Diario económico de guerra
«Rusia ha dejado de ser un proveedor fiable para Europa, donde destina el 50% de sus exportaciones de combustibles fósiles»
Día 37. Ucrania sigue resistiendo. Rusia juega a la paz pero nadie descarta que sea una treta para ganar tiempo y rearmarse. Y mientras Putin se aprovecha de la dependencia de Europa de su petróleo y gas para defender el valor del rublo y sortear en parte las severas sanciones económicas impuestas por la Unión Europea y Estados Unidos. La batalla se libra en el frente militar pero también en el económico.
Las exportaciones de gas y petróleo han sido el pilar de la economía y del poder geopolítico de Rusia. El conflicto nos lo recuerda cada día. Las economías europeas hacen planes de contención para paliar los efectos de la escalada de precios de la energía en la inflación, que en el caso de España se sitúa ya en el 9,8%, el doble por cierto que en la vecina Portugal. ¿Será esta la excepción ibérica de la que habla Sánchez? No satisfecho con tenerles rehenes de sus exportaciones de gas y petróleo, Moscú les ha exigido su pago en rublos bajo la amenaza de suspender completamente el envío de cargamentos. Y les ha dado dos semanas de plazo.
El desconcierto en torno a la medida es grande. ¿Es una manera de burlar las sanciones? ¿De impulsar la apreciación del rublo? ¿De asustar a los mercados con un shock en la oferta para que siga subiendo el precio del gas y del petróleo con cuyos ingresos sustenta su maquinaria de guerra? Hay un poco de todo ello. Y tal y como reflejan los mercados, lo está consiguiendo en parte.
El rublo se ha apreciado hasta los niveles previos a la invasión el pasado 24 de febrero, el banco central ruso, emisor de la moneda cuyas reservas de divisas fueron congeladas por el BCE y la Fed, verá cómo se dispara la demanda de rublos por parte de los compradores del gas y petróleo e ingresará a cambio euros, que estos han de depositar en uno de los pocos bancos rusos no expulsados del sistema internacional de pagos SWIFT, el Gazprombank. La volatilidad de los precios del crudo y del gas en los mercados internacionales tras la vertiginosa escalada de las últimas semanas, reflejan el desconcierto de los inversores.
Veremos si claudican los países importadores, que se agarran a que los contratos están denominados en euros, pero la medida es cuando menos astuta. En países como Alemania o Austria se han disparado las alarmas y ya se habla de racionar el consumo de la energía. Lo que era impensable antes del comienzo de este conflicto es ahora posible y nos acerca a tiempos oscuros de la historia reciente europea.
De nuevo una crisis energética pone a la economía mundial contra las cuerdas. La inflación se acerca a los dos dígitos en algunas economías avanzadas y las previsiones de crecimiento se esfuman. Se acerca una tormenta perfecta. A la pérdida de poder adquisitivo, se suma la imposibilidad de los países miembros de la eurozona de poder devaluar la moneda para recuperar la competitividad pérdida por el ascenso de la inflación. La pertenencia al euro castigará a los países con las tasas más altas de inflación, con España de nuevo a la cabeza. La única manera de no perder competitividad sería con una devaluación interna, como ocurrió en la crisis financiera de 2008-13. Pero resulta impensable con la inflación de hoy.
La historia nos demuestra que los shocks energéticos acaban volviéndose en contra de quienes los provocan. Ese sería el error de cálculo de Putin. Puede que de momento tenga ventaja, pero en el medio y largo plazo esta se esfumará. Además de subestimar la resistencia heroica del pueblo ucraniano, el dictador ruso provocará un declive paulatino de la importancia energética de Rusia y con ello de su influencia en el mundo. Sin duda su poderío nuclear la mantiene como un actor de peso en el tablero geopolítico, pero será más difícil mantener su industria armamentística en ausencia de los euros y los dólares que le permiten adquirir tecnología avanzada en el exterior. Rusia
El chantaje de Rusia hoy no hará más que acelerar la carrera europea hacia la autosuficiencia energética a través de la potenciación y revitalización de industria nuclear (aquí España también ha optado por ser una excepción) y de pisar el acelerador de la transición hacia energías verdes. Un paso más hacia la desglobalización y la renacionalización del proceso productivo que se inició con la pandemia y esta crisis está acelerando.
