MyTO

Depp, Saint-Denis y el fin de la corrección política

«La sentencia de Depp y los sucesos de Saint-Denis pueden marcar un punto de inflexión»

Opinión

Johnny Depp. | Gtres

  • Publicista, escritor y editor. Lo habitual es afirmar que la sociedad es estúpida, aunque eso implique asumir que uno mismo es idiota. Sin embargo, ha sido la sabiduría de la multitud, mediante la prueba y el error, lo que nos ha traído sanos y salvos hasta aquí. Y también será lo que evite el apocalipsis que los nuevos arúspices presagian.

Los sucesos de Saint-Denis han supuesto una bofetada de realidad, especialmente para quienes habían mantenido, consciente o inconscientemente, que antes es la diversidad cultural que la pluralidad como valor propio de la sociedad abierta. Precisamente, la pluralidad puede ser negada y, de hecho, a menudo lo es, por quienes perciben la sociedad democrática liberal como antitética a su cultura. No cabe duda que, también, lo sucedido en Francia puede ser utilizado de manera partidista para reforzar determinadas tesis. Es inevitable, sobre todo cuando los problemas relacionados con la inmigración han sido convertidos en tabú, lo que, a su vez, paradójicamente habría supuesto la negación de la pluralidad a la hora de discutirlos. Al final, si tú no te atreves a tomar esa colina, otros la acabarán tomando. Luego no te escandalices.

Sin embargo, combatir la instrumentalización política de los sucesos de Saint-Denis argumentando que, más allá de los innumerables testimonios de agresiones, robos y manoseos en masa, lo que hay es un problema extremadamente complejo no deja de ser, además de una perogrullada, una forma de relativizar lo sucedido.

Por supuesto que todo fenómeno sociológico, hasta el aparentemente más simple, tiene su complejidad. Pero esto no implica negar lo evidente: en palabras de Giovanni Sartori, que pluralismo y multiculturalismo son concepciones antitéticas que se niegan la una a la otra. Incluso la Alemania nazi, cuyo mal se hizo tan descarnadamente evidente que permitió la generalización, en el sentido de que se culpabilizó a los alemanes en general y de forma merecida, fue el resultado de un proceso complejo, jalonado de sucesos políticos, conatos revolucionarios y shocks económicos. Pero esta complejidad, si bien debía ser tenida en cuenta para tratar de evitar que algo semejante volviera a suceder, no negaba lo evidente: que la gran mayoría de alemanes, unos por acción y otros por omisión, renunciaron a la sociedad abierta y cooperaron con el nazismo.

En el caso que nos ocupa, desde 1981, año en que Francia alcanzó el paroxismo socialista con la victoria de François Mitterrand, hasta el presente, el país ha cambiado de forma drástica. Muchos de los jóvenes que entonces creyeron ser testigos del inicio de una época feliz hoy son adultos recelosos que temen, junto con sus hijos, la globalización y, en especial, sus flujos migratorios.

Es verdad que durante las tres décadas de crecimiento que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, la inmigración aportó a Francia una mano de obra clave para la expansión económica, sin embargo, los suburbios se convirtieron en guetos cada vez más inaccesibles, donde la delincuencia común, el tráfico de drogas y el proselitismo yihadista han aumentado de forma preocupante. Es evidente que las políticas sociales para la integración han fracasado o, peor, han generado efectos indeseados. Francia es hoy una sociedad profundamente dividida. Además, aunque el gasto público se incrementó desde el 30% del PIB en 1975 al 59,2% en 2021, (durante la presidencia de Mitterrand pasó del 36% al 44%), la sensación de precariedad económica e incertidumbre se extiende entre los franceses.

Hay quienes sostienen que hoy es prácticamente imposible ser elegido presidente de Francia sin cultivar el voto de subsaharianos y musulmanes, es decir, sin hacer gestos identitarios… salvo, claro está, que el resto de votantes se incline hacia el lado contrario y vote en bloque. Y precisamente esa tendencia es la que parece mostrar la política francesa, empujada por una opinión pública cada vez más desencantada y nerviosa.

Antes de la aparición de Emmanuel Macron, numerosos analistas estaban convencidos que La grande France acabaría sucumbiendo al conservadurismo proteccionista, algo que vendría a ratificar la percepción cada vez más extendida de que las democracias liberales están colapsando. Por ahora, Macron ha logrado una prórroga. Veremos después qué sucede.

Evidentemente, los problemas de Francia son complejos. Pero esta complejidad no debe convertirse en el dedo que impida ver la luna. De hecho, quizá el problema sea, precisamente, que la política se ha vuelto increíblemente compleja, imposible de abarcar para la gente corriente, hasta el punto de que hoy es una materia cuya interpretación parece estar reservada a una élite de expertos. Hace más de 2.500 años, Pericles hizo una importante advertencia. En su Discurso fúnebre expresó una idea simple pero, a mi juicio, crítica para el correcto funcionamiento democrático: si bien no todo el mundo es apto para gobernar, las personas, en su inmensa mayoría, deben poder entender y juzgar la acción de los políticos. Dicho al revés, si la democracia degenera en una materia solo accesible para una élite, ¿cómo van a legitimarla unos ciudadanos que ni siquiera la entienden?

¿De qué hablamos cuando hablamos de Saint-Denis?¿De qué hablamos cuando hablamos de Saint-Denis?

