El Pegasus de Troya de Pedro Sánchez
«Es justo reconocerle al sanchismo la sublimación del arte de la mentira»
La política se rige por el mismo principio básico que la economía de mercado: la ley de la oferta y la demanda. Si en el campo económico esta regla explica cómo se fijan los precios de los productos y servicios en el mercado, en el campo electoral revela que el éxito de una campaña depende del número de mentiras que el votante esté dispuesto a consumir. Hasta quienes profesan ideologías antagónicas con el sistema capitalista incorporan en sus discursos esta máxima, ofreciendo al elector aquello que desea escuchar, aunque finalmente la mercancía adquirida no se corresponda con lo ofertado por la marca.
Pero al contrario de lo que suele ocurrir en el modelo capitalista, en el que los clientes expulsan del mercado a aquellas compañías cuyos productos no logran satisfacer sus necesidades, la fidelidad a la marca por parte del consumidor de política no siempre depende del grado de implementación de las promesas electorales por parte del partido, sino de la capacidad de aquel para deglutir sus mentiras y buscarles acomodo ideológico.
Y a este respecto es justo reconocerle al sanchismo la sublimación del arte de la mentira, a la que ha convertido en la piedra angular de su acción de gobierno, en su seña de identidad, en la marca de la casa. Pedro Sánchez posee la capacidad innata de mentir a todo el mundo sobre todos los temas y durante todo el tiempo. Es el hacedor de mentiras públicas más grande que nuestra democracia ha conocido. Y no sólo las crea, sino que las coloca y maneja con la desenvoltura propia de un avezado maestro.
Pero parece que, últimamente, algo anda mal en la matrix de mentiras sanchista. Si hacemos caso de las encuestas, el número de clientes dispuesto a seguir consumiéndolas se resiente. Como le sucedió a su tocayo de la fábula, que perdió el favor de sus vecinos el único día que no mintió sobre la llegada del lobo, a Pedro nadie le cree cuando denuncia que han espiado a su gobierno.
Los españoles ven en la trama Pegasus una suerte de Caballo de Troya en cuyo interior el Gobierno enmascara una intención que dista mucho de la declarada: bajo el envoltorio del espionaje a los líderes independentistas catalanes o a algunos miembros del Ejecutivo, incluido el propio presidente, se intenta un nuevo asalto a las instituciones del Estado. Sólo que ni Sánchez es Aquiles, ni Margarita Robles es Helena de Troya.
Para empezar, la propia aparición del informe que denuncia el espionaje a los líderes independentistas por parte del Gobierno español usando un software israelí -cuya realidad no niega Moncloa aunque defienda su legalidad- apesta a artificio: su autor es una persona estrechamente vinculada a los políticos catalanes responsables del referéndum de independencia ilegal que acabó con la condena de unos y la fuga de otros. Si quien lo firma no fuera bastante, el momento escogido para agitar el espantajo tampoco parece casualidad pues aunque lo manejaban desde enero, los independentistas no pusieron de manifiesto su profundo disgusto hasta la pasada semana, cuando el Ejecutivo pretendía aprobar el llamado «decreto de medidas para mitigar los efectos de la guerra en Ucrania», endilgando así al malnacido de Putin la responsabilidad de todos los males que ya afectaban a nuestra economía mucho antes de la invasión.
De esta forma, el informe con nombre de caballo alado vino de perlas a los aliados ‘indepes’ de Sánchez para escenificar la exigencia de una satisfacción a cambio del apoyo de los socios de investidura a su última norma estrella. Pedro les pagó con la moneda de su membresía en la comisión de secretos oficiales, acuñada gracias a la labor partidista y sectaria de Meritxell Batet como presidenta del Congreso. Y tras abonar el precio, el Ejecutivo recibió la contraprestación por la que había pagado: el voto favorable de Bildu les ahorró tener que negociar con el principal partido de la oposición un recorte del gasto público y una bajada de impuestos. Pero también les ayuda a presentar a los filoetarras como políticos de Estado. Se constata así de nuevo que el sanchismo carece de ética o moral y se mueve guiado únicamente por puro oportunismo.
Ni que decir tiene que la comparecencia este lunes del cuentacuentos de Bolaños denunciando el espionaje de los teléfonos del presidente Sánchez y de la ministra Robles constituye un intento chusco de sacar a Pegasus de nuevo a cabalgar. Resulta que los ‘pinchazos’ se produjeron en 2021, poco antes de que el Gobierno concediese el indulto a los mismos socios de legislatura que la semana pasada denunciaban el espionaje con el mismo software por orden del Ejecutivo.
No me digan que no tiene guasa la cosa. Y por si fuera poco, ponen el affaire en conocimiento de los tribunales y de la opinión pública justo ahora, cuando sus trueques con los independentistas podrían pasarle factura en las elecciones andaluzas y con el congreso del PP de Madrid de fondo. Si sus socios catalanes han usado a Pegasus para victimizarse en Europa, ellos pretenden hacerlo para transformar las legítimas suspicacias de la oposición en deslealtad institucional. Y si tiene que ser a costa del descrédito del CNI o de la dimisión de sus responsables, sea.