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Lorenzo Grahema

Innovación en la campaña de las andaluzas

«El PSOE cambió de estrategas, de agencias… y eso también se notó»

Opinión
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Innovación en la campaña de las andaluzas

Juan Espadas.

Si hay una verdad que hable del futuro y del progreso, ésta se formula así: «Lo que hoy es innovación, mañana son operaciones». Es decir, que lo que en un momento dado es una ventaja competitiva, en poco tiempo ha sido incorporado por el rival y pasa a ser un proceso normal.

Las patentes ralentizan el proceso, pero la capacidad de copia y de deducir la tecnología hace que muy pocas de esas innovaciones duren en modo monopolio durante mucho tiempo. Aun así, hay personas como Thomas Petterfy (un brillante inversor y desarrollador tecnológico que, en 1983, ya había dotado a sus empleados con una proto-tablet para operar en bolsa) que dice no creer en las patentes porque desincentiva a la gente a seguir innovando.

En política la innovación es imprescindible, porque los intervalos entre comicios son lo suficientemente amplios como para que aspectos fundamentales de la sociedad, de sus preocupaciones o de sus formas de interacción, hayan cambiado de una a otra elección. Las innovaciones en las campañas electorales son (lógicamente) un riesgo, porque lo puedes jugar todo a una carta y que esa carta no sólo no decida la partida, sino que ni siquiera tenga el valor que uno esperaba.

Con un ejemplo muy cándido les diré que en las elecciones a la Comunidad Autónoma de Madrid estaba despuntando una aplicación, Clubhouse. Al poco de convocar Isabel Díaz Ayuso, la izquierda intentó colonizar la actividad en esta plataforma, pero no dio resultados porque (¡oh, sorpresa!) la única audiencia existente la formaban aquellos que estaban intentando hacerse un hueco en la propia red social.

En la campaña de las recientes elecciones en Andalucía ha habido innovación, pero de nuevo, fallida. Aún así la mayor parte del esfuerzo no se ha llevado a descubrir nuevos caminos, sino que se prefirió explotar vías conocidas y ya asentadas el apoyo popular que los candidatos recibían. Esta vez no se trataba de ver quién era más moderno, sino más querido.

Los vídeos a cámara lenta de Macarena Olona, sus intervenciones recogidas con dos cámaras fijas, una móvil desde el suelo y una «cabeza caliente» (cámara flotante en una grúa), la atención permanente a las reacciones del público, el ondear banderas… y todo junto a los encuadres que no dejaban un hueco sin cubrir para que pareciera que todos los que se habían desplazado al lugar del mitin eran legión (algo que se ha probado un tanto «dopado» a tenor del resultado) no eran nuevos. Ese formato lo habían utilizado en sus vídeos Donald Trump, Hillary Clinton o Ted Cruz en la campaña de 2016 (y también Tony Scott y Michael Bay en sus películas de los 80 y 90).

Así que, cuando en su comparecencia del lunes, Macarena Olona hizo un paralelismo de su campaña con el mito de David contra Goliath, no creo que tuviera claro qué papel jugaban ellos.

Goliath era el campeón hiper-equipado, al que todo el mundo teme. La furia, la conquista sin prisioneros, el poder que da una armadura a prueba de cualquier punta afilada, pero, al tiempo, el guerrero que, confiado en su superioridad (aquí podemos incluir la superioridad moral, por qué no), no es capaz de entender su vulnerabilidad.

Porque la historia de David contra Goliath no es la leyenda de la victoria del débil contra el fuerte: es el mito de una nueva forma de luchar frente a una ya conocida, menos ágil y, sobre todo, excesivamente confiada. Goliath estaba equipado para el combate cuerpo a cuerpo, pero el campeón de los israelitas era capaz de luchar en la distancia. Encontró un punto débil en la armadura del filisteo y le tumbó con una piedra.

Así que, tomando las escrituras como referente (con mayor motivo tras el asalto de Macarena Olona al Segundo Mandamiento el pasado lunes), podemos concluir que estas elecciones han roto la mística de Vox. Vox ya no es ese Golem que asusta por su sola presencia. Las elecciones andaluzas han revelado que no todo vale para la construcción de un mito y que, por eso, el mito se ha derrumbado. No eliminado, no desaparecido, pero sí derrumbado.