En paralelo a este proceso de expropiación de la política, la democracia también parece haber sido tomada por grupos minoritarios, muy activos y bien organizados, en detrimento de una mayoría desorganizada que, primero atónita y después cada vez más irritada, ha observado la imposición gradual de una moral nueva, la corrección política, con la que se conculca el pluralismo democrático, indisociable de la sociedad abierta, y se denigra a muchos individuos por expresar opiniones legítimas. Se crean derechos específicos para cada colectivo —en realidad, privilegios— o se retuerce el lenguaje hasta crear una colección de eufemismos que hacen ininteligible la expresión más llana. Pero la corrección política también sirve para establecer e imponer un conjunto de creencias indisociables de determinada idea de progreso. Creencias que, a su vez, dan lugar a políticas arbitristas y erráticas, travestidas de empirismo, con las que, falsamente, se promete combatir todo tipo de injusticias y emergencias, reales o imaginarias.

Sin embargo, la sucesión de shocks de este primer cuarto de siglo parece haber asestado un fuerte revés al régimen de lo políticamente correcto y a la política-ficción de una determinada idea de progreso, aunque no es seguro que los resultados vayan a ser demasiado alentadores, no ya por el aprovechamiento que de la sensación de zozobra haga el populismo, sino, sobre todo, por la terquedad de unas élites que siguen erre que erre, ajenas a que cada vez más personas sienten que ya no tienen el control de sus vidas, que han perdido la condición de ciudadano en igualdad de derechos con otros y, también, esa capacidad de control sobre la política y, por consiguiente, del poder, que es la esencia de la democracia.

El virulento aumento del activismo de lo políticamente correcto que se inicia a finales de los 90 del pasado siglo podría estar llegando a su apoteosis. Dos sucesos de repercusión internacional apenas separados entre sí por unos pocos días, la bofetada de realidad de Saint-Denis y el veredicto del juicio entre Johnny Depp y Amber Heard, podrían marcar un punto de inflexión y el progresivo regreso a la política entendida como esa noble actividad que, en efecto, unos pocos ejecutan pero toda la ciudadanía, mediante el pluralismo, puede entender y juzgar. Que este regreso a la verdadera sociedad abierta se produzca y sea más o menos tranquilo seguramente dependa de la resistencia al cambio de las élites y los grupos que han vivido en simbiosis con éstas, pero sobre todo del despertar del ciudadano corriente, para que asuma su responsabilidad y también una verdad incontrovertible: que el mundo no es estático, sino dinámico. Frente a esto la alternativa es la adaptación a los nuevos tiempos, no el regreso al pasado; mucho menos creer que, mediante la acción política, es posible detener el tiempo.

AFP
5 comentarios
  1. Incandescente1

    Hoy gran artículo. Ni mencionar Ucrania, aunque tiene que ver….

    «hoy es prácticamente imposible ser elegido presidente de Francia sin cultivar el voto de subsaharianos y musulmanes, es decir, sin hacer gestos identitarios… salvo, claro está, que el resto de votantes se incline hacia el lado contrario y vote en bloque»

    Este es un asunto capital en la medida que la democracia impide una solución «democrática» a los problemas. El multiculturalism o y la democracia juntos, impiden a los gobiernos adoptar las medidas correctas para arreglar los problemas ya que deben «encajar» en más múltiples culturas, razas y ahora géneros…
    Una africanización «democrática» de Europa no puede ser la solución, de hecho es hasta un oxímoron, nada más ver África o casi toda para ser justos.
    Si tú traes africanos y sudamericanos, traes consigo lo que dejan detrás. Sé que necesitamos a muchos, pero debe haber unos filtros y una capacidad de devolución DONDE SEA Y COMO SEA (Icluidos los legales) o esto no irá a mejor.

    Por cierto, ahora me acuerdo de Aznar y del ministro que puso cuando se cagó de miedo por cuatro manifestaciones y este tal Pimentel hizo una ley que hoy la firmaría Podemos.
    Recordando esto me pregunto quien determina qué es políticamente correcto y qué es el populismo.
    Me da a mí que no es muy categórico y cambia según las circunstancias… Cosas de la democracia popular o populista…

  2. Pasmao

    Buenos días Don Javier

    La pregunta que hay que responder para saber si estamos llegando a esa apoteosis o no es

    ¿hasta que punto todo ello ha sido orquestado o es espontáneo?

    Yo, visto el cúmulo de pegarse tiros en el pie que veo con todo lo que comenta, y muchas otras cosas mas (el cambio climático, la censura en los medios de los medios…) que llevamos; y habiendo desde tiempo atrás una masa crítica mucho mayor de la que nos deicen en contra. Masa que ha sido silenciada.

    Estoy seguro de que no ha ocurrido por casualidad.

    Y si no ha ocurrido por casulidad y ya estamos en una dictadura ideológica ¿hasta que punto se puede decir que hemos llegado a la apoteosis o no?

    Es posible que muchos alemanes displicentes del 33 se hubieran dado cuenta ya en el 38 de adonde iba aquello y quiseran pararlo. Muchos mas que en 1933. Pero no fue posible porque la dicatudura se había impuesto.

    Puestos ya en otra derivada.

    ¿Nos podemos creer lo que nos cuentan los «nuestros» de Ucrania y la OTAN si nos mienten en esto otro?

    Un saludo

    PS se sigue sin poder comentar en Disidentia. Por cierto muy buena la recopilacion de ese artículo de su libro Vindicacion sobre el Gran Hackeo.

Inicia sesión para comentar