El trineo y los lobos
«Una consecuencia de este gobernar para el error permanente es que ni la oposición ni los medios saben qué atacar, si el error de ayer, el de hoy o el de mañana»
Escribía Winston Churchill a Lord Rosebery in 1901 que «no importa cuántos errores cometas en política, mientras sigas cometiéndolos. Es como si arrojas carnaza a los lobos [en realidad, Churchill habló de arrojar bebés]; la manada sólo supera al trineo cuando dejas de hacerlo». Sin querer, Pedro Sánchez es un virtuoso de esta estrategia: por pura inepcia, cada error que comete su Gobierno lo tapa con otro igual o más grave. No da nunca tiempo a que lo pillen los lobos.
Esta instalación en el error abarata su coste total. Daniel Kahneman, que recibió el Nobel de Economía en 2002, y Amos Tversky, quien no pudo recibirlo porque ya había fallecido, contrastaron experimentalmente su «teoría prospectiva», uno de cuyos corolarios es que dos pérdidas que sintamos como unidas en una sola nos generan menos dolor que si las percibimos por separado. Lo sabía bien el mismo Churchill cuando, tras asumir la jefatura del Gobierno en mayo de 1940, prometió a los británicos «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», conjurando así a la vez todos los males que se les venían encima.
Lo ignoraba, en cambio, el Gobierno del PP tras alcanzar este partido la mayoría absoluta en noviembre de 2011. En vez de tratarnos como adultos y plantear un «sangre, sudor y lágrimas» ibérico, optó por dilatar y aguar las medidas, perdiendo gran parte de su autoridad, agravando su sangría electoral y desperdiciando la oportunidad de regenerar el país. Recuerden cómo su ministro de Hacienda se jactaba de que, tras llegar al poder, lo primero que habían hecho era subir los impuestos «a los ricos» para llenarse de razón cuando, más adelante, se vieran obligados a hacer la reforma laboral.
Aparte de considerar que la reforma laboral es asunto más distributivo que productivo, cuando en realidad afecta más al tamaño de la «tarta» social que a su reparto, aquel ministro demostraba su desprecio por el principio que expresa el refrán «mejor una vez rojo que ciento amarillo». Esperemos que el próximo Presidente del Gobierno haya aprendido la lección cuando le toque tratar el caos económico que se avecina.
En contraste con el PP de 2011, Sánchez sí respeta ese principio. Entiende que, al errar de seguido, el coste que paga por sus errores disminuye: todos ellos se funden en un solo error. Quizá por eso se rodea de tantos ministros y ministras que le aseguran una oferta inagotable de errores.
Una consecuencia de este gobernar para el error permanente es que ni la oposición ni los medios saben qué atacar, si el error de ayer, el de hoy o el de mañana. Deberían ser selectivos, pero tienen a mano tantos objetivos que sus ataques se dispersan y difuminan. ¿Quién recuerda hoy el cúmulo de despropósitos cometidos por el Gobierno a raíz de la pandemia?
Tan solo en estas últimas semanas hemos visto cómo el giro sobre el Sáhara —nunca consultado ni explicado— tapaba la escalada del precio de la luz; la puesta en la picota del CNI hacía olvidar el fiasco del Sáhara; y cómo, ahora mismo, agita el aborto de adolescentes y la baja laboral por regla dolorosa para ocultar que han usado de carnaza a la Directora del CNI. Así, entre una cosa y otra, apenas se habla de que el Gobierno rehúsa hacer cumplir sentencias ya firmes en Cataluña, a la vez que, para eludirlas, pacta con los separatistas un trampantojo legislativo.
Ante esta inmunidad por error continuado no basta con criticar errores sueltos. Es aún menos eficaz limitarse a propinar adjetivos. Siempre es más dura la crítica que demuestra el fallo, lo que exige verbos y sustantivos en vez de calificativos. Pero es que, amén de esta ineficacia general, la oferta de adjetivos se agota enseguida ante un error continuado. Al aplicar hoy un adjetivo grave a un error de talla XL, se lo desactiva para usarlo mañana contra errores XXL.
Por no hablar de que, en estos tiempos de realities y redes sociales, con un ciclo de atención tan breve, el olvido es muy rápido. Lo comentaba Tyler Cowen respecto a Donald Trump, cuyas meteduras de pata, a juicio de sus rivales, eran frecuentes. Sin embargo, por su misma frecuencia, apenas lograron asentarse. Al final, tuvo que venir el covid a ganarle la partida a Trump, como la crisis económica en ciernes se la está ganando a Pedro Sánchez.
Con nuestros graves desequilibrios económicos, la probada capacidad de Sánchez para errar hace temer lo peor. Si la crisis implosiona con él en la Moncloa, estará tentado a huir hacia delante, planteando un desafío que, si es que no termina sacándonos del euro, sí liquidaría lo poco que quede de nuestra reputación internacional.
Ojalá este temor sea infundado; pero hasta Antonio Caño, que fue de los primeros que vio venir a Sánchez, confesaba estos días que incluso él creyó que no llegaría tan lejos. Recuerden que, gracias a la presencia de comunistas en su Gobierno, ya lanzó un órdago de ese tipo al comenzar la pandemia, cuando vio peligrar que nuestros vecinos siguieran financiando sus políticas de clientelismo, anestesia social y compra de votos. Por todo ello, tendría sentido garantizarle una canonjía intrascendente.
En todo caso, confiemos en que, mal que bien, el Banco Central Europeo y, con él, la economía aguanten hasta las elecciones generales, de modo que sea un nuevo Presidente de Gobierno quien haya de lidiar con lo peor de la crisis. Para los partidos que lo apoyen, y para España, sería esencial que esta vez sí tuviera preparado un programa de ajuste, para adoptarlo de forma integral e inmediata, tras presentárnoslo con sinceridad churchilliana.