El domingo 19 de junio, a medida que avanzaba el recuento, los expertos en elecciones estaban esperando qué pasaba con esos 14, 15, 16 diputados de Vox con los que se estaban manteniendo hasta que llegaran las «urnas grandes», los votos en localidades de más de 50.000 habitantes. Éste es el terreno donde el Partido Popular gana escaños a mejor ritmo que el resto de contendientes Pero es que, pese a los intentos de Vox de tomar lo rural como bandera (sus partidarios, como mucho, están en el campo los fines de semana), también en lo urbano se encuentran sus votantes.

Juanma Moreno ganaba diputados a medida que avanzaba la noche. De hecho, el 58 llegó casi al 99% del escrutinio. Mientras, Vox pasaba de 16 a 15 y de 14… a los 14 con lo que terminó la noche. Su movilización total sólo fue ligeramente superior a 2018: siquiera 100.000 votante más.

El PSOE tampoco dio con la tecla: cambió de estrategas, de agencia… y eso también se notó porque obligó a cambiar el perfil de Juan Espadas. Obviamente no tanto como el precipicio al que se empujó a Ángel Gabilondo hace un año en Madrid, pero sí lo suficiente como para desconcertar al propio candidato y para no convencer a un electorado que ya presentaba algo más que reservas a cualquier cosa que implicase la sombra de Pedro Sánchez. Como síntesis de estos dos hechos, recordar que Juan Espadas pasó de decir que quería en Andalucía lo que pedro Sánchez hacía en España, a negar haberlo afirmado.

La izquierda, además, desplegó toda su potencia a favor de la candidatura de Juanma Moreno (sí, es correcto) en uno de los capítulos más estrambóticos de la campaña. Dentro de las acciones de social-ads (publicidad segmentada para Facebook e Instagram porque, recordemos, Twitter no acepta campañas de publicidad política), el PP lanza una cartela con una foto de Juanma Moreno saludando al rey Felipe VI. Antes de que la cosa fuera a más y hubiera recursos ante la Junta Electoral, el PP retira la campaña, pero ya era tarde: los activos en redes sociales de la izquierda habían capturado la imagen y la estaban publicando en masa.

Error. Un anuncio cuya difusión oficial podía haber costado… ¿Cuánto? ¿500€ para unos cuantos miles de impactos? ahora estaba por todos lados y llegando a todas las audiencias. Insisto, error de los tácticos de la izquierda al propagarlo como denuncia porque el tamaño de la cartela y de su mensaje eran descomunales frente al de la letra que se manifestaba en contra. En algo así como 20 veces más grande se leía «Llevabas mucho tiempo esperando un presidente como éste» y aún más grande era el «Todos con Juanma. Andalucía Avanza». Mientras, en pequeño, arriba y fuera del lugar donde la vista se fijaba de manera intuitiva, acaso 280 pequeños caracteres de crítica.

El cartel, claro, llegó a donde, en principio, no se le esperaba: a Twitter. Allí donde, insisto, no se permite publicidad política. A partir de ahí la cosa ya se disparó, porque trascendió a medios generalistas y, por tanto, incrementó sus impactos de forma exponencial y fuera de los ámbitos que se buscaban como objetivos.

Obviamente no fue algo del tamaño del efecto que disfrutó Donald Trump en ese 2016, campaña en la que gastó en publicidad 49,5 millones de dólares frente a una Hillary Clinton que desembolsó 183 millones que no sirvieron para mucho (casi podríamos decir que ninguno de los gastos). Fue un gasto ineficiente porque cada simple tweet del neoyorquino era replicado masivamente por lovers, haters, medios afines y medios contrarios hasta alcanzar audiencias estratosféricas, algo que la de Chicago ni toco de refilón con más del triple de gasto en publicidad oficial.

En resumen: hemos asistido a una campaña en la que los aspirantes necesitaban innovación efectiva y no la encontraron y en la que el equipo de Juanma Moreno ha sabido sacar provecho del motor propio de una elección mientras el resto añadía capas de pintura a una chapa con ya bastante erosión.

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