THE OBJECTIVE
Juan Rodríguez Garat

La invasión de Ucrania y los dobles raseros

«Quienes lanzan acusaciones de parcialidad a los gobiernos europeos deberían empezar mirando la viga en su propio ojo»

Opinión
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La invasión de Ucrania y los dobles raseros

El presidente ruso, Vladimir Putin. | Europa Press

Muchos de los varones de mi generación entretuvimos parte de nuestra juventud viendo películas del Oeste. Nos hicimos mayores contemplando con admiración cómo los ciudadanos amenazados por bandidos y cuatreros no solo se defendían de los malvados —algo tan legítimo entonces como ahora— sino que también, en ocasiones, se tomaban la justicia por su mano. En nuestra memoria conservamos algunas crudas imágenes mostrando, con comprensión rayana en el aplauso, la vengativa actuación de los llamados «vigilantes» o el linchamiento de los presuntos cuatreros por el pueblo airado.

Es difícil distinguir entre causa y efecto. ¿Fueron estas películas las que crearon en buena parte del pueblo norteamericano la impresión de que tienen derecho a impartir justicia, más allá de la ley o, incluso, más allá de sus fronteras? O, al contrario, ¿fue el gusto del público lo que inspiró a los directores y guionistas de la época? La respuesta es, en cualquier caso, irrelevante. Si John Wayne imponía la ley a su modo en Centauros del desierto y Clint Eastwood, protagonista de Harry el Sucio, hacía lo mismo en las calles de San Francisco, ¿qué puede haber de malo en ello?

El llamado «espíritu de la frontera», que aún influye en amplios sectores de la sociedad, contribuye a explicar que la opinión pública norteamericana haya apoyado mayoritariamente acciones militares contra muchos de los presuntos cuatreros del escenario internacional, tanto cuando estas estaban amparadas por la ley —es decir, autorizadas por el Consejo de Seguridad de la ONU— como cuando se trató de una decisión unilateral —y, por tanto, ilegal— de los EEUU y algunos de sus aliados. Si es cierto que la superpotencia americana fue el brazo de la justicia internacional frente a Saddam Hussein en 1991, Slobodan Milosevic en 1995 o Muamar el Gadafi en 2011, también lo es que en otras ocasiones se tomó la justicia por su mano frente criminales, es verdad, notorios, pero sobre quienes no tenía jurisdicción alguna: Noriega en 1989, otra vez Slobodan Milosevic en 1999 y de nuevo Saddam Hussein en 2003.

No siento excesiva compasión por ninguno de los cuatreros capturados por los EEUU, pero sí lamento la reiterada vulneración de la carta de la ONU. Y lo hago por razones tanto éticas como prácticas. Los precedentes, cuando no están amparados por la ley, hacen mucho daño. El reconocimiento de la declaración de independencia de Kosovo —al que España no se ha sumado—ha querido justificarse por los abusos cometidos por Serbia sobre la minoría albanesa. Pero la hipótesis de que solo algo tan subjetivo como los «países buenos» tienen derecho a la integridad territorial contradice abiertamente los principios establecidos tras la Segunda Guerra Mundial. Como no podía menos que ocurrir, el caso de Kosovo ha abierto la puerta al reconocimiento por Rusia de las autoproclamadas repúblicas de Abjasia, Osetia del Sur y, más recientemente, Crimea, Lugansk y Donetsk. Los argumentos de Putin, muy exagerados pero con una base real, son esencialmente los mismos que los de quienes reconocieron la independencia de Kosovo: solo los «países buenos» tienen derecho a la integridad territorial.

Por otra parte, quienes por interés o convencimiento defienden la legitimidad de la invasión rusa de Ucrania, encuentran precedentes muy similares en las protagonizadas por los EEUU en las últimas décadas ¿No se justificó la invasión de Panamá con el argumento de que era necesaria para proteger a los norteamericanos que allí residían? ¿No se presentó la invasión de Irak como una intervención preventiva en beneficio de la seguridad de los EEUU? Hay, por eso, quienes no dudan en acusar a la Unión Europea y la OTAN de medir a Rusia y a los EEUU por distinto rasero. ¿Qué hay de cierto en esa acusación?

Reconozcamos que, cuando se trata de emplear dobles raseros, todos somos un poco culpables. Todo el mundo sabe que los jugadores del Barcelona se tiran en el área y los del Madrid no… o viceversa. Pero quienes lanzan acusaciones de parcialidad a los gobiernos europeos deberían empezar mirando la viga en su propio ojo. Somos muchos los que recordamos las enormes manifestaciones que recorrieron las capitales europeas para protestar por la invasión de Irak. ¿Dónde están ahora todos esos manifestantes? Fueron muchos los que demandaron pública y airadamente pruebas de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva, pretexto para la invasión de Irak en 2003, y muy pocos los que exigen a Putin que demuestre que la OTAN tuvo alguna vez planes para atacarle desde territorio ucraniano o que Ucrania cometiera genocidio contra la minoría de etnia rusa.

