Una inflación de cine
«La recesión, aunque contribuya a pinchar burbujas y liberar toxicidades, dispara el desempleo»
A los millennials nos faltaba vivir una crisis inflacionaria. Tras sobrevivir (es un decir) a una crisis financiera global y a una pandemia, con sus nefastas consecuencias para la salud de los nuestros y del tejido empresarial del país, una guerra nos empuja a desbloquear un nuevo reto. IN-FLA-CIÓN. Tres sílabas que aterrorizaban a nuestros colegas latinoamericanos, pero que en Europa y Estados Unidos conocíamos de oídas. Incluso «de vistas», porque algunos asistimos a sus efectos corrosivos a través del cine.
Paradójicamente, los inflacionarios años 70 fueron prodigiosos para el cine americano. Hollywood estaba roto, los efectos de la desindustrialización se sufrían en los núcleos urbanos, desde Detroit a Newark, y la criminalidad estaba tan disparada como la tasa de inflación, que en 1980 alcanzaría el 13%. Pero contra todo pronóstico, los años de crisis provocaron el resurgimiento de la industria cinematográfica de Nueva York, una ciudad que estuvo a punto de declararse en bancarrota en 1975.
Este renacimiento cinematográfico pudo producirse gracias a la Oficina del Alcalde para el Cine y la Televisión, creada en 1966, aunque (más paradojas) las películas más destacadas de la década (Woody Allen aparte) no contribuían a mostrar una imagen demasiado atractiva de la ciudad. Lo que nos muestran obras maestras como The French Connection, Serpico o Taxi Driver, es Nueva York convertida en la zona cero de la decadencia occidental y de una epidemia de pobreza (se dice que la inflación de los años 70 destruyó más poder adquisitivo que la Gran Depresión), delincuencia y corrupción política. Hay quien malicia que estas películas sirvieron para mostrar Nueva York como epítome de un mal y, por tanto, como un problema a resolver con mano de hierro. La mano de hierro llegó y logró asfixiar la inflación, aunque también la economía.
«Controlar la inflación es desincentivar el crecimiento, asumiendo un riesgo real de recesión»
Ahora que el BCE ha anunciado la mayor subida de tipos en 22 años, es el momento de recordar que la pantalla que sigue a la inflación no es demasiado alentadora. Controlar la inflación es desincentivar el crecimiento, asumiendo un riesgo real de recesión. Algún medio estadounidense ya ha abierto el debate entre partidarios de la inflación y partidarios de la recesión. Contra la inflación se arguye lo obvio: es un impuesto doloso que empobrece a todos, pero se ensaña con los más débiles; no es fácil seguir el ritmo de vida de la inflación. Pero la recesión, aunque contribuya a pinchar burbujas y liberar toxicidades, dispara el desempleo. Dilemas que los economistas habrán de resolver. La única certeza es que de esta, como de todas, saldremos más pobres.