THE OBJECTIVE
Enrique Calvet Chambon

Fiscalidad, talibanes y Feijóo

«Proponer una rebaja estructural y permanente ‘de los impuestos’ así, a capón, es bastante frívolo y peligroso»

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Fiscalidad, talibanes y Feijóo

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en su reunión en La Moncloa. | David Mudarra (EP)

Veíamos hace quince días que las medidas que centraban en los medios de comunicación el combate contra el shock externo que sufre la economía española desde hace un año al menos, enfocaban la política energética y fijación de precios energéticos, por una parte, y la «reducción de impuestos», por otra. Merece la pena precisar y sacar de la vaga nebulosa demagógica este último tema. Es en efecto un asunto muy popular y visceral el pagar menos impuestos y es muy fácil adherirse a ello con entusiasmo cuando se queda a nivel de eslogan. Pero hay que decir inmediatamente que la cosa es muy compleja, y, sobre todo, no es gratis, en absoluto, y mucho menos en un país con la descomunal deuda que tenemos. 

Simplificando, existen dos enfoques en la presente coyuntura. En el primero, diremos que los «talibanes» de la cacareada curva de Laffer están haciendo campaña (por supuesto desde la derecha) para obtener una rebaja estructural global de todos los impuestos, es decir de la presión y del esfuerzo fiscal global en nuestra Nación. Digamos que lo que aportó Arthur Laffer al debate es la posible existencia de un punto óptimo de presión fiscal en una sociedad a partir del cual crear más impuestos o subir tipos marginales en el IRPF, por ejemplo, tiene tales repercusiones negativas en la dinámica y crecimiento económico, que la recaudación total mengua en vez de crecer. 

La verdad es que, hasta ahora, ese principio intuitivo (que existe desde antes de Laffer, como él mismo ha señalado) no ha permitido determinar ese punto óptimo, ni de cerca. Pero sobre todo, lo que evidencia es que el intentar acercarse a una presión fiscal ideal depende totalmente del tipo de sociedad que se tiene y/o se desea. Las importaciones de experiencias foráneas son impensables. Porque el supuesto esfuerzo fiscal ideal dependerá de la riqueza global de la Nación concreta, de su tradición fiscal, de su particular tejido productivo, de su endeudamiento, de sus desigualdades (asumidas o no), de la modernidad de sus estructuras físicas, de su cultura (Ley de Wagner)… Y también de su sistema tributario, que es de lo que estamos hablando. Al final, por ser breves, digamos que detrás de un sistema tributario «óptimo» está un modelo de sociedad y una realidad socio-económica. Y, también por ser sucintos, digamos que en España se puede plantear un pacto de Estado para acercarse a un sistema tributario mejor. Es una de las reformas estructurales pendientes, y a nuestro juicio, necesarias. 

Pero avisamos, no se puede  proceder a ese ejercicio tan delicado e importante, en España, sin introducir en el estudio todos los impuestos y cargas, las cotizaciones sociales, el análisis de las transferencias de competencias a las regiones o el cálculo del cupo vasco y sin asumir el tipo de sociedad que políticamente se desea. Como por ejemplo si España debe ser una desequilibrada confederación o una sociedad de libres, iguales y solidarios. Ahí es nada. Y al final, se puede llegar perfectamente a la conclusión de que en España se requiere mayor esfuerzo fiscal, sólo que mejor distribuido y gestionado.  Visto la complejidad y trascendencia de la reforma necesaria, no podemos sino concluir que proponer una rebaja estructural y permanente “de los impuestos” así, a capón, es bastante frívolo y peligroso.

Existe otro enfoque y otro debate, a nuestro juicio, mucho más racional y menos ideológico. Se trataría de utilizar una rebaja selectiva de determinados impuestos, temporalmente, para aliviar a los españoles y su economía del peor momento del shock externo que padecemos desde hace meses. Y de paso maquillar la inflación. Estamos hablando ahora de política económica coyuntural y de sus instrumentos. Es una alternativa razonable y legítima, sobre la que tiene que opinar la Comisión Europea sin duda. Compleja en su desarrollo pero estudiable y factible. Como ciudadanos españoles sólo exigimos una cosa: cualquier rebaja, aunque sea temporal, de cualquier impuesto que suponga merma de recaudación, tiene que venir acompañado, y simultáneamente, de una reducción de gasto. Ya tenemos demasiada deuda y demasiado déficit público. Ninguna rebaja de impuesto sin rebaja de gasto público. Ahí es donde han cambiado las prioridades de gasto. 

Sabemos ahora, por sus propias declaraciones, que el señor Feijóo no es ningún talibán fiscal y ha elaborado unas propuestas de política económica en el ámbito de algunos impuestos concretos, a corto plazo y transitorias, para aliviar el sufrimiento y las distorsiones creadas por los terribles shocks externos de los últimos dos años. Eso nos parece bien siempre y cuando no suponga ignorar que España tendrá que operar en cuanto pueda una reforma global de todo su sistema recaudatorio y una reconsideración profundísima de sus prioridades de gasto. Si es que España sigue existiendo, por supuesto, y no un engañoso remedo. 

Decimos eso porque nos ha extrañado el método de presentar su alternativa de política económica puntual y limitada. Esta deberá lógicamente formar parte de un programa electoral, pero no entendemos que sea la pieza clave de una reunión del más alto nivel político con el Presidente de Gobierno, dónde se entiende que se deben estudiar los grandes males estructurales de la Nación española, los aspectos institucionales y el futuro integral e integrado de nuestra patria. Ante la propuesta de medidas coyunturales de política económica, entendemos muy bien que Sánchez las haya recibido educadamente pero haya dicho que él ya tiene una vicepresidenta económica que tiene sus propias medidas y que él está en el Gobierno para aplicar su gestión. Cuando esté el señor Feijóo, aplicará las suyas (como Rajoy/Montoro hablando de impuestos). 

Este aspecto nos parece preocupante, porque podría ser que el señor Feijóo no calibrara ni valorara bien los enormes problemas radicales y estructurales que asuelan la política española, y, derivadamente, la economía, o no quisiera verlos y sólo aspirara a proponer gestionar mejor la agonía, utilizando mensajes «superficiales». Hay que decir muy claro a los ciudadanos que la solución seria a sus penurias actuales no viene de cuatro parches del momento, sino de una reforma radical, cuasi revolucionaria, de instituciones y estructuras estatales. Lo que se llama acabar con la agonía de un régimen.

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