THE OBJECTIVE
Álvaro Nieto

Feijóo y el suicidio del PP

Nada de lo que hemos visto en Sevilla invita al optimismo respecto al futuro del PP. Hay un candidato con buenas hechuras, pero seguimos sin conocer su proyecto.

Opinión
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Feijóo y el suicidio del PP

Alberto Núñez Feijóo | EFE

Ya tenemos a Alberto Núñez Feijóo al frente del Partido Popular. Ha llegado por aclamación, como él siempre quiso, y con el encargo de recuperar el Gobierno de España. Le han elegido porque ahora mismo es la figura más respetada por el conjunto de los dirigentes de la formación y el único que puede hacerse cargo del barco sin que se rompa por la mitad. El problema es que no está claro si es la persona más adecuada para garantizar el éxito de la operación: llegar de nuevo a La Moncloa.

El todavía presidente de la Xunta de Galicia ha exhibido este fin de semana en Sevilla cuáles son sus bazas. Un discurso sosegado, tranquilo y moderado. Con 60 años a sus espaldas y la solidez que da llevar media vida gestionando presupuestos, Feijóo transmite al instante una talla muy superior a la del político medio de nuestro país. Quizás sea esa su mejor virtud: tiene hechuras de presidente. Pero en pleno siglo XXI, en la época de la política líquida y demás zarandajas, queda la duda de si su figura ha llegado demasiado tarde a nuestras vidas. ¿Será suficiente su aire de viejo profesor para derrotar al camaleónico Pedro Sánchez?

Feijóo nos ha dejado nítidos sus principios (España, Constitución, Monarquía, Unión Europea), pero eso no supone ninguna novedad, porque son los mismos que lleva defendiendo el PP toda la vida. También nos ha presentado a su equipo, y ahí tampoco ha habido muchas sorpresas: se rodea de su gente de confianza en Galicia y de nombres sugeridos por otros barones de peso, aparte de recuperar algunas viejas glorias caídas en desgracia durante la etapa de Pablo Casado.

Los mismos valores y parecidas personas, pero ninguna propuesta concreta. Feijóo ha dado en Sevilla tres discursos y, aparte de su amor a España y de su deseo de llegar a La Moncloa, poco más hemos sacado. No sabemos cuál es su diagnóstico de la situación, qué prioridades tiene en la cabeza, cuáles son en su opinión los principales males de la nación y qué ideas tiene para resolverlos.

Feijóo ha hecho bueno el cliché sobre los gallegos. Tras tres días en la capital andaluza, no sabemos si sube o si baja. Desconocemos sus recetas para mejorar la educación, cómo piensa combatir a los independentistas (aparte de con ese «bilingüismo cordial» que dice defender), qué contempla hacer para bajar las cifras del paro que lastran desde hace décadas nuestra economía, si cree que España debe incrementar su autonomía energética para no depender de terceros y cómo debería hacerlo, si considera necesario un recorte del gasto público que elimine entes duplicados y chiringuitos para atajar la disparatada deuda que arrastramos, si baraja tocar la ley electoral para mejorar la igualdad entre españoles y reducir el creciente peso de los regionalismos, si le preocupa la separación de poderes y piensa hacer algo para mejorar la independencia judicial y la autonomía de la Fiscalía General del Estado…

En definitiva, que Feijóo se ha ido de Sevilla sin contarnos cuál es su proyecto de país. Y, en su lugar, nos ha dejado tres discursos llenos de palabras huecas, todas muy bonitas, sí, pero ni siquiera dichas con pasión. Hemos descubierto que Feijóo es igualito a Mariano Rajoy, pero sin la misma gracia para hacer sonreír al respetable.

Cierre en falso

Que nadie se engañe. El PP ha cerrado en falso su congreso. Se ha entregado en cuerpo y alma a nombrar santo súbito a Feijóo, pero no sabemos nada sobre el proyecto que pretende liderar en los próximos años. Se han cerrado (transitoriamente) las heridas entre compañeros de partido, pero desconocemos cómo piensa el nuevo presidente del PP recuperar los millones de votos perdidos desde la última vez que su formación tuvo mayoría absoluta.

A estas alturas de la película, apelar a los principios y valores parece insuficiente para conseguir votos, por mucho que Sánchez carezca de aquellos. España necesita con urgencia una propuesta innovadora, atractiva y que despierte ilusión. Y nada de eso se ha visto este fin de semana. ¿Puede armarla Feijóo en los próximos meses? Todo es posible, por supuesto, pero viendo su trayectoria en Galicia tampoco podemos esperar grandes revoluciones.

Dijo Feijóo en Sevilla que no piensa estarse quieto esperando que llegue su turno y que su idea es plantear una alternativa sobre la base de cambios profundos. Ojalá que lo haga, pero de momento no hemos visto nada. En un país que hace aguas por los cuatro costados no hemos escuchado salir de su boca ni una sola reforma necesaria. Y las dos únicas novedades que ha dejado su discurso han sido ese «bilingüismo cordial» que dice defender, y que suena a vano intento por caer simpático en Cataluña y el País Vasco, y la mano tendida a Sánchez para que, si quiere, se libere de Podemos y de los independentistas.

Hace bien Feijóo en presentarse con cara amable y en ofrecer diálogo al presidente del Gobierno, por lo menos para que nunca nadie le pueda reprochar que no lo hizo, pero esperemos que no sucumba a las malas artes de Sánchez, que ha engañado a todo el mundo y que ha dejado abrasados a cuantos se le han acercado. De hecho, el propio Casado cometió un grave error la única vez que cedió a las presiones y pactó con el PSOE la renovación de ciertos cargos institucionales: el giro en el Tribunal de Cuentas, propiciado por un pacto entre los dos grandes partidos, ha dejado este organismo a merced de los independentistas.

Si el plan de Feijóo pasa por echarle un capote a Sánchez, poco futuro tiene. El presidente le utilizará en beneficio propio y el acercamiento del PP solo servirá para engordar a Vox, que es justo lo que quiere el inquilino de La Moncloa: dejar la competición electoral en una simple tesitura entre el PSOE y los de Santiago Abascal.

Tras el fracaso de la era Casado, al PP le queda una última bala antes de ser superado por Vox en las urnas. La opción Feijóo garantiza la paz interna, pero no está claro que sirva para contener la marea verde. La gente en la calle está muy harta y, ante los atropellos y disparates del Gobierno, el discurso tranquilo y sosegado del gallego suena a otra época. Si el PP opta por la moderación, el no hacer ruido, el perfil bajo, el no mancharse y el no comprometerse a nada concreto no vaya a ser que alguien se moleste… habrá elegido el camino del suicidio. Millones de españoles están reclamando alguien que les hable claro, que les ilusione de nuevo, que les devuelva la esperanza… y que esté dispuesto a afrontar con valentía las reformas que el país necesita.

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