Por otra parte, a quienes hoy defienden la invasión de Ucrania sin molestarse en dar más argumento que el recordarnos que los Estados Unidos han hecho algo muy parecido en otros países, cabe preguntarles: ¿Cómo puede algo que en su día condenaron justificar lo que ahora pretenden defender? ¿Cómo puede Putin alegar que la independencia de Kosovo, que él calificó de ilegal, da legitimidad a la de las regiones ucranianas que él desea anexionarse? Eso sí que son dobles raseros.

«Putin ni siquiera se ha molestado en mentirnos para hacernos creer que investigará los crímenes de guerra de que, con abundantes pruebas, se ha acusado a sus tropas. Sencillamente, prefiere negarlos»

Atendamos ahora a la paja en nuestro ojo, que también existe. ¿De verdad no es lo mismo la invasión de Ucrania que la de Irak? Ambas son ilegítimas, si esa es la pregunta, pero ahí termina toda coincidencia. ¿Cuáles son las diferencias?

La primera de ellas es que Bush no aprovechó la guerra para enmudecer a la opinión pública norteamericana. Putin lo ha hecho hasta tal punto que es difícil no creer que la verdadera razón de la invasión haya sido precisamente la de eliminar la disidencia y reforzar su poder. No es este un asunto menor ni exclusivamente doméstico, porque es la opinión pública norteamericana, informada por una prensa libre, la que exige a las Fuerzas Armadas de los EEUU que se humanice la guerra en la medida de lo posible y que se respete el derecho internacional humanitario. Baste como muestra lo ocurrido a raíz de los abusos detectados en la prisión de Abu Ghraib, por los que se dictaron condenas de hasta 10 años para los culpables.

Rusia, como no dejamos de ver en los telediarios, no tiene ese problema. Ni siquiera se ha molestado en mentirnos para hacernos creer que investigará los crímenes de guerra de que, con abundantes pruebas, se ha acusado a sus tropas. Sencillamente, prefiere negarlos. Como, de hecho, niega la invasión y niega la guerra. Y puede permitirse el lujo de hacerlo porque, al contrario de lo que ocurre en Europa o en EEUU, Putin tiene autoridad para meter en la cárcel a cualquier ciudadano ruso que haga oír su voz para cuestionar la información que da el Kremlin o para exigir cualquier tipo de responsabilidades.

La segunda diferencia importante es el propósito de la guerra. Partiendo de la base de que los EEU. no tienen derecho a destituir a un líder extranjero, lo cierto es que ese fue su principal objetivo. En consecuencia, se retiraron de Panamá y de Irak una vez cumplido su propósito, devolviendo la soberanía a los pueblos vencidos sin haberse anexionado un metro cuadrado de su territorio. No es ese —nunca lo fue— el propósito de la guerra de conquista que lidera Putin.

Por último, pero no menos importante, Putin ha amenazado al mundo con una guerra nuclear para conseguir que la comunidad internacional se mantenga al margen de sus crímenes. Una amenaza que no es mera palabrería, porque tiene la capacidad de hacerlo. Como el atracador que, pistola en mano, nos exige la bolsa o la vida, el líder ruso, en un acto de fuerza contra todos nosotros —porque, técnicamente, la amenaza lo es— nos roba con sus misiles una parte de nuestra libertad de decidir.

No ocurrió nada parecido en la invasión de Irak. Es cierto que la superioridad militar de los EEUU hacía innecesaria cualquier amenaza para obligar a los demás a mantenerse al margen. No sabemos lo que habría hecho Bush si se sintiera inferior a sus enemigos. Pero sea el pragmatismo o la ética lo que haya guiado a los presidentes norteamericanos, casi todos, incluidos los rusos, dormimos más tranquilos si nadie nos dice que nos tiene en el punto de mira. Por falso que sea.

Además de estas diferencias objetivas y demostrables, que cada uno puede valorar como desee pero que están ahí, hay otra que, a mi parecer, es todavía más importante. Otra que, aunque sea subjetiva, no me resisto a someter a la consideración del lector. Entiéndase que no justifico en ningún modo la decisión unilateral de invadir Irak o Panamá. Pero no es exactamente un doble rasero lo que me lleva a valorar de manera diferente el linchamiento ilegal de conocidos cuatreros —que es lo que hicieron Bush padre con Noriega y Bush hijo con Saddam Hussein— y el linchamiento del dueño del rancho para robarle lo mejor de su ganado, que es exactamente lo que intenta hacer Putin con la Ucrania de Zelenski. Bajo la mirada complaciente, eso sí, de quienes nos acusan de medir por dobles raseros.

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