El (verdadero) milagro andaluz
«Los socialistas no recuperarán el pulso hasta entender que la realidad andaluza no tiene que adaptarse a su discurso, sino su discurso a la realidad andaluza»
En la campaña se ha hablado del milagro económico andaluz. Feijóo se apuntó: «Que Andalucía sea capaz de bajar impuestos, de recaudar más, de incrementar su población, de cumplir el déficit público, de acabar el presupuesto con equilibrio con una pandemia de por medio… es un milagro político, porque llevábamos 40 años sin que esto se produjera». Lambán, presidente socialista de Aragón, replicó que el»milagro andaluz» no se debe a los tres últimos años sino» a los 40 años de gobernanza del PSOE, en la etapa que va de Escuredo a Susana Díaz». A Lambán le decía Jorge Azcón, alcalde zaragozano del PP, «queremos para Aragón la fórmula del ‘milagro económico andaluz’, con más inversión y menos impuestos».
Alguna diputada socialista defiende que sí hay milagro, pero con su jefe como responsable: «El milagro andaluz se llama Pedro Sánchez». Yolanda Díaz, en cambio, cree que el milagro es ella: «Esto no va de invocar a la Virgen del Rocío sino de las políticas del Gobierno: había un 37% de paro y ahora hay un 19,4%». A Juan Bravo, el consejero de Hacienda, hay quien le llama el consejero milagro, pero Inés Arrimadas, como Juan Marín, cree que éste es naranja:»El milagro andaluz son las políticas liberales de Ciudadanos».
No existe un milagro económico. De hecho el presidente andaluz prefiere hablar de «liderar rankings» o de convertirse en «locomotora» en lugar de ser furgón de cola. Si acaso, él lo atribuye a los emprendedores:»Detrás de la valentía y la capacidad de cada autónomo hay un pequeño milagro económico, y en Andalucía encuentran ahora un entorno favorable». Pero la izquierda está haciendo campaña negando insistentemente el milagro andaluz. Una búsqueda en Google proporciona decenas de titulares de políticos de PSOE, PA y AA cuestionando ese milagro. Con lo que se produce el efecto inverso, como concluía Lakoff en No pienses en un elefante: si hacen girar la campaña en torno al supuesto milagro económico, aunque sea para discutirlo, esa idea se instala en la mente de los ciudadanos.
El milagro económico, va de suyo, tiene el mismo problema que todos los demás milagros… y es que éstos no existen. Hay una gestión con luces y sombras, en este caso más luces que sombras a tenor de los indicadores y los sondeos. La explicación no es sobrenatural sino fiscal y administrativa: se pagan menos impuestos, se recauda más, se simplifica la inversión, se vuelve a atraer población… En la película Minority Report (y ya me disculparán si recuerdo mal) se decía algo así como que «la ciencia nos ha robado muchos milagros». Es absurdo atribuir categoría de prodigio a una gestión razonable. Claro que resulta menos excitante.
Pero además ese éxito económico desvía la atención sobre el verdadero milagro andaluz, un fenómeno hasta cierto punto inesperado y desde luego interesante: la comunidad más socialista, el granero fiel, la reserva espiritual del PSOE, donde nunca habían cedido el poder ni en los peores momentos y donde el voto casi se consideraba seña identitaria, va a votar al centroderecha masivamente el próximo domingo. Eso sí que parece un milagro, entendido como hecho realmente extraordinario. En apenas unos pocos años, muy pocos, se ha producido ese desplazamiento.
Claro que tampoco es un milagro. Ignacio Varela, consultor y analista político, hablaba días atrás de «Andalucía, en paz consigo misma». Está bien visto. La apuesta del PP andaluz ha estado muy lejos de la campaña de Ayuso y sus rivales en Madrid, no sólo Pablo Iglesias, con aquel rally electoral demasiado sucio. En Andalucía, los partidos gobernantes han defendido la moderación en su manera de gestionar y también ante la campaña. En los sondeos se constata una aceptación notable del presidente, Juanma Moreno, tanto que se prevé una fuerte transferencia de voto, no ya desde Ciudadanos sino incluso con uno de cada cinco antiguos votantes de PSOE.
En ese escenario, volver al viejo «¡que viene la derecha!» resulta ridículo. Cuarenta años después algunos siguen pidiendo el voto socialista con los mismos argumentos, sin entender que la realidad ha cambiado e incluso ha habido mucho relevo generacional. Al cabo en Moreno se da un factor singular: no suscita animadversión. Los votantes del PSOE o Vox aprueban su gestión. Algunos observadores políticos llevaban tiempo apuntando un detalle: si nadie habla mal en la calle del presidente, no puede haber pulsión de cambio.
Todo ello recuerda que lo ocurrido en 2018 no fue un accidente, por más que la izquierda se aferrase a la ficción de una carambola fatal. Arrancaron la legislatura con una alerta antifascista, llamando a rodear el Parlamento, y todavía tres años después, con una miopía a prueba de todo, la inefable Adriana Lastra habla de volver a salir a las calles el próximo lunes, con un respeto a la voluntad democrática en las urnas digna de mejor causa.
Parece que aún necesitarán otra legislatura para entender que los llamados «votos del PSOE» no eran suyos sino de los ciudadanos que les votaron en el pasado y dejaron de hacerlo, entre la corrupción y el desencanto, muchos de los cuales ahora votarán otra cosa. Y no recuperarán el pulso hasta entender que la realidad andaluza no tiene que adaptarse a su discurso, sino su discurso a la realidad andaluza. Lo sucedido no es un cambio de papeleta, sino algo con raíces más profundas. Y no es un milagro, aunque a algunos aún les parece un verdadero milagro.