligarcas rusos amigos del Kremlin instalados en el sector inmobiliario, la industria del lujo y del deporte, de Londres a la Costa del Sol y de Berlín a Milán. Por último y no menos importante, los europeos deberán dejar de encandilarse con  frívolas irresponsabilidades populistas, esos supuestos planes B que sólo generan odio y ruina, y defender con firmeza sus valores democráticos como hace cada día el presidente ucraniano Volodímir Zelenski en estos tiempos, y los que puedan venir, de sangre, sudor y lágrimas.

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