THE OBJECTIVE
Juan Carlos Laviana

Alarmas a todas horas

«Es tal la necesidad de hacerse notar de los medios, de llamar la atención en la selva de internet, que de tanto advertir de que viene el lobo, acabamos por no hacer caso cuando llega de verdad»

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Alarmas a todas horas

Rich Smith | Unsplash

Urgente, alerta, alarma, aviso, flash, breaking news, última hora… Estas llamadas nos bombardean a todas horas. Por supuesto, siempre en mayúsculas, que es la forma de gritar en las redes sociales. Muchas veces, el anuncio va acompañado de un pantallazo con letras enormes que incluso parpadea de forma deslumbrante, o del símbolo de la señal de tráfico de peligro indefinido, con la exclamación encerrada en un triángulo. Vivimos en un continuo sobresalto. Abusamos tanto de estas advertencias que acabamos por minusvalorar las noticias. Si cualquier noticia merece una alerta, las verdaderamente importantes pasarán desapercibidas.

Es tal la necesidad de hacerse notar de los medios, de llamar la atención en la selva de internet, que de tanto advertir de que viene el lobo, acabamos por no hacer caso cuando llega de verdad. Los internautas particulares, y por supuesto los anunciantes, ya se han aprendido el truco y utilizan para sus propios intereses todas estas señales de alarma utilizadas por los medios. Así, no es infrecuente encontrar mensajes como «Urgente: he dejado olvidado el portátil en el metro…», o «Última hora: comienzan las rebajas de agosto en…», mezclados con la última hora de la guerra en Ucrania o el desplome de las bolsas.

Hace unas semanas, el Defensor del lector de El País, Carlos Yárnoz, recibía una queja por este motivo. En ella se aseguraba: «Últimamente he notado que el número de noticias que son ‘última hora’ en la cuenta de El País en Twitter ha aumentado». Tras exponer varios ejemplos, el propio lector aventuraba una explicación: «Noto una sobrexageración del concepto porque es más fácil obtener un retuit en una última hora que en un tuit que enlaza un artículo, que puede tener como consecuencia que las últimas horas ya sean menos urgentes».

«Opino, como el lector -contestaba Yárnoz-, que desde hace años se abusa de ese tipo de términos en los medios de comunicación en general, pero especialmente en redes y alertas: ‘última hora’, ‘alerta’, ‘urgente’… Efectivamente, el abuso de tales palabras origina una minusvaloración de su contenido, de tal forma que quienes reciben esos mensajes los acaban percibiendo con bastante descreimiento (…) Espero, por tanto, que los medios de comunicación, y no solo El País, se replanteen este tipo de prácticas».

El ahora defensor del lector, que durante años trabajó en la agencia Europa Press, conoce bien el cuidado con el que en el pasado se lanzaban esas llamadas de atención. En las agencias, los urgentes se anunciaban con el símbolo de campanillas, que, además, sonaban en la sala de teletipos de los periódicos suscritos. Era una forma de alertar a los teletipistas en las diferentes redacciones que recibían el servicio. La importancia de la noticia se medía con el número de campanillas

Ya es historia del periodismo el flash del 20 de noviembre de 1975 que repetía por tres veces «Franco ha muerto», todo en minúsculas, anunciando, en exclusiva mundial, una de las noticias más importantes del siglo XX en España. El escueto texto iba acompañado de la firma -europa press-, la hora -04,58- e incontables campanillas.

Hoy, los urgentes llegan a través de las redes sociales, que se han apropiado -también- de esta función de los medios. Los digitales siguen intentando luchar por esa tarea esencial del periodismo de ofrecer las noticias cuanto antes. Muchos, al abrir su página, lanzan mensajes como estos a sus lectores: «¿Quieres recibir las noticias más importantes?», «¿quieres recibir últimas noticias?»; otros ofrecen una franja en la parte superior de la portada, ofreciendo últimas horas, sean importantes o no.

«La inmediatez, el vértigo que ofrece internet ha obligado a los diarios a una lucha encarnizada por lo último. Los propios internautas particulares luchan por esa satisfacción de ser ellos mismos los primeros en dar las noticias»

La inmediatez, el vértigo que ofrece internet ha obligado a los diarios a una lucha encarnizada por lo último. Los propios internautas particulares luchan por esa satisfacción de ser ellos mismos los primeros en dar las noticias, como los cotillas pelean por el placer de ser los primeros en enterarse de todo. La vida en directo ha creado en el lector una necesidad superflua de estar al tanto de lo último en detrimento de profundizar en lo esencial. Estamos de nuevo en la vieja dicotomía entre lo urgente y lo importante. Lejos queda aquella sentencia, atribuida a Azorín, gran escritor de periódicos, en la que aseguraba con sorna que ya no leía los diarios. Si la noticia es importante,-aseguraba, acabaría por enterarse de una forma u otra: si no lo era, no necesitaba conocerla.

El abuso de la urgencia terminará provocando el efecto contrario al pretendido. Un atracón de últimas horas causará indigestión y malestar. Y el consecuente rechazo a la sobreinformación. Una de las funciones del periodismo es sorprender al lector. En este maremágnum, en plena cultura del sobresalto, ya no sabemos cómo sorprender. Ni siquiera podemos recurrir a los titulares a toda página, porque las páginas están limitadas a los 6 centímetros del ancho del móvil. Un dato significativo es que, durante este mes de agosto, no fueron pocos los días, que entre las tendencias de Twitter aparecía #Últimahora. De tanto abusar de la expresión, los algoritmos acaban por darle más importancia que a la propia noticia que anuncia. Tendremos que buscar otra forma de apelar al lector.

El fenómeno, aunque no tan invasivo como hoy, no es nuevo. ¿En qué pensaría el empresario y periodista mallorquín José Tous Ferrer cuando, en 1893, decidió lanzar un diario llamado La última hora? Y ahí sigue publicándose cada día en Baleares. Lo que seguro que no se imaginaba es que Lúh! (La última hora!), en mayúsculas, por supuesto, iba a ser también el órgano de Podemos, que se define como «un diario digital libre de los poderes de bancos y multinacionales (…) sin miedo a mirar de tú a tú a la cloaca mediática y señalar a los grandes poderes».

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