Adriana Lastra: 'portacoz' oficial
«Si la política ya se permite excesos desmedidos, los ‘portacoces’ son los únicos capaces de llegar incluso más allá, hasta donde los demás no se atreverían»
En todo partido tiene que haber un o una ‘portacoz’, esa clase de portavoces a coces siempre dispuestos a patalear algo o, mejor, a alguien. Han de tener algo de cantamañanas irreflexivos, con tendencia a bocazas, y la máxima falta de escrúpulos, porque saben que a menudo van a mentir con la coartada del trumpismo («verdades alternativas») o sin coartada. Por supuesto, son valiosos para los partidos. Si la política ya se permite excesos desmedidos, los ‘portacoces’ son los únicos capaces de llegar incluso más allá, hasta donde los demás no se atreverían.
Es fácil imaginar un diálogo en Moncloa o en el PSOE, proponiendo una línea de ataque insosteniblemente delirante:
–Pero, pero, pero, ¿cómo vamos a decir eso?
–No os preocupéis, llamad a Adriana.
Siempre hay una Adriana Lastra. O un Rufián. O un Hernando. O un Echenique. O un Smith. Alguien dispuesto a decir cualquier cosa, capaz de dar media vuelta de tuerca más allá de lo razonable, de lo verosímil, de lo tolerable. Son los ‘portacoces’, ‘aparatchiks’ muy apreciados en los partidos no ya para dar estopa, sino para darla donde parece imposible. Por supuesto, no es una actividad exenta de riesgos. Sobre todo uno: tensar tanto la cosa que en algún punto ya no suenes duro, sino ridículo. Ese momento en que ya no inspiras miedo, sino risa.
Adriana Lastra acaba de provocar un descojono generalizado en Andalucía, y sin duda la marea de ese descojono ha cruzado Despeñaperros. Fue este fin de semana en la Feria de Jerez, irrumpiendo en la precampaña andaluza para decir: «El PP en los últimos años en lo que ha estado es en lo que ha estado toda la vida, en trincar a manos llenas, cada vez que puede. Lo vemos en Madrid pero también lo vemos, por lo que estamos sabiendo, en Andalucía».
A pesar del tono dramático, pretendidamente ciceroniano, ahí cualquiera soltaba la carcajada. La intervención, con su crescendo descacharrante, dio más de sí, pero ese es el punto maravilloso en que la risa estalla quieras o no, a mandíbula batiente, partiéndote los cuartos traseros ante esa desahogada capacidad para decir cualquier cosa por absurda, contradictoria, estúpida o desconectada de la realidad que pueda estar. Ir a Andalucía, bajo las siglas del PSOE, a hablar de «trincar a manos llenas» es uno de esos momentazos.
Lastra se ponía así de estupenda teniendo efectivamente detrás un decorado con las siglas del PSOE, partido que perdió el poder en Andalucía arrastrado por un caudal de corrupción
No se trata de que objetivamente la coalición de PP y Ciudadanos que gobierna Andalucía apenas desde 2019 no tenga ningún episodio de corrupción. Eso sólo sería una mentira más. Es que Lastra se ponía así de estupenda teniendo efectivamente detrás un decorado con las siglas del PSOE, partido que perdió el poder en Andalucía arrastrado por un caudal de corrupción después de gobernar allí durante casi cuatro décadas, tanto como lo que dura un franquismo desde el final de la guerra hasta la muerte de Franco. La Andalucía del socialismo declinante se llegó a conocer como «el cortijo andaluz» (véase El cortijo andaluz, de Agustín Rivera, La Esfera de los Libros, 2012); acumulando escándalo tras escándalo, a veces con magnitudes estupefacientes –como los ERE, con casi setecientos millones gestionados irregularmente en un sistema clientelar para obtener el beneficio de conservar el poder con todas sus prebendas– y en otros con una golfería zarrapastrosa, como el uso de la tarjeta de una fundación de formación de parados para hacer gasto en ‘puticlús’.
Pero lejos de cortarse un pelo, enredándose en una retórica enmarañada de subjuntivos y adversativas para que parezca que dices lo que no dices, es ahí donde aparecen la ‘adrianalastras’, esos ‘portacoces’ de portentoso desahogo que pueden ir hasta donde los demás se quedan lejos de llegar, y si hace falta todavía podrán ir más allá. Como ese «trincar a manos llenas» del PP en Andalucía.
No, lo de Lastra no es un comentario perverso. Es sólo un comentario ridículo; pero, eso sí, descacharrantemente ridículo.