Sánchez como Jano
«Nuestro Sánchez de ahora tiene más de Jano que de Frankenstein, es más ambiguo, desconcertante y contradictorio que inviable por monstruoso y tal sinuosidad le hace muy peligroso»
En la mitología romana, Jano era una deidad bastante original que ejercía de figura protectora de la gran ciudad, el dios de las puertas que te observaba tanto al entrar como al salir, y por eso también la divinidad que mira al pasado y al futuro, que pretende prevenir a base de aprender. Por el contrario, en el uso que se ha hecho de esa figura en la historia posterior se ha reparado más que en su carácter protector, muy importante para los romanos, en su ambivalencia, de forma que la efigie bifronte de Jano ha servido en muchas ocasiones para apuntar algo esencial en la política entendida como aquella actividad en la que no siempre lo que se dice y lo que se hace coinciden a la perfección. Sánchez no será el único político al que se le pueda reprochar semejante triquiñuela, pero tampoco es el menos apto para ser retratado bajo esa figura contradictoria.
A Pedro Sánchez se le ha colocado el sambenito de Frankenstein, un feliz hallazgo del malévolo Rubalcaba, que en gloria esté, a la vista de las extrañas contorsiones a las que se debería someter el cuerpo de un Gobierno dotado de una anatomía incoherente, disfuncional e improvisada. Ese jovencito Frankenstein ha durado ya bastante y su cabeza ha dado muestras de una capacidad casi prestidigitadora para sobrevivir a peripecias de todo tipo, orgánicas, parlamentarias y electorales.
En un momento de enorme tribulación, tras la travesura marroquí y el varapalo andaluz, Sánchez se ha podido sanar, de alguna manera, en las aguas de un inverosímil Jordán, porque el espectáculo de la reunión de la OTAN le ha salido muy bien, y hasta puede que haya podido arrebañar unos milímetros de la atención imperial hacia nuestro atribulado caso con el norte de África.
«La cumbre de la OTAN no ha sido uno de esos tropiezos con los que se hace la caricatura habitual de Sánchez»
Si escuchamos a sus coadjutores el éxito ha sido apoteósico, pero ya se sabe que el papel de estos subalternos se reduce casi en exclusiva a la propaganda, un arte en el que nunca está de más cierta sutileza por completo incompatible con el entusiasmo desbordado de un ministro que ha comparado las jornadas madrileñas con una segunda caída del muro de Berlín. No hay que exagerar, desde luego, pero la cumbre de la OTAN no ha sido uno de esos tropiezos con los que se hace la caricatura habitual de Sánchez.
Ahora bien, hemos hablado mucho de esa reunión, pero ¿qué Sánchez es el que sale de ella? ¿Asistiremos a la epifanía de un gobernante realista, responsable, comedido, respetuoso y atento o volveremos a ver al Sánchez iluso, desmedido, gastador y faltón al que estábamos acostumbrados? No cabe duda de que la política exterior no le ha servido a Sánchez para hacer un Zapatero y sentarse al paso de la bandera imperial, sino para dar muestras de un realismo, tal vez excesivo, pero, sin duda, nuevo y bastante llamativo.
El mismo político que asegura ante su mejor audiencia que Putin no vencerá, lo que, aunque sea una baladronada, apunta en una dirección nada borrosa, es capaz de poner la revisión de nuestra mejor historia reciente en manos de nuestros más sangrientos antagonistas, dando un ejemplo paradigmático de querer ser al tiempo una inundación y la sequía.
El que esa mirada no ya bifronte sino contradictoria le sea permitida puede ser una buena muestra de dos perspectivas por completo contrarias: o bien sabe a la perfección lo que quiere, o bien está perdido por completo. Sus deudos abonarán sin duda la primera hipótesis, sus contrarios creen a pies juntillas la segunda, pero ¿dónde está la verdad más razonable y completa?
