THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Piolines: la táctica sanchista en evidencia

«Ahora el presidente efectivamente presume de que con él no hay golpes, aunque esto sólo constata que el independentismo ha abandonado la vía rápida para centrarse en debilitar al Estado»

Opinión
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Piolines: la táctica sanchista en evidencia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la sesión de control al gobierno. | Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Tal vez a esta hora, en la zona noble de la Moncloa, haya alguien añorando a Iván Redondo y sus ínfulas peliculeras con The War Room. En el ridiculómetro daba mejor balance que Bolaños, cuyo relevo fue recibido mesiánicamente en el grupo socialista. Algunos veían llegar a Bolaños casi como a Ortega en las Cortes republicanas, en particular Indalecio Prieto:

–Aquí viene La Masa Encefálica.

Claro que Ortega era quizá la mayor inteligencia nacional, para entonces con España invertebradaLa deshumanización del arte o La rebelión de las masas entre otra docena de libros y además El Sol en su largo curriculum; y de momento la máxima aportación de Bolaños ha sido llamar al presidente andaluz Olona Bonilla, con menos ingenio del que gasta la propia Macarena de Granada, o Graná en su improvisado acento de la Costa Tropical tras empadronarse entre las chirimoyas y el mar.

Esta semana, antes de la sesión de control, Bolaños debía de estar dispuesto a anotarse otro éxito:

–Mira, Pedro, lo de «mangantes» fue un éxito; esta semana vamos con «piolines».

Sí, a Sánchez le funcionó llamar «mangantes» a los dirigentes del PP por razones obvias: supo descentrar al propio PP, que entró al trapo contribuyendo así a marcar la agenda en torno a si eran o no mangantes, un error de 1ª de Elefante de Lakoff: si aceptas que se debata si tu partido es o no mangante, ya está fijando la idea en el imaginario colectivo. Y con esas, se ve que pensaron que otro cebo semejante: «los piolines».

–Ustedes mandaban piolines a Cataluña y con nosotros la selección española de fútbol puede jugar…

Lo de la selección ya daría para reflexionar sobre la comprensión de la realidad de Sánchez, pero detrás de los «piolines» hay demasiada miseria moral incluso como cortina de humo.  Hay que ser muy bobo para pensar que la palabra «piolines» serviría para reverdecer el cabreo de los españoles ante los errores cometidos en 2017 por el Gobierno Rajoy con Zoido en Interior para frenar el referéndum secesionista ilegal. Cualquier ciudadano mínimamente informado sabe que lo del barco de marras fue una solución lamentable porque los socios marrulleros y desleales  de Sánchez –si quieren llámenlos «mayoría progresista» como dicta el manual– impedían que las fuerzas y cuerpos de seguridad pudieran alojarse en ningún sitio de Cataluña. Y a Sánchez le parece que, en el mejor de los casos, eso se presta a hacer gracietas; como si no hubiese sido suficientemente duro para los servidores públicos que estuvieron allí semanas, convertidos en enemigos dentro de territorio español.

Y la tesis de la gracieta es la mejor de las opciones; aunque, de hecho, no resulta verosímil. La versión del Gobierno y del PSOE de que con «piolines» se referían a «los barcos» falla desde el principio, puesto que barco sólo hubo uno, de modo que no cabe el plural. Y en definitiva «piolines» es el modo en que el independentismo, no en 2017, sino desde 2017 hasta ahora, se refiere a policías y guardias civiles en la cosificación que emprendieron antes de tratar de desbordarlos con un tsunami antidemocrático realmente violento.

Seguramente Sánchez lo ha escuchado muchas veces, y no sólo en transcripciones de Pegasus. En el Senado y el Congreso se lo ha oído a socios suyos de Esquerra como Dolos Bassa, Jordi Castellana o Bernat Picornell, a gente de Junts como Quim Torra o Miriam Nogueras,  y otros tantos porque es un término habitual en el acervo cerril del independentismo. Resulta asombroso que Sánchez y Bolaños pudieran pensar que funcionaría como gracieta.

Sánchez buscaba un wad the dog equivalente a «mangantes», que tan buen rédito había dado siete días antes, y no tuvo escrúpulos. Las noticias económicas, con el asidero de los fondos europeos cada vez menos firme, debilitan su discurso día días mientras España es el peor de los países tras la crisis de la pandemia, donde más disminuyó la renta de las familias, donde el empleo se recupera peor aunque la denominación de indefinido encubra la realidad en la propaganda oficial, con el consumo deprimido y mayor desigualdad de rentas.

El paisaje descrito desde el Banco de España, con la enésima rebaja en las expectativas de crecimiento, pinta mal. Y Sánchez lo fía todo a mantener indexadas las pensiones para el horizonte electoral de 2023, aunque sea otro agujerazo, a sabiendas de que en 2023 vendrá el tajo europeo. Confía en el voto de los mayores porque los jóvenes han perdido la fe después de su tercera hostia entre el paro devastador y la precarización aguda, con el horizonte de una edad amargamente tardía de emancipación y sin acceso a vivienda.

De ahí la gran idea de recurrir a los «piolines» para provocar otro foco de ruido y humo mediante ese término zafio del vocabulario de los golpistas que atacaron el orden constitucional apoyándose en leyes ilegales. En aquel 2017 Pedro –no confundir con el presidente Sánchez, como aclaró Carmen Calvo– estaba por el 155. Ahora el presidente efectivamente presume de que con él no hay golpes, aunque esto sólo constata que el independentismo ha abandonado la vía rápida para centrarse en debilitar al Estado mejorando sus opciones secesionistas en el futuro. Y Sánchez es cómplice con gestos como el de «piolines» pero también con la presión constante sobre la Monarquía usando a sus socios y aliados para el trabajo sucio con una zarrapastrosa falta de respeto hacia la Jefatura del Estado, más allá de los reproches lógicos al Rey Emérito, que no permitiría ningún gobernante europeo. Salvo Sánchez, claro. Ese sintagma recurrente tantas veces: «Salvo Sánchez, claro».

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