¿Qué prometió Estados Unidos al Kremlin?
«A ojos de Putin, Norteamérica, más en concreto Bill Clinton, faltó a las garantías verbales que en su día había ofrecido al Kremlin»
Quizá una manera útil a fin de averiguar lo que piensa Vladímir Putin, más allá de las especulaciones fantasiosas sobre si está o deja de estar loco, fuera escuchar lo que dice cuando habla. Y resulta que el presidente ruso acaba de hablar largo y tendido, 55 minutos seguidos de alocución sin consultar ni un solo papel, en el que estará llamado, sin duda, a convertirse en el discurso más importante de su vida. Un alegato, el que pronunció el pasado 21 de febrero para anunciar el reconocimiento oficial de las autodenominadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, donde, tras exponer su personal visión de la historia nacional de Rusia, visión en la que las dos grandes figuras icónicas de la Revolución de Octubre, Lenin y Stalin, pasan a sentarse en el banquillo de los acusados y nada menos que en calidad de traidores a la causa de la identidad patria, señaló también a un tercer reo de traición -en este caso a la palabra dada-, los Estados Unidos.
Así, a ojos de Putin, Norteamérica, más en concreto Bill Clinton, faltó a las garantías verbales que en su día había ofrecido al Kremlin a propósito de que la OTAN no se expandiría hacia el este tras la caída del Muro y la ulterior disolución del Pacto de Varsovia. «Todo acabó resultando exactamente lo contrario», sentenció lacónico Putin en su diatriba. Asunto importante, el de ese supuesto compromiso norteamericano, en la medida en que las violaciones armadas de la soberanía nacional de cualquier país no poseen justificación, pero sí causas. Y de ahí la importancia de averiguar si se compadece en algo con la verdad lo expuesto por el comandante en jefe del Ejército de la Federación Rusa. ¿Es cierto que Estados Unidos prometió en 1990 a Rusia que en ningún caso las tropas de la OTAN se adentrarían más allá de los límites geográficos que en su momento habían señalado las fronteras del bloque soviético?
Der Spiegel, revista alemana de referencia, ha tratado de dar ahora con la respuesta por la vía de preguntárselo sin rodeos a Frank Elbe, el diplomático de la entonces Alemania Occidental que en aquella época, finales de los ochenta, había ejercido como mano derecha de Hans-Dietrich Genscher, el titular de Exteriores del canciller Kohl. Bien, ¿y qué dice el jubilado de ochenta años que lo sabe todo al respecto? Pues dice que Putin tiene razón… a medias. Porque, en efecto, los alemanes, mucho más interesados en su propia reunificación que en los intereses estratégicos de Estados Unidos en Europa, se habrían comprometido a permanecer dentro de la OTAN tras absorber a la antigua RDA, pero partiendo del principio de que «pasase lo que pasase con el Pacto de Varsovia, no se produciría una ampliación del territorio de la OTAN hacia el este, es decir hacia las fronteras de la Unión Soviética [que todavía existía]».
Esa era la postura oficial alemana; en principio, solo la alemana. Si bien cuando Genscher se encontró en Washington con un James Baker, el secretario de Estado, «radiante» a decir de Elbe, el norteamericano le habría transmitido que «la fórmula de no ampliar la OTAN le complacía y que se ocuparía de que la propuesta fuese aceptada en el seno de la alianza». «Aquella fue la única vez que vi a Genscher bebiendo vino», confiesa su colaborador. Por lo demás, sería el mismo Genscher el encargado de trasladar la propuesta a los rusos, en concreto a Shevardnadze, el titular de Exteriores, que la aceptó de inmediato. Hasta ahí, la verdad de Putin. Pero después pasarían más cosas. Así, ya en 1997, la misma OTAN y la Rusia presidida y arruinada por Yeltsin suscribirán , y de modo solemne, un acuerdo por el que el Kremlin «aceptó la ampliación oriental de la OTAN, y en contrapartida se le concedió el derecho ilimitado en el tiempo a ser consultado sobre las posibles nuevas incorporaciones a la alianza». Una gentileza, la de preguntar por su opinión a Moscú, que la OTAN decidió olvidar a partir de 2004, cuando fueron admitidos los bálticos en su seno sin mayores protocolos. «No se entró en una situación crítica hasta que se les propuso la entrada a Georgia y a Ucrania», concluye el octogenario Elbe. El resto de la historia ya la conoce el lector.