Medina y Luceño: el sufrimiento como oportunidad de negocio
«Hasta que haya sentencia firme no podremos llamarles delincuentes, pero los hechos probados nos permiten llamarlos indecentes»
En el verano de 2004 el huracán Charly arrasó la península de Florida provocando una veintena de muertes y daños por valor de 11.000 millones de dólares. La interrupción del suministro eléctrico provocó el caos, y millones de personas buscaron desesperadamente alternativas para refrigerar sus alimentos e iluminar lo que quedaba de sus casas. El mercado se movió: las gasolineras subieron de dos a diez dólares el precio de las bolsas de hielo y generadores de 250 dólares pasaron a venderse por 2000. La prensa local contaba que un matrimonio septuagenario con una hija discapacitada tuvo que pagar 160 dólares por una habitación de hotel que la semana anterior costaba 40 dólares. Estos y otros abusos provocaron un debate respecto a la ética de sacar provecho económico a una catástrofe; solo un alma enferma es capaz de ver negocio en el sufrimiento ajeno.
Los libertarios reconocen la carga emocional de estos casos, pero consideran que presentan un problema insoluble; el precio «justo» es una antigualla medieval, irrelevante en una economía de mercado. Pero la legislación contra el abuso de precios existe para protegernos en las situaciones donde no concurre el elemento clave de la economía de mercado: la libertad. Por eso cualquier persona de buen corazón se revuelve cuando lee que en marzo de 2020 dos comisionistas vendieron material sanitario al Ayuntamiento de Madrid por un valor de 15,8 millones de euros, de los cuales seis se quedaron en sus bolsillos: cinco en el de Alberto Luceño y uno en el de Luis Medina.
Ambos alegan que obraron con la voluntad de ayudar en la lucha contra la pandemia, pero falta esclarecer el beneficio social derivado de que Luceño renovara su parque móvil tras la operación: Aston Martin DB11, Ferrari 812 Superfast, Mercedes AMG GT 63S, BMW I8 Roadster, Porsche Panamera, Lamborghini Huracan, McLaren 720S… Tampoco alcanzo a ver en qué ayudaron los tres Rolex o las diez noches en un hotel de lujo por las que pagó más de sesenta mil euros. Por su parte, Luis Medina contribuyó a la lucha descarnada contra la pandemia comprando un velero de lujo y dos bonos de inversión. Gracias, Luis. Pese a estas muestras de altruismo y compromiso cívico, la Fiscalía Anticorrupción les imputa los delitos de estafa agravada, falsedad documental y blanqueo de capitales.
Hasta que haya sentencia firme no podremos llamarles delincuentes, pero los hechos probados nos permiten llamarlos indecentes. Fallecían mil personas al día, no había instrumentos de protección, las administraciones buscaban soluciones y consintieron ante los conseguidores como consiente un niño hambriento ante una proposición indecente, como una mujer drogada ante los avances de un abusador. Esta, no se olvide, es la coyuntura de dolor e invalidez que algunos aprovecharon para hacerse (más) ricos.