THE OBJECTIVE
Antonio Caño

El PSOE de Sánchez

Opinión
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El PSOE de Sánchez

No ha habido, en mi opinión, partido más importante para la consolidación de la democracia española que el Partido Socialista Obrero Español. El Partido Popular, ayudado por sus predecesores Alianza Popular y Unión de Centro Democrático, cumplió con su trabajo de conversión de la derecha franquista en un conservadurismo centrista homologable a cualquier otro de Europa. También el Partido Comunista, en su momento, contribuyó decisivamente a contener el revanchismo y el afán revolucionario de algunos. Pero fue el PSOE el que cargó con el peso principal de la transformación política y el que, con su respaldo a la Corona y su apuesta por la Constitución y el modelo de economía liberal, facilitó la convivencia que permitió el progreso de España.

No todo han sido días de gloria en ese partido. El PSOE también ha sido protagonista de casos de corrupción, abusos de poder y graves errores de gestión económica y política. Pero, incluso muchos de esos fallos, se encuadraban, en otro tiempo, en un esfuerzo, aunque fuese equivocado, por defender el sistema político del que siempre se ha sentido parte y responsable fundamental. Tampoco ha tenido en algunas ocasiones a los mejores dirigentes. No es preciso odiar a los socialistas para criticar muchas de las medidas tomadas por José Luis Rodríguez Zapatero y, sobre todo, para lamentar el papel que ha asumido en la política española e internacional después de dejar su cargo.

Sin embargo, Zapatero fue sucedido por Alfredo Pérez Rubalcaba, quien no dudó en hacer los sacrificios que eran necesarios para garantizar la estabilidad en un momento difícil de la historia de España. Después de Zapatero, el PSOE seguía donde siempre había estado, algo más débil electoralmente, pero en perfecta coherencia con su tradición y listo para esperar su turno en la oposición, como corresponde en una democracia.

Hoy existen serias dudas de que sea así. Con Pedro Sánchez como secretario general, nadie puede garantizar el compromiso del PSOE con la estabilidad del sistema político, nadie puede responder por él, nadie conoce sus planes, nadie sabe hasta dónde es capaz de llegar. Ni siquiera sus compañeros de partido imaginan cuál será su siguiente paso, y, mucho menos, pueden decir con la cabeza alta y la mano en el corazón que confían en Pedro Sánchez. Eso no es incertidumbre política, eso es una catástrofe. Todos los actos desde su aparición en la escena política española no han hecho más que aumentar las sospechas hacia él. Hoy no inspira rechazo, inspira pavor, no por su audacia, sino por su imprevisibilidad e insensatez.

Cada cual tendrá sus propios reproches a Sánchez conforme a sus intereses y a sus preocupaciones. Lo más grave, desde mi punto de vista, es que esa temeridad suya es actualmente también la de su partido. Por grave que puedan ser las concesiones a los independentistas catalanes o los pactos con Bildu, no lo serían tanto sin contáramos con la seguridad de que responden sólo a necesidades inmediatas del propio Sánchez, que el PSOE se encargará de enmendar con un nuevo líder o en una nueva coyuntura política.

Sin embargo, me temo que no tenemos esa seguridad. Por un lado, es muy difícil aventurar qué quedará del PSOE después de Sánchez, si es que queda algo. Por otro, la actual estrategia del presidente del Gobierno no tendría sentido si no fuera encaminada a una modificación de las reglas del juego político en España que diera paso a un cambio de sistema sin necesidad de anunciarlo. Es decir, las intenciones del actual dirigente del PSOE podrían muy bien ser las de afianzar una alianza a largo plazo con Ezquerra Republicana y Bildu con el propósito de gobernar para siempre dos de las comunidades autónomas más importantes y, al mismo tiempo, asegurarse mayorías para el Gobierno de España que al PP le resultarían muy difícil superar.

En ese caso, por primera vez en la historia de nuestra democracia, el PSOE, al apostar por fuerzas contrarias a la estabilidad del actual modelo político de convivencia, estaría situándose de hecho fuera del sistema. No es que querer cambiar el modelo y el sistema sea antidemocrático en sí mismo. Como es bien sabido, nuestra Constitución ofrece instrumentos para hacerlo. No es antidemocrático, es peligroso. Si la principal fuerza de izquierdas del país se une a los enemigos del sistema, sólo hay dos posibilidades: que un nuevo partido de izquierdas sustituya al PSOE o que el sistema cambie. El modelo actual, el heredado de la Transición, no es viable sin una poderosa fuerza socialdemócrata capaz de asumir responsabilidades de poder. La estabilidad de nuestra Monarquía, por ejemplo, está, en gran medida, basada en su reconocimiento por la izquierda.

No se puede descartar que el PSOE de Sánchez, en un súbito arrebato de sentido común -o alentado por las encuestas- corrija el rumbo actual. No lo creo. Tampoco es imposible una revuelta interna en el partido para intentar salvar los muebles en el último momento. No contaría con ello. Avanzamos más bien hacia un escenario caótico en la izquierda durante un tiempo prolongado y que sumirá en la confusión y el desasosiego a todo el país.

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