Puede que Sánchez/Jano esté mirando en exclusiva al porvenir y crea que el pasado no importa porque está muerto. Hay quien se malicia que ese porvenir al que mira está fuera de España, pero no es fácil saber si ese diagnóstico no expresa, en su fondo, un deseo o incluso un pronóstico temeroso. Si se mira lo que Sánchez ha solido hacer no estaría de más pensar que juega a dos barajas, pero que decidirá en el último minuto.
En cualquier caso, los muy interesados en enviarlo al pretérito perfecto deberían de considerar que la faena no está todavía concluida y que un tipo con su capacidad de contorsión podría librarse con cierta facilidad de las cadenas con las que, en forma de pronóstico, se le pretende someter a una derrota segura.
«A Sánchez se le compara con Zapatero, pero es una comparación demasiado convencional»
Además, no es razonable ignorar que su turbia mirada al pasado, por mucho que irrite a una buena mayoría de españoles, sea también una forma de amarrar su futuro. Una posible victoria electoral de Sánchez, no creo que ni siquiera él dude de esto, no va a depender de que su PSOE sea capaz por sí solo de lograr una mayoría suficiente de escaños, sino que dependerá de su capacidad para poder conservar las palancas externas en las que se apoya, aunque sea de forma no del todo cómoda. Y en esa perspectiva nunca está de más hacer concesiones a los que le van a dar el voto porque les convendrá a ellos, pero no sirve de nada ser áspero al tratarlos.
A Sánchez se le compara con Zapatero, pero es una comparación demasiado convencional. Sánchez, lejos de dedicarse a contar nubes, se ha empeñado en hacer cuantas concesiones sean necesarias para que los grandes poderes de este mundo nunca lo apuesten todo por su salida de la Moncloa. Ese flanco es el que ha quedado cubierto a la perfección con su atlantismo desorejado, cosa que seguro habrá dolido a muchos de sus compañeros, pero estos tampoco tienen otra que acompañarle al paso.
Nuestro Sánchez de ahora tiene más de Jano que de Frankenstein, es más ambiguo, desconcertante y contradictorio que inviable por monstruoso y tal sinuosidad le hace muy peligroso. Ocupa la presidencia del gobierno y no hay forma concebible de desalojarle salvo eligiendo un parlamento en el que haya una mayoría contraria.
Hay muchos observadores que hacen sumas prometedoras, pero el mecanismo de adjudicación de escaños es más perverso que determinadas operaciones de barra de bar y Sánchez conserva muchas ventajas derivadas de la definición constitucional de su cargo. No creo que nadie dude de que ha aprendido a emplearlas en su favor con bastante rapidez y que será inmisericorde con sus rivales (¿alguien ha visto a Feijóo en alguno de los desfiles y alfombras rojas de la reunión de la OTAN?).
Son muchas las razones de buena lógica política que hacen deseable un cambio de signo en el Gobierno tras las próximas elecciones, pero es muy ingenuo pensar que las contiendas electorales se rijan por ese tipo de consideraciones, porque el éxito o el fracaso se decide en urnas millonarias en las que pesan muchas circunstancias que pueden escapar a los análisis más certeros.
Hay una verdad bastante simple que conviene tener en cuenta a la hora de diseñar estrategias políticas que busquen la victoria electoral: el que se confunde al juzgar las capacidades y oportunidades de su enemigo, el que se fía de que la realidad se pinte por sí misma según su conveniencia, el que se deja halagar por los que ganan pronosticando su victoria, tiene muchas posibilidades de equivocarse.
No sé si el efecto OTAN hará subir las encuestas favorables a Sánchez, no creo que eso importe demasiado, lo que sí me parece evidente es que tratar de derribar a Sánchez de su pedestal tomándolo por un Zapatero recosido por la familia Monster y olvidando que él usa los disfraces que le convienen, que no suelen ser los que le atribuyen sus enemigos, puede conducir a estrategias muy equivocadas y es hora de acertar.