El método Redondo
«Volveremos a saber de él. Iván tiene un método. Y si no te gusta, lo cambia»
Iván Redondo (nacido en San Sebastián un republicano 14 de abril de 1981) habló el pasado miércoles de auges y caídas de los líderes políticos. Lo hizo, paradojas, en el Colegio Mayor Moncloa, ante una discreta audiencia formada sobre todo por acomodados estudiantes de letras, con esos pelones como congelados, ay, en los años sesenta.
No vi al Redondo que compareció ante la campechanía de Évole —nervioso, dijeron—, pero habría estado más solvente en el acto del colegio mayor. Frases cortas, pose de gurú, mirada de acero. Un miércoles con partido del Madrid de Champions, entre las nueve y las once de la noche, en un lánguido día de final de Cuaresma. Auge y caída.
Sin embargo, ahí estaba el que fuera el hombre más poderoso de España hasta ayer, departiendo en una charla titulada, precisamente, ‘Periodismo y poder’. Daniel Ramírez, ágil conductor de la cosa, le repreguntó rápidamente si se daba por aludido cuando hablaba de la «resurrección» de ciertos personajes políticos.
Pero Redondo, con ese aire como de finales de la Transición, ni joven ni viejo, ni guapo ni feo, ni flaco ni gordo, el hombre en España que lo hace, o hacía, todo, parece estar por encima de todo porque ha alcanzado la ataraxia de quien tiene un despacho detrás. Battiato y Gurdjieff apostaban por la construcción de un centro de gravedad permanente y el yo conseguido, pero Iván Redondo lo fía todo a su despacho, que abrió ya con unos precoces y ambiciosos veinticinco años.
No dijo agencia de comunicación, ni consultoría, ni oficina, sino «despacho». Varias veces. Al menos no lo llamó «gabinete». Un despacho me suena a coches cuadrados como el peinado de Adolfo Suárez, a butacones de cuero, a ceniceros romboides de cristal y tomos de Aranzadi. El hombre que lo hacía todo en España vuelve a su despacho. ¿Volverá, como volvió Pablo Iglesias Turrión, para volver a irse?
No deja de ser tragicómico ubicarlo en la nómina de los recientes juguetes rotos de la política-trituradora de los tiempos modernos. Como la del citado Iglesias, cuya salida al menos fue voluntaria, y las muy lacerantes de Albert Rivera o Pablo Casado.
Iván Redondo se ubicaría en el club de los que dejan en lugar de ser dejados, aunque parece que dejan para evitar ser dejados. Ahí está aquella nota del «saber ganar, saber perder, saber parar», en esas mayúsculas feotas impropias de un líder de la comunicación.
Sin embargo, no parece renunciar a la vitola de ganador. ¿Y el método Redondo? Dijo mucho lo de «ganar a corto [plazo], para llegar a medio y no morir a largo». Y que trabaja semana a semana. O sea, que el método del hombre en la sombra del presidente del Gobierno era el cholismo, el partido a partido. Un calendario por semanas como jornadas ligueras en el que hay que puntuar siempre. Se permite un margen de error, pero hay que sumar. Quedan ocho jornadas de liga. Y noventa semanas para las próximas elecciones. «Se avecina la madre de todas las batallas», pronosticó, con sonrisita.
Transversalidad. Redondo ha roto la tradicional política de carné. Es consciente de la fragmentación de la política. Y de las tres Españas: conservadora, progre y periférica-indepe-cantonalista-turolense. Y no asesorar demasiado. Nunca habría puesto al que fuera candidato Sánchez con un adoquín en la mano o un cachorro que huele a leche. Quizá ese fue su pecado, no asesorar mucho y tratar de hacer demasiado. Y Sánchez «no es Zapatero», soltó.
Volveremos a saber de él. Iván tiene un método. Y si no te gusta, lo cambia.