Rusia ha dejado de ser un proveedor fiable para Europa, donde destina el 50% de sus exportaciones de combustibles fósiles (gas, crudo y carbón). Los principales países perjudicados por las medidas de coacción del Kremlin, especialmente Alemania, se han comprometido a reducir a un tercio su dependencia de aquí a final de año.
Algo parecido pasó en anteriores crisis energéticas. Confiar en regímenes autoritarios para el suministro de energía es siempre arriesgado. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), formada entonces por la mayoría de monarquías absolutistas de Oriente Medio y dictaduras africanas, Ecuador y la entonces sí Venezuela democrática, suministraba el 70% del petróleo del mundo en la primera crisis del petróleo en 1973, provocada por el embargo a las exportaciones a EEUU y los países aliados en respuesta a la guerra de Yom Kipur. Siguieron años devastadores de recesión e inflación. El PIB de EEUU cayó un 4,7% y el de Europa un 2,5%. En 1979, tras la Revolución iraní y la posterior guerra de Irán e Irak (1980-88), los precios volvieron a dispararse. Entonces, como hoy, el mundo contuvo de nuevo el aliento.
El resultado de todo ello es que hoy la OPEP satisface el 37% de la demanda mundial de crudo y se enfrenta al reto de cómo parar de perder influencia en un mundo embarcado en la carrera hacia energías más limpias. La invasión rusa de Ucrania le ha permitido recuperar un poco de protagonismo. No obstante, la decadencia de su poder ha provocado tremendas tensiones en el seno del cartel, dividido entre quienes prefieren recortar la oferta para subir precios y quienes quieren mantenerla o ampliarla para no perder cuota de mercado. Irán siempre ha defendido lo primero. Arabia saudí, su gran rival geopolítico y religioso en la región y aliado de EEUU, lo segundo.
Atendí como enviada especial a varias reuniones de la OPEP tras la invasión de Kuwait por parte de Irak en 1990. Ahí empecé a forjarme como plumilla. Para recabar datos sobre la evolución de su oferta de crudo en el mundo eché un vistazo a la página web de la organización. Me sorprendió leer cómo trataban el asunto de la invasión rusa de Ucrania y cómo esta afectaría la demanda de crudo. «Mientras que el año arrancó con una relativamente base sólida de demanda, los últimos eventos en Europa del Este pueden hacer descarrilar la recuperación». Y otro apunte sobre los precios: «Aún no están reflejando los acontecimientos relacionados con Ucrania que se están desarrollando rápidamente».
Rusia ha dejado de ser un proveedor fiable para Europa, donde destina el 50% de sus exportaciones de combustibles fósiles (gas, crudo y carbón). Los trece países miembros, que además de Arabia Saudí e Irán incluyen a países como Venezuela, Siria, Libia, Irak o Nigeria, no quieren soliviantar a Rusia. Al fin y al cabo esta guerra se libra también en términos de una rivalidad entre dos bloques destinada tomar el relevo del orden mundial conocido hasta ahora y dar un vuelco al tablero geopolítico. Tienen intereses cruzados y hay mucho en juego.
China y Rusia, dos regímenes autocráticos que han hecho un matrimonio de conveniencia entre el poder económico de la primera y el militar de la segunda, están decididos a disputar la hegemonía de las economías avanzadas y sus sistemas de democracia liberal. China y las economías emergentes se han convertido en el principal mercado de la OPEP mientras que los países desarrollados han ido reduciendo la demanda.
Así como hay que celebrar que la UE haya actuado unida y con contundencia a la agresión rusa, que la alianza atlántica haya recuperado su razón de ser y que EEUU vuelva a estar interesada en Europa, sería conveniente hacer un ejercicio de autocrítica. ¿Cómo Europa se encuentra en esta situación de vulnerabilidad? Enfrentada ahora a un tremendo dilema moral: seguir pagando a Rusia la masacre del pueblo ucraniano o cortarle ese cordón umbilical y asumir las consecuencias que la pueden colocar cerca del colapso económico, las presiones de Moscú inclina cada vez la balanza hacia la segunda opción. ¿Por qué optó mirar para otro lado cuando todas las señales de alarma sobre la deriva dictatorial de Putin estaban allí? ¿Le servirá esta tragedia para aprender?