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Esperanza Aguirre

Una ley sectaria y tramposa

«Que la Ley de Memoria Democrática tiene un espíritu y una letra absolutamente totalitarios lo percibe cualquiera que la lee desde la primera línea»

Opinión
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Una ley sectaria y tramposa

Alberto Ortega (Europa Press)

«La construcción de una memoria común no es un proyecto nuevo en la sociedad española. El régimen franquista impuso desde sus inicios una poderosa política de memoria que excluía, criminalizaba, estigmatizaba e invisibilizaba radicalmente a las víctimas vencidas tras el triunfo del golpe militar contra la República legalmente constituida. En el marco de este relato totalitario, y al mismo tiempo que continuaba una dura represión sobre las personas que defendían la Segunda República, se establecieron importantes medidas de reconocimiento y reparación moral y económica a las víctimas que habían combatido o se habían posicionado a favor del golpe de Estado».

Este párrafo pertenece a la larga y farragosa, además de sectaria y tramposa, exposición de motivos con la que se intenta justificar esta siniestra Ley de Memoria Democrática. Sin embargo, si se lee despacio este texto y sin entrar a analizar la contundencia de las afirmaciones que contiene, en sus líneas encontramos que está contenida la crítica más feroz y profunda a la Ley que intenta justificar.

Aunque se entiende sin demasiadas explicaciones, merece la pena comentarlo con algún detalle. Empieza diciendo que el régimen franquista ya impuso a los españoles una determinada memoria, con la que intentaba justificarse a sí mismo; una memoria de la que excluía a todos los derrotados en la Guerra Civil. Y con una cierta lógica, esta exposición de motivos utiliza la palabra, que creo que es la clave de todo el texto, «totalitario». En efecto, «construir una memoria común», hasta ellos, los mismos autores del texto, reconocen que es totalitario.

Después de calificar de totalitario lo que hicieron los franquistas, que, según los impulsores de esta repugnante ley, querían hacerse los dueños de la memoria de los españoles, los autores de este engendro se ponen manos a la obra para hacer exactamente lo mismo, sólo que al revés.

Que la ley tiene un espíritu y una letra absolutamente totalitarios lo percibe cualquiera que la lee desde la primera línea, pero que lo reconozcan tan explícitamente, como hacen sus autores en el párrafo transcrito, no era esperable. Quizás se deba a que no la han releído.

Porque sí, es verdad, todos los regímenes totalitarios han intentado imponer una determinada interpretación de la Historia y una determinada manera de pensar. Y el mejor ejemplo de ello lo tenemos en los regímenes comunistas, empezando por el soviético. Creo que hasta los miembros de la actual Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, cuya producción intelectual es perfectamente descriptible, conocerán las maniobras de Stalin borrando de las fotografías la figura de Trotsky (de borrarlo del mapa ya se encargó un fervoroso seguidor de las órdenes de Stalin, el español Ramón Mercader con su piolet). Pero es que, además, Lenin, el teórico y fundador del marxismo-leninismo, propugnó que uno de los principales objetivos de su régimen era la creación de un «hombre nuevo», cuyas ideas y cuya cosmovisión fueran las del comunismo.

Y en los regímenes comunistas que perviven, que son muchos, esa construcción del hombre nuevo sigue siendo siempre uno de los ejes centrales de sus políticas. Mírese a China, Cuba o Corea del Norte, para no mirar a los desdichados países que en Hispanoamérica están poco a poco cayendo en ese «socialismo del siglo XXI», que es el nombre que ha tomado el comunismo para disimular un poco. En todos ellos, el Estado pretende apoderarse de las mentes de los ciudadanos. Justo lo que los autores de esta ominosa ley dicen, sin rebozo ni reparo, en el párrafo citado, que quieren hacer con los españoles.

Si la declaración expresa de tener la voluntad de hacer lo mismo que los franquistas, sólo que dándole la vuelta a la tortilla, no fuera suficiente para calificar de totalitaria esta ley, la aparición, casi un centenar de veces de la palabra «verdad» nos remitiría al ‘1984’ de Orwell, esa obra que describe a dónde nos conduce el totalitarismo, y en la que adjudica al «Ministerio de la Verdad» un papel esencial para eso, para determinar qué y cuál es la verdad, que deben admitir y hacer suya los súbditos de un régimen totalitario.

Se puede llegar a leer que la ley pretende «garantizar el derecho a la verdad». ¡Madre mía! Y ¿quién sabe qué es la verdad? Pues según esta ley, Sánchez y los suyos; como lo sabían Lenin y Stalin. ¡Cuánto mejor que aceptaran humildemente las palabras de Antonio Machado: «Tu verdad no, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela».

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