El entretanto
«Empobrecimiento, movilidad social descendente, mengua de las expectativas… Imposible es hacer recuento de las innumerables neurosis que fluyen y refluyen»
¿Cómo andar erguido en un tiempo adverso a tu propia estabilidad? No es que Netflix y el festival de verano sean alternativas a la vida buena, como sostiene el tertulianiado boomer; es que Netflix y el festival de verano son las válvulas de seguridad que evitan el estallido social.
Millones de personas se saben contingentes y sustituibles, como el interino que cada verano se va a la calle. Está y no está en su puesto de trabajo, a la manera de un funcionario de Schrödinger. Es y no es.
¿Cómo sostenerse en la zanja que hay entre dos superficies firmes, con un pie apoyado en cada sección? Basta un leve corrimiento de placas para que el hueco te engulla…
Empobrecimiento, movilidad social descendente, mengua de las expectativas… Imposible es hacer recuento de las innumerables neurosis que de aquí fluyen y refluyen, en un movimiento de incesante marejadilla e inevitable resaca.
Hay que ocuparse y no preocuparse, dice el saber popular, pero el interinato nos obliga a vivir constantemente azarados y amurriados, pre-ocupados, de manera que no hay quien se ocupe de nada.
¿Cómo saber qué sucederá en el siguiente lance? El entretanto es un tiempo muerto. La vida, una tanda de penaltis en la que un solo error -un tiro al poste- hace perder el partido sin posibilidad de prórroga ni partido de vuelta.
«Ni veinteañero ni treintañero: el nacido en democracia es, ante todo, entretantero»
El tiempo se renueva incesantemente. Cosa bien distinta es el entretiempo. Este es, por definición, el lapso entre las estaciones. Quien queda apresado entre los cangilones de esa noria nunca avanza; tampoco retrocede.
Ni veinteañero ni treintañero: el nacido en democracia es, ante todo, entretantero. Como al entrepà catalán, lo define su condición de estar entre; poco importa si de jamón ibérico o de tranchetes del Ahorramás. Lo contrario es comer pan con pan, que es comida de tontos. Su vida no es un interludio cómico porque se alimente de entremeses, como buen adolescente, sino porque, como a un mal adolescente, han hecho de su vida un entremés.
¿No decía Lain Entralgo que lo propio del animal humano era «estar a la espera»? Pues el entretantero pasa los días en una intranquila duermevela, nunca despierto y nunca dormido. Como Laín, está entralgo: entre algo que ya pasó y entre algo que no llega. Y quien espera mucho generalmente desespera.
«La precariedad es tal que los padres bailan castañuelas cuando los hijos salen mileuristas»
La precariedad es tal que los padres bailan castañuelas cuando los hijos salen mileuristas. Quizá los instigaron a sacarse una carrera sin salidas, o a alargar la infancia hasta la primera revisión de próstata. Por eso, cuando advierten que sus niños de 40 castañas tienen el hígado de un abuelo y el bolsillo de un adolescente, intuyen -confiésenlo o no- que algo han hecho mal.
Pero el españolito medio jamás responsabilizaría a su prole de la precariedad que la rodea. Solo un tertuliano se atrevería a decir, empuñando la copa de balón, que a su edad ya tenía 15 empleados y que basta quitarse Spotify para pagar el piso en propiedad. Las peores idioteces son regalía exclusiva de la casta opinadora.
Vivimos en un sempiterno ínterin. Esta palabreja no viene, por cierto, del inglés (entering podría haber sido un invent tan funcional como footing), sino del latín interim. Toda vez que la eme final degeneró en ene, el adverbio degeneró en sustantivo. Andando el tiempo se trocaria en adjetivo, porque la función hace la forma: nuestra época es, ante todo, una fábrica de interinos.
Difícil es mantener la compostura cuando se vive entre la espada y la pared. En ocasiones el entretantero se siente amenazado y sin salida, cual jabalí malherido. Su colmillo es retorcido; sus embestidas, toponas y gruñentes, más porcinas que salvajes. Yo, al menos, me cuidaría mucho de seguir cabreándolo.