Más dinero, por favor
«Lo realmente patriótico no es pagar impuestos, sino gestionarlos convenientemente para que no tengamos que subirlos para tapar agujeros»
Al afinar el oído una persona interesada en políticas públicas descubrirá que el corolario de cualquier conversación con los especialistas termina con el mismo sonsonete: necesitamos dinero, mucho más dinero. Evidentemente, y viendo cómo nos encontramos, necesitamos más dinero para educación y sanidad. Y para reformar nuestro mercado laboral. No solo para ayudar a los parados a reconvertirse en un mundo cambiante, sino también para estudiar con detenimiento las fluctuaciones estadísticas y aprender de lo nos sucede. Pero no desdeñen el mundo de la cultura, porque ellos precisan de más dinero. También necesitamos más dinero para afianzar políticas públicas que protejan a las familias. Tampoco podemos desatender la cooperación al desarrollo. Y si queremos salvarnos, debemos invertir mucho más dinero público en la transición verde. No nos olvidemos tampoco de mejorar la posición de las empresas estratégicas para los intereses nacionales. O de las pequeñas, es ahí donde se juega el día a día de muchos ciudadanos. Y no podemos dejar de lado ni a los pensionistas, a los que les debemos tanto, ni a los jóvenes, ya que son el futuro. Ah, y la universidad española, que exige una inyección de dinero para poder escalar en calidad.
Necesitamos más dinero, mucho más dinero. Tutti quanti. Miremos hacia donde miremos siempre hay alguien pidiendo más dinero para mejorar el presente, aunque sea desde intereses contradictorios. Está bien hacerlo. Contra el vicio de pedir está la virtud de no dar. Sin embargo, la sensación es que el dinero se esgrime para evadir cualquier debate que salga del blanco y negro. Y habrá un momento en el que los fondos europeos ya no puedan ser utilizados de salvavidas. Por su parte, el Pacto de Estabilidad y de Crecimiento de la Unión Europea no va a estar suspendido eternamente. Además, como recordaba hace unas semanas el liberal Christian Lindner, el ministro de Finanzas alemán, «el hecho de que los estados miembros ahora puedan desviarse del pacto no significa que tengan que hacerlo». No se nos escapa que miraba hacia algún país en concreto. Cuando vuelva a ser una obligación cumplir con la disciplina fiscal establecida, el déficit y la deuda pública estarán ahí para recordarnos lo que ha acontecido estos años críticos. Porque la deuda sostenida e incontrolable en el tiempo no deja de ser un privilegio generacional que otros pagarán con creces más adelante. Y hay algo de inmoral en todo este abuso.
Necesitamos dinero, mucho más dinero. Antes de que llegue de nuevo el debate sobre la austeridad, que regresará con la misma vehemencia de antaño, deberíamos tener una discusión sobre el gasto y la necesidad de según qué políticas públicas. Sabemos que la receta para nuestros males no puede ser la impresión de más billetes, pese a que aún tenemos firmes defensores de esta llamada devaluacionista. No hay para todo ni para todos. Pedir más dinero, en el fondo, es una forma de salir del paso colmando necesidades cortoplacistas. Un gran endeudamiento nunca ha sido sostenible a largo plazo. La historia nos demuestra una y otra vez que la deuda excesiva se ha convertido en una espada de Damocles para aquellas sociedades que no se tomaron en serio los riesgos durante las épocas de crecimiento. Más si es esta expansión es favorecida solamente por una anestesia financiera controlada.
El sobreendeudamiento en un clima de polarización y de avance de las retóricas populistas hace que la situación sea hoy más crítica que ayer. Los presupuestos deberían defenderse por su solidez, no utilizarse como una herramienta de compra y venta de intereses partidistas. Lo realmente patriótico – podríamos decir democrático- no es pagar impuestos, sino gestionarlos convenientemente para que no tengamos que subirlos para tapar agujeros ni recortar el gasto público cuando no haya otra opción viable. Aunque solo sea por aquello de hacer realidad la aspiración de conjugar la libertad con la igualdad. En fin, estamos a unas elecciones, o un intercambio tenso en el Congreso, para revivir el debate entre Pedro Solbes y Manuel Pizarro de 2008. Ahora solo nos falta encontrar a los apellidos de quienes vayan a protagonizar este nuevo careo con la economía al fondo. Necesitamos dinero, pero no hay para todos. Llegamos tarde, tendremos que decidir y muchos ya se están quedando